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Posts Tagged ‘tradición’

El Pilar es el edificio más visitado de Zaragoza y, probablemente, el menos conocido. Suena chocante, ¿verdad? La extraordinaria atracción de la Virgen del Pilar hace que el resto del edificio quede prácticamente en sombra y no le hagamos mucho caso. Es verdad que de esa situación se salva Goya, y en todo caso las bombas, pero poco más.

Santa Capilla

Pues bien, para acercarnos a descubrir este increíble lugar, su historia, sus tradiciones, sus leyendas, sus tesoros artísticos… y sobre todo, para intentar comprender el origen de esa relación tan estrecha, íntima, entrañable y peculiar que tiene Zaragoza con la Virgen del Pilar, hemos preparado una visita muy especial en la que recorreremos detenidamente el edificio, su historia, sus tradiciones y leyendas, sus obras de arte…

Cuándo – 4 y 11 de octubre a las 11’00, y 6, 8 y 10 de octubre a las 18’00

Dónde – Puerta principal del Pilar (junto al Ayuntamiento)

Precio – 8 € por persona (jubilados y estudiantes menores de 26 años, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

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¿No habéis tenido nunca la sensación de que hay minutos que duran mucho más que otros? Yo lo pienso siempre en los momentos antes de «Romper la Hora», cuando me encantaría que el tiempo se detuviese. ¿Por qué? Pues no lo sé, pero esos minutos justo antes de las doce de la noche del Jueves Santo, en Híjar, son de felicidad plena, absoluta y total. Son los que preceden a algo que espero durante todo el año, que me emociona más que casi ninguna otra cosa. Durante un año entero me gustaría que el reloj se acelerara para que el Jueves Santo llegase cuanto antes, pero justo en esos minutos en los que todo está a punto de empezar… me gustaría que el tiempo se estirase como si fuera un chicle para disfrutar un poco más de la ansiedad de la espera. ¿Por qué? Voy a intentar contároslo, aunque ni yo mismo lo sé.

Vayamos por partes: ¿qué significa esa expresión tan peculiar de «Romper la Hora»? En Híjar nunca he oído a nadie decir ni rompida ni cosa similar, sino «Romper la Hora», algo mucho más contundente y expresivo. Se refiere a lo que ocurre en el preciso momento en que empieza el Viernes Santo, décimas de segundo después de la medianoche, cuando a una señal del alcalde cientos de tambores y bombos empiezan a tocar a la vez y rompen esa hora en mil pedazos.

Dos horas antes la gente empieza a coger sitio en los porches (en el centro de la plaza solo pueden estar los que van a tocar). A las once y pico empiezan a aparecer los primeros tambores y bombos y, poco a poco, una marea negra va cubriendo todo el espacio del centro de la plaza y los porches y balcones se llenan hasta reventar (el espacio, como el tiempo, también es elástico a veces). Cuando faltan muy pocos minutos para las 12 el alcalde baja del Ayuntamiento y se abre paso entre la multitud hasta llegar a la farola que hay en el centro de la plaza. En ese momento se hace un impresionante silencio, más impresionante aún si tenemos en cuenta la cantidad de gente que hay en esa pequeña plaza. Y son esos segundos los que a mí me ponen los pelos de punta, porque el tiempo se vuelve lento, increíblemente lento y espeso, y busco con la mirada a la gente que quiero, a mis padres que están por los porches o en algún balcón, a mis hermanas, que no estarán muy lejos, a Juan, a Pilar… y a mi abuelo, sobre todo a mi abuelo, que ya no está pero que en ese momento está a mi lado, con su tambor, como siempre.

Mi abuelo Antonio

¿Entendéis ahora por qué me gustaría que esos momentos fuesen eternos? Porque el abuelo está otra vez ahí, conmigo, como cuando era pequeño, y me cuida como me ha cuidado siempre. Y porque miro a mi alrededor y las caras son de felicidad, de una alegría contenida, nerviosa, con montones de sentimientos que se entrecruzan por todas partes. Esos segundos son… eléctricos. Y cuando toda esa tensión acumulada se libera… es una explosión inigualable, de dimensiones cósmicas, y os aseguro que no es una exageración eso de que la tierra tiembla. ¿Queréis verlo? Pues pinchad aquí e id hasta el minuto ocho y medio, más o menos. Eso sí, para sentirlo hay que estar allí y dejarse envolver por el sonido y los sentimientos que brotan de él.

