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La torre de la iglesia de San Antonio de Torrero es un «Sacrario militare italiano», como dice la inscripción que hay sobre el arco de entrada. ¿Qué quiere decir eso? Pues veréis, resulta que a lo largo del siglo XX los italianos, cuando han participado en una guerra fuera de su país, se han preocupado mucho de cómo enterrar a sus muertos, a los que consideran héroes que han caído luchando por la patria. Y en vez de dejarlos dispersos en pequeños cementerios, muchas veces difíciles de localizar por los familiares que vengan a visitarlos, han preferido crear estos monumentos a los que han llamado «Sacrarios militares», en los que se agrupan los muertos de una guerra determinada, en algún lugar del extranjero… Lo hizo Mussolini en los años 30 con los muertos de la Primera Guerra Mundial, y posteriormente también lo haría la República italiana con los de la Segunda. ¿Queréis ver algunas imágenes? Pues por ejemplo, el más espectacular es el Sacrario militare de Redipuglia, inaugurado en 1938 (Mussolini lo utilizó para conmemorar el 20 aniversario de la victoria) y dedicado a la memoria de 100.000 italianos muertos en la Primera Guerra Mundial.

Sacrario Militare Redipuglia

Esas impresionantes escaleras son, en realidad, la tumba donde descansan esos 100.000 soldados, de los que solo se conocen los nombres de 40.000, escritos debajo de una palabra que se repite miles de veces: «Presente». No hay una expresión más impresionante «de la concepción fascista de la guerra y de la nación, una gigantesca apoteosis de la igualdad, el anonimato y la disciplina militar más allá de la muerte«.

Escaleras Redipuglia

Después de la Segunda Guerra Mundial se levantaron otros, como el impresionante del El Alamein, en Egipto, erigido durante los años 50 por la República italiana. Allí se custodian los restos de 5.200 soldados italianos muertos en África, muchos de ellos también desconocidos.

Sacrario Militare Italiano El Alemein

El exterior es una torre que domina el territorio circundante, muy llano (como en Zaragoza). El interior, de una blancura impactante, está cubierto de lápidas, en muchas de las cuales pone la palabra «Ignoto», desconocido.

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¿Qué pasó con los más de 4.000 que murieron en nuestra Guerra Civil? En España se enfrentaron entre sí italianos de ambos bandos, librando así su particular Guerra Civil. Mussolini envió armas y casi 80.000 soldados para ayudar a los rebeldes sublevados, pero además muchos italianos vinieron aquí a apoyar a la República y luchar por la libertad en una guerra que en principio no era la suya, formando parte de las Brigadas Internacionales.

A la izquierda, tropas fascistas enviadas por  Mussolini para ayudar a Franco; a la derecha, la brigada Garibaldi, formada por italianos venidos voluntariamente a luchar por la República

A la izquierda, tropas fascistas enviadas por Mussolini para ayudar a Franco; a la derecha, la brigada Garibaldi, formada por italianos venidos voluntariamente a luchar por la República

¿Qué pasó con los que murieron en uno y otro bando? Las tropas enviadas por Mussolini estaban perfectamente organizadas en este sentido, y junto a los soldados siempre iba un capuchino que se ocupaba de los enterramientos. En plena guerra lo único que se podía hacer era enterrarlos con el mayor cuidado, identificarlos, llevar listas lo más precisas posible… En algunos cementerios se enterraron muy pocos, uno, dos, tres… pero en otros, por diversas razones, se concentraron más y se hicieron pequeños monumentos, inscripciones. Algunos han desaparecido, pero otros se conservan, como este del cementerio de Alcañiz (que sufrió un terrible bombardeo a manos de los pilotos italianos que luchaban con Franco).

