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Posts Tagged ‘Nueva York’

Más de un millón de personas se concentran cada Nochevieja en Times Square para dar la bienvenida al nuevo año. ¿Os parecen muchos? La verdad es que no sabemos si el dato es de la organización, del gobierno civil o de los sindicatos, pero en este caso da igual, porque lo que importa es que allí se junta mucha gente, pero mucha, mucha, venida del mundo entero para vivir ese momento en directo. ¿Queréis saber más sobre esta tradición neoyorquina que hoy es mundialmente famosa? Pues seguid leyendo.

«Allá donde se cruzan los caminos…»

Lo primero de todo, ¿dónde está Times Square? Pues en el lugar en que se cruzan Broadway, la séptima avenida y la calle 42 con todos los caminos del mundo. Se forma ahí una gran plaza que hasta principios del siglo XX se llamó de otra manera, pero que cambió cuando en 1904 «The New York Times», probablemente el periódico más famoso del mundo, instaló aquí sus oficinas.

New York Times Titanic

¿Veis esta foto? Pues muestra la fachada del periódico en los días que siguieron al hundimiento del Titanic: la gente mira atenta a las enormes pizarras en las que se escribían a mano los titulares de última hora a mano. Hoy el «Times» ya no está aquí, pero a cambio tenemos la mayor concentración de luces y pantallas que se pueda imaginar.

Times Square ayer y hoy

Por aquellos años de principios del siglo XX toda esta zona también se convirtió en el corazón del mundo del espectáculo. Los teatros más famosos, los musicales más increíbles, las grandes estrellas del teatro y la canción, leyendas como Judy Garland, Liza Minnelli, Frank Sinatra o Lauren Bacall… Todo ese mundo es el que aparece en una película extraordinaria de 1950, «Eva al desnudo», que refleja como ninguna el mundo del teatro en Broadway. De 1953 es otra que también me vuelve loco, «Melodías de Broadway«, un inolvidable musical que trata de lo que hay detrás del montaje de una comedia. En ella hay un número extraordinario que cuenta precisamente eso, qué es el espectáculo: «That’s entertainment».

Hoy Times Square ocupa el 0’1% de la superficie de Nueva York, pero en este pequeño espacio trabajan casi 400.000 personas y se concentra el 11% de la actividad económica de la ciudad (para la que solo esta zona aporta unos 2.100 millones de dólares anuales en impuestos, que se dice pronto). En cualquier caso, Times Square no sólo es conocido por sus espectaculares marquesinas y sus teatros, sino también porque allí tiene lugar cada 31 de diciembre una fiesta multitudinaria para recibir el año. ¿Desde cuándo? Pues desde que en 1904 se trasladó aquí el New York Times. Aquel año ya organizaron una fiesta en este lugar, pero la primera vez que bajó la famosa bola (que fue una idea del director del periódico) fue en la Nochevieja de 2007. Por cierto, ¿queréis verla de cerca?

bola Times Square

Parecía pequeña, ¿verdad? Pues para nada. Más de 3’5 metros de diámetro y casi 6.000 kilos de peso, 2.688 triángulos de cristal y 32.256 lámparas LED. Casi nada, ¿no? Os pongo una foto para que la veáis mejor.

Bola

Desde 1907 ha realizado ese descenso cada año, a excepción de 1942 y 1943, cuando a causa de la Segunda Guerra Mundial la ceremonia fue sustituida por un minuto de silencio seguido de unas campanas. Hoy en día la fiesta comienza a las 17’00, y a las 18’00 en punto la bola sube hasta lo alto de un poste que tiene 23 metros de altura. A las 23’59 algún famoso (el año pasado, Lady Gaga) aprieta el botón y la bola comienza a descender mientras todo el mundo corea la cuenta atrás, que puede verse en todas las enormes pantallas de la plaza. 10, 9, 8. 7, 6, 5, 4,3, 2, 1, 0

Happy New Year

Cuando la bola llega al final del poste, justo a las 00.00 del año nuevo, se enciende un enorme cartel luminoso con el número del año en cuestión. En ese momento, la multitud grita enloquecida y cae una impresionante lluvia de confeti. ¿Confeti? Pues eso es lo que parece a primera vista, pero en realidad…

confeti

En realidad son miles y miles de deseos de gente de todo el mundo. Si estás en Nueva York puedes escribirlo tú mismo, y si no puedes mandarlo por Internet y lo imprimirán (entra aquí si quieres escribirlo ahora). Por cierto, como no podía ser menos en Estados Unidos los famosos también escriben el suyo.

Deseos

Una cuestión importante: todo este despliegue exige muchísima electricidad, ¿no? Pues bien, Duracell (los del conejito que dura y dura y dura) instala unas bicicletas estáticas para que todo el que quiera pueda pedalear y contribuir a producir electricidad para el evento, así que mientras uno está ahí dale que te pego a los pedales contribuye a iluminar el mundo. ¿Os parece bonito, o más bien una ñoñería?

Duracell

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. En el momento en que empieza el año todo el que puede se pone a cumplir  con el ritual de besar apasionadamente a su pareja. Y claro, como ya se sabe que en el fragor de la batalla uno pierde el control y se olvida del frío y de que la barba del otro raspa, ahí está Nivea, para repartir miles de barras de cacao. Aquí, como podéis comprobar, nadie da puntada sin hilo y todo el mundo aprovecha para hacerse una buena publicidad, que está la vida muy achuchá. Además, por si alguien hace tiempo que no ve a su pareja y aprovecha este momento tan íntimo para reencontrarse, se instala una «plataforma de besos» para que puedan demostrarle su amor a media Humanidad, recordando a aquel mítico beso de Times Square que fue lo que realmente puso fin a la Segunda Guerra Mundial.

beso Times Square

Y claro, como ya se sabe que en el fragor de la batalla uno pierde el control y se olvida del frío y de que la barba raspa, ahí está Nivea, para repartir miles de barras de cacao. Aquí, como podéis comprobar, nadie da puntada sin hilo y todo el mundo aprovecha para hacerse una buena publicidad, que está la vida muy achuchá. Además, por si alguien hace tiempo que no ve a su pareja y aprovecha este momento tan íntimo para reencontrarse, se instala una «plataforma de besos» para que puedan demostrarle su amor a media Humanidad.

beso Gaga

Aquí tenéis a Lady Gaga besando al alcalde el año pasado (evidentemente ella no es como la española, que «cuando besa, es que besa de verdad, y a ninguna le interesa besar por frivolidad«, sino más bien una fresca y una desahogada, que diría mi abuela), pero hay más. ¿Más? Pues sí, porque hay hasta bodas. ¿Quién querría casarse en medio de todo este follón, con tanto frío y rodeado de cientos de miles de desconocidos? Pues sin ir más lejos hace un par de años lo hicieron estos dos marines que se conocieron en la guerra de Irak. Estuvieron a punto de no poder llegar por la nieve, pero les pagaban todos los gastos de la boda y ya os podéis imaginar que no era cuestión de desaprovechar la ocasión.

Marines

¡Qué majicos y qué enamorados se les ve! En