¿Por qué se hace algo así? Es probable que hayáis oído alguna vez que se intenta imitar a los elementos que se desataron en el momento de la muerte de Cristo, cuando la cortina del templo se rasgó, la tierra tembló… Es posible, no lo sé. Hay muchas fiestas en las que se hace ruido para espantar algo, sean los malos espíritus, la noche o el propio miedo. A lo mejor tiene algo que ver con eso, o a lo mejor no. ¿Sabéis una cosa? Hace ya un tiempo que me di cuenta de que es lo de menos. Lo importante de verdad es que, cada uno con sus motivaciones, lo sigue haciendo. ¿Por qué? ¿Sólo porque se ha hecho siempre y porque lo hacen (casi) todos? ¿Creéis que eso sería motivo suficiente? Yo creo que no. ¿Porque es algo que sale en la tele y eso nos hace sentirnos orgullosos? Todo eso es importante, por supuesto, pero no es suficiente para explicarlo. Yo pienso que la clave está en que es una fiesta en el sentido antiguo de la palabra, de cuando no todos los días eran iguales y había en el calendario momentos excepcionales que iban marcando el ritmo de la vida, como los puntos y las comas en una frase. Momentos en los que de alguna manera inexplicable se conecta con nuestros antepasados y con nuestros descendientes en un solo segundo mágico, fugaz pero absolutamente real. Una fiesta en la que, precisamente por eso, cada uno sabe que ni puede ni debe estar en otro sitio que en el que está, porque hacerlo sería traicionar a los tuyos y romper una cadena de la que tú eres un simple (e imprescindible) eslabón.

Había un lugar al que los antiguos griegos llamaban «omphalos«, «ombligo», el centro del mundo. Pues bien, por un momento esa farola es exactamente eso, y el tiempo que se había detenido de pronto empieza a girar alrededor de ella a una velocidad tan vertiginosa que lo arrastra todo. El alcalde, que durante un largo instante había sido el centro de todas las miradas, se pierde entre la multitud y cada uno se convierte en el verdadero protagonista de algo que se hace entre todos y que al mismo tiempo es rabiosamente individual, porque se toca con los demás y a la vez concentrándose en uno mismo. No sé cómo explicarlo, pero probablemente lo que quiero decir es que la impresión que puede tener un espectador es que, habiendo tantos, si uno falta no pasa nada, pero la que se tiene desde dentro es que si uno falta algo falla. Como en una orquesta, supongo, aunque no tiene nada que ver. ¿O sí? No lo sé.

¿Cuánto dura esto? Media hora, una hora… poco a poco las cuadrillas empiezan a abandonar la plaza y a dispersarse por las calles del pueblo llenándolo todo de un sonido atronador. Queda mucha Semana Santa por delante, pero son momentos en los que parece que se quiera beber a tragos algo que uno ha esperado mucho. Ya vendrán momentos para la calma, para disfrutar, para todo… incluso para el silencio, pero eso será un poco después, cuando a las dos de la mañana empiece una procesión absolutamente especial y única: «Los despertadores«. Pero eso… os lo cuento en el siguiente post. Eso sí, si queréis vivir en directo todo esto este año tenéis una estupenda oportunidad, porque hemos organizado una excursión para Romper la Hora en Híjar (este año será el 2 de abril). Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar llamadnos al 976207363.

Está claro que la Semana Santa española no puede ser más variada y peculiar, ¿no? En las próximas semanas seguiremos contando historias sobre la Semana Santa insólita, pero si queréis conocer muchas más aquí os dejo el programa que hemos preparado (entrad aquí para encontrar toda la información):

  • 14 y 22 de marzo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: el Calvario de Alloza y mucho más
  • 21 y 28 de marzo – CENAS EN PALACIO: Semana Santa insólita
  • Del 30 de marzo al 2 de abril – TRAS TUS PASOS: Rutas para descubrir la Semana Santa de Zaragoza en la calle
  • 2 de abril, Jueves Santo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Romper la hora en Híjar
  • 4 de abril – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Sábado Santo en Alcañiz