En Zaragoza, antes de que se construyera la torre, hubo un cementerio italiano situado fuera de las tapias del de Torrero, en la parque que hoy ocupa el Tercer Cinturón. En él había un monumento idéntico a este, que ya no existe

En Zaragoza, antes de que se construyera la torre, hubo un cementerio italiano situado fuera de las tapias del de Torrero, en la parque que hoy ocupa el Tercer Cinturón. En él había un monumento idéntico a este, que ya no existe

Después de la guerra se planteó reunificarlos en algún lugar, y para ello se eligió Zaragoza (algo más de 1.000 habían muerto en la batalla del Ebro y estaban enterrados en nuestra ciudad o en pequeños cementerios del resto de Aragón, Zaragoza está bien comunicada, había sido fundada por Augusto, lo que le gustaba especialmente a Mussolini…). Se iniciaron las obras y se comenzó a trasladar los cuerpos, pero los fascistas perdieron la Segunda Guerra Mundial y fue el nuevo gobierno italiano quien tuvo que acabarlas. La consecuencia más visible es que el proyecto se redujo respecto al plan original por problemas de presupuesto, y la más importante es que se decidió que aquí también se enterrarían los que habían venido a luchar por la República con las brigadas internacionales. Eso sí, fue mucho más difícil recuperar sus cuerpos, no solo porque habían pasado años y no se había llevado un control riguroso de los enterramientos, sino también porque el gobierno de Franco no puso demasiadas facilidades para eso, como os podéis imaginar.

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En el interior de la torre hay miles de lápidas que recuerdan a todos los que murieron en España, sea cual fuera el bando en que lucharon, por orden alfabético. Eso sí, no todos ellos están aquí. Algunos desaparecieron; otros fueron heridos en España pero murieron en Italia; algunos cuerpos han sido repatriados y unos pocos siguen en cementerios de Baleares. A pesar de todo, son más de 4.000 los que hay enterrados aquí, lo que convierte a la torre en un lugar absolutamente sobrecogedor. En las lápidas a veces se especifica alguna condecoración recibida, si era brigadista, de qué cementerio se le trajo aquí… pero lo más importante es que los familiares siguen visitando este lugar, dejando fotos, cartas, alguna flor…

Si queréis conocer esta impresionante torre podéis participar en nuestras visitas:

Cuándo – Domingos hasta el 14 de diciembre a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de San Antonio (Paseo de Cuéllar, 10)

Precio – 8 € (7 € para jubilados y estudiantes menores de 26 años; 4 € para parados)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

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Al final del Paseo de Cuéllar, junto al Canal Imperial, hay una iglesia dedicada a San Antonio que tiene una torre imponente y maciza. ¿Es un simple campanario? Pues no, nada más lejos. A principios de los años 40 Mussolini mandó construir en Zaragoza un Sacrario militare italiano para enterrar aquí los restos de la mayoría de los soldados italianos muertos en la Guerra Civil. El proyecto, una enorme torre que dominara toda la ciudad, se quedaría más o menos en la mitad de lo previsto, pero aún así es espectacular. ¿Habéis entrado alguna vez? Pues esto es lo que se ve desde la capilla que hay en la parte de abajo.
En un principio iban a enterrarse aquí solamente muertos del bando fascista, pero las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial llevaron a que la obra se acabase después de la muerte del dictador, con lo que también acabaron aquí los restos de algunos brigadistas internacionales. De arriba a abajo los muros están cubiertos de miles de lápidas con sus nombres, en muchas de las cuales hay notas, cartas… escritas por sus familiares, muchos de los cuales descubren todavía hoy que su tío, su abuelo, su hermano… están enterrados en Zaragoza.
Os proponemos, pues, descubrir un impresionante edificio lleno de recuerdos de aquella terrible «guerra de España»,  un lugar que nos hará viajar a un pasado peor, pero que también nos permitirá hablar de un presente y un futuro de reconciliación.
Cuándo – Todos los domingos hasta el 14 de diciembre a las 11’30 (excepto el 2 de noviembre)
Dónde – Puerta de la iglesia de San Antonio (Paseo de Cuéllar, 10)
Precio – 8 € (7 € para jubilados y estudiantes menores de 26 años; 4 € para parados)
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

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Esos ojos, esa boca, esos dedos… ¡¡¡Qué miedo!!!

Seguramente Béla Lugosi es una de esas personas a las que nunca invitarías a cenar, por si acaso (¿o sí?). Drácula es igualico, igualico que él, no hay más. Y es que ya desde pequeño Béla estaba destinado a convertirse en el conde más famoso del mundo. Para empezar, nació en la mismísima Transilvania, concretamente en Lugoj, y por eso se puso de nombre artístico Béla (que era su nombre real) Lugosi (o sea, el de Lugoj). Vamos, como Marifé de Triana, pero en rumano. No sabemos si por su origen, por su aspecto físico o por todo junto, pero el caso es que interpretó tantas veces al vampiro más famoso de todos los tiempos y se sintió tan identificado con él que cuentan que llegó a creérselo. Tanto, que pidió que le enterraran vestido con su capa negra forrada de satén rojo. ¿Cómo lo veis?

Después de ver esto, ¿quién se atreve a asegurar que los vampiros no existen?

Cuenta una vieja leyenda de Hollywood (probablemente más falsa que Judas) que en el entierro de Béla Lugosi se juntaron dos astros del cine de terror, Vincent Price y Peter Lorre, y mirándolo dijeron: «¿No deberíamos clavarle una estaca por si acaso?«. No lo hicieron, entre otras cosas porque parece que ninguno de los dos estuvo realmente en el funeral, pero aunque sea falsa la anécdota es genial. Y seguro que lo mismo piensan los que hicieron este muñeco «encantador».

¿Os imagináis dormir con «esto» en la habitación?

Pero estamos yendo muy deprisa. Es verdad que la muerte es el nacimiento a la no-vida de un vampiro, pero… ¿qué sabemos del auténtico Béla? Pues para empezar, que nació en 1882, 15 años antes de que Bram Stoker escribiera su novela «Drácula«. Y que al principio se ganó la vida como actor haciendo papeles «normales«. Y que por sus ideas políticas de izquierdas tuvo que marcharse primero a Alemania y luego a Estados Unidos, sin un céntimo en el bolsillo y pagándose el viaje trabajando en las máquinas del barco. Y que con treinta y tantos años encontró el papel de su vida. A partir de 1927, cuando empezó a interpretarlo en Broadway, y todavía más cuando lo llevó al cine en 1931, Béla Lugosi sería para todo el mundo el conde Drácula, y viceversa.

Drácula nunca fue tan elegante

No era la primera vez que la novela se llevaba al cine. Murnau había rodado en Alemania, en 1922, una película inolvidable: «Nosferatu«, aunque tuvo que cambiar el nombre de Drácula por el de Conde Orlok por no haber conseguido de la viuda de Bram Stoker los derechos de la novela.

De tan feíco casi da ternura, ¿verdad?

Nosferatu es un ser monstruoso, horriblemente feo y desagradable, con rasgos de roedor y largas uñas. Nada que ver con el Drácula que encarnará Béla Lugosi nueve años después: apuesto, seductor, impecablemente vestido… todo un galán.

Como para decirle que no, con ese gesto que tiene de estar encantado de haberte conocido

Aunque Tod Browning, que fue contratado por la Universal Pictures para dirigir «Drácula» en 1931, buscaba un actor desconocido para que resultase aún más siniestro (se decía que para «Nosferatu» habían contado con un auténtico vampiro para representar el papel, y había que estar a la altura), el estudio le impuso en el cásting a Béla Lugosi, que llevaba tres años representando al conde en el teatro con un enorme éxito. El acierto fue total. Béla pudo usar todos los recursos aprendidos durante 30 años de profesión: los gestos de la cara, su mirada penetrante, unas manos que pueden expresar desde el mayor refinamiento hasta el más absoluto terror, una media sonrisa capaz de helarte la sangre en las venas y un acento centroeuropeo que hacía aún más creíble el personaje. Os dejo aquí una escena para que podáis comprobarlo.