 

Y si queréis seguir leyendo, aquí os dejo unos cuantos posts de nuestro blog sobre el tema:

Salamanca, el “padre putas” y el Lunes de Aguas

El entierro de Genarín en León

El besapié de Jesús de Medinaceli en Madrid

Los “picaos” de San Vicente de la Sonsierra

Sevilla y el viacrucis de la Cruz del Campo

Un Cristo heroico en Zaragoza

Domingo de Ramos en Elche

La luna y la Semana Santa

El juego de las caras en Calzada de Calatrava

Híjar, la familia y la tradición

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A lo largo de todo este mes he ido escribiendo aquí sobre formas insólitas y peculiares de celebrar la Semana Santa por diferentes lugares de España. Sin embargo, lo que sé es porque el tema me interesa mucho y he dedicado toda mi vida a leer y a informarme, pero no porque lo haya vivido. ¿Por qué no? Pues por una razón muy simple: la única pega que tiene la Semana Santa es que se celebra en todas partes a la vez, y esas fechas las tengo comprometidas hasta que me muera. Puede que suene muy radical, pero es que yo soy así. Lo malo es que tengo el corazón partío, y eso da muchas alegrías pero también hace sufrir: si queréis buscarme un Domingo de Ramos estaré por Sevilla, sí o sí. Y si es Jueves Santo, en Híjar.  No hay más. Todos los Jueves Santos por la mañana, cuando voy a coger el AVE en Sevilla para venirme para aquí, pienso lo mismo: «¿Por qué no me quedo este año?«. Y todos los Jueves Santos por la noche, cuando estoy en esa plaza que se ve en la fotografía, pienso: «Menos mal que no me he quedado«. Porque lo que siento ahí en ese preciso momento, un poco antes de que den las doce y empiece todo… eso no lo siento en ningún otro lugar. ¿Qué es? No lo sé explicar, pero se parece mucho a la felicidad.

Mi abuelo

¿Veis a este señor? Es mi abuelo Antonio, y el que está detrás de él, a la izquierda de la foto, mi tío José. Con ellos descubrí qué es esto de la Semana Santa. Hace cuarenta y pocos años, por estas fechas, mi abuela cosía una pequeña túnica negra, y mi abuelo compró un tambor para su primer nieto. No era nada excepcional, la verdad. Era lo mismo que habían hecho y seguirían haciendo sus amigos, sus vecinos… Cuando empecé a andar mi abuelo me empezó a llevar con él, pero como él tocaba el tambor quien iba conmigo en las procesiones era mi tío, que tocaba el bombo (en las procesiones de Híjar hay dos filas de tambores a los lados y en el centro una de bombos). Como debía de ser un poco grande para mí parece que me vencía hacia delante y acababa por salir corriendo para no caerme, así que mi tío optó por colgar una cuerda del suyo y atármela a la cintura. No tengo ninguna foto de aquello, pero me encantaría.

Este soy yo

Mi abuela, mientras, me intentaba explicar qué era todo aquello que veía y que me impresionaba tanto, y me enseñaba el ritmo de algunos toques con versos fáciles de recordar que ella había aprendido hacía muchísimos años y que a veces eran hasta un poco picantes, como aquellos que decían que «Una vieja, vieja, vieja / más vieja que el sarampión / tenía las uñas negras / de rascarse el pimentón«. Y sobre todo otros, que son la melodía que más recuerdo de mi infancia: «Que suban, que suban / que suban las imagenes…«.

Entre mi padre y mi abuelo

Supongo que podría haber ocurrido que aquello no me gustara nada (casos hay), pero pasó justo lo contrario. Desde que tengo recuerdos me veo esperando la Semana Santa. Si tenía miedo por la noche en la cama y mi madre me decía que pensara en cosas alegres, pensaba en Semana Santa. Si mis padres me llevaban al Prado (un lugar en el que desde pequeño me he sentido en casa) y veía «El triunfo de la Muerte» de Brueghel, mi cuadro favorito, siempre pensaba: «si me voy a morir, por lo menos que sea después de Semana Santa«. Hoy tengo un calendario en el ordenador que cada día me dice cuántos faltan, y sigo pensando que si existe el cielo tiene que ser un lugar en el que todos los días sea Domingo de Ramos. ¿Un marciano? Pues sí, un poco, pero no el único, ni mucho menos.