Ese ambiente de castillo gótico en ruinas combinado con la elegancia británica del vestuario; el conde parado en mitad de la escalera, con el candelabro en la mano; las sombras que lo cubren todo; el aullido de los lobos, «children of the night«, hijos de la noche, la música preferida del conde… ¡¡¡Inolvidable!!! He puesto la versión inglesa para que disfrutéis de la voz de Béla, de su hablar lento y parsimonioso, de sus movimientos tan elegantes como precisos, tan lentos como contundentes… todos los recursos que había adquirido en 30 años de profesión están aquí.

El conde quiere trasladarse a vivir (bueno, a no-vivir, para ser exactos) a Londres y ha contactado con un despacho de abogados para comprar una propiedad. Renfield será el primer enviado a Transilvania para resolver los detalles. El conde le recibe, le dice que ya ha cenado y echa una primera mirada a los contratos. Su invitado se corta con un cuchillo, aparece la sangre por primera vez y poco después el conde le da las buenas noches (una ironía como otra cualquiera). Cuando Renfield (que algo ya se debe oler) abre la ventana, ve revolotear un murciélago, y al poco llegan tres «vampiras» (lo de vampiresa sería más adecuado para ese tipo de mujer que es la perdición de los hombres, aunque no les saque la sangre literalmente), a las que el conde expulsa de allí. Esa misma escena de la cena aparece en muchas otras películas. ¿Queréis verla en alguna? Pues por ejemplo, pinchad aquí para ver cómo Nosferatu recibe a su invitado (id hasta el minuto 20, 18 segundos), o aquí para ver cómo en el año 2.000 se recreó aquel rodaje en «La sombra del vampiro«, una película en la que John Malkovich interpretó a Murnau, el director, y en la que se daba como real la leyenda de que contó con un vampiro auténtico para su conde Orlok. Cine que bebe del cine que bebe del cine que bebe de una novela que bebe de innumerables tradiciones que beben de la vida misma. Eso es arte, y del bueno.

Una imagen de la misma escena en el inolvidable «Drácula» de Coppola. El conde, su sombra (que va por libre) sobre el plano de Londres, el pasante enviado por el despacho de abogados…

Aquella película fue el mayor acierto de Béla Lugosi. Su mayor error lo tuvo muy poco después, cuando rechazó el papel de Frankestein, que llevaría al estrellato al que sería su eterno rival, Boris Karloff. Haría muchas más películas de terror, pero poco a poco su carrera se iría deslizando hacia abajo, pasando a la Serie B y más abajo aún. Murió arruinado y consumido por la morfina en 1956, pero los mitos nunca mueren. Hoy está enterrado en el cementerio de Holy Cross, cerca de Los Angeles, en una estupenda compañía. Si de noche vuelve a la vida podrá bailar con Ryta Hayworth mientras suena la música de Bing Crosby y John Ford dirige la escena, pues todos ellos (y muchos más) también están enterrados allí. Una compañía estupenda para pasar la eternidad, para qué nos vamos a engañar. Su tumba sigue siendo visitada por sus admiradores, que a lo mejor esperan verlo aparecer por allí en cualquier momento, quizá en forma de murciélago.

Si esta lápida pudiera hablar…

Alguien decía, siempre que hablaba de él: «He’ll be back«, o sea, volverá. Aquellas palabras fueron proféticas, porque Tim Burton volvió a darle vida en una estupenda película dedicada al peor director de cine de todos los tiempos, «Ed Wood«, con el que hizo sus últimos trabajos (Martin Landau consiguió el Oscar por su memorable interpretación de una estrella en la decadencia, y Johnny Depp, que interpreta a Ed Wood, vive hoy en la casa de Béla Lugosi, que la vida da muchas vueltas). ¿La habéis visto? Pues aquí os dejo un enlace a youtube para que podáis verla entera (está en varias partes, pero completa; cuando acabe cada una pinchad en la siguiente y ya está). En cualquier caso, como no quiero que os quedéis con esa imagen de un Béla olvidado por todos, enganchado a las drogas, arruinado… os dejo una imagen del actor en su esplendor:

Nunca habrá otro vampiro más elegante y seductor

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