Hasta hace unos años en Híjar no podían tocar las mujeres. Seguramente era un anacronismo, pero casi todo en las tradiciones lo es. Y si os soy sincero, tengo que decir que yo en aquel momento prefería que las cosas siguieran como estaban. ¿Sabéis por qué? Pues por miedo, simplemente. Puede que sea una postura conservadora, pero cuando algo funciona y es maravilloso es lógico pensar que tocarlo es un riesgo, ¿no?. Pero, por otro lado, no podía soportar la idea de que mis hermanas no pudieran hacer algo que les gustaba tanto como a mí y tuvieran que participar ocupando los pocos papeles que se dejaban a las mujeres, como «salir de Marías» (un puesto, por otra parte, muy disputado).

Con mis hermanas

Finalmente la fruta cae cuando está madura, y lo que tanto miedo daba fue una transición fácil y sin grandes problemas. Mi hermana pequeña y muchísimas otras mujeres, se incorporaron sin problemas ni complejos a algo que les pertenecía de siempre. Hoy es algo completamente asumido, y tanto mis sobrinas como mis sobrinos tendrán el tambor entre sus primeros recuerdos, como yo.

En el centro de la foto, mi hermana pequeña

¿Por qué me gusta tanto? ¿Porque es divertido? Pues sí, es divertido, pero es mucho más. Es intenso, es emocionante, hay momentos en los que realmente tocas el cielo con los dedos… pero es más que eso. Es algo muy extraño, como sentirte un eslabón de una cadena que viene de muy lejos y que seguirá ahí, pase lo que pase. Creo que nadie lo ha dicho mejor que Georges Moustaki en una canción titulada «Grand pére» que le dedicó a su abuelo, y que decía «C’est pour toi que je joue / grand pére, c’est pour toi / tous les autres m’écoutent / mais toi, tu m’entends«. O sea, yo toco para ti, abuelo, porque todos los demás me escuchan pero tú me entiendes. Y poco después dice «Tu étais déjà vieux quand je venais de naître / arrivé just’à temps pour prendre le relais«. Ya eras viejo cuando yo acababa de nacer, pero llegué justo a tiempo para coger el testigo. Y esa es para mí la clave: coger el testigo, transmitirlo, que la cadena no se rompa.

Viernes Santo a mediodía con Juan y nuestros sobrinos. ¿Qué más se puede pedir?

De mi abuelo a mis sobrinos. ¿Veis ese bombo que lleva mi sobrino? Es el que llevaba yo de pequeño. La túnica que llevo yo es una de las que mi bisabuela le puso a mi abuelo en el ajuar cuando se casó, en los años 40, y la que lleva Juan era una que llevaba yo antes. Mi abuelo ya no está para ver cómo sus cuatro bisnietos continúan con la tradición que él nos transmitió, pero mi abuela sí, y sigue cosiendo las túnicas para todos, como hizo conmigo. ¿Cómo me voy a quedar en Sevilla, por mucho que salgan la Macarena y el Gran Poder, y me voy a perder la cara que pone cuando nos ve a todos vestidos, con nuestros tambores y bombos, un Viernes Santo por la mañana?

Si queréis vivir en directo todo esto este año tenéis una estupenda oportunidad, porque hemos organizado una excursión para Romper la Hora en Híjar. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar llamadnos al 976207363.

Está claro que la Semana Santa española no puede ser más variada y peculiar, ¿no? En las próximas semanas seguiremos contando historias sobre la Semana Santa insólita, pero si queréis conocer muchas más aquí os dejo el programa que hemos preparado (entrad aquí para encontrar toda la información):

  • 14 y 22 de marzo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: el Calvario de Alloza y mucho más
  • 21 y 28 de marzo – CENAS EN PALACIO: Semana Santa insólita
  • Del 30 de marzo al 2 de abril – TRAS TUS PASOS: Rutas para descubrir la Semana Santa de Zaragoza en la calle
  • 2 de abril, Jueves Santo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Romper la hora en Híjar
  • 4 de abril – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Sábado Santo en Alcañiz

 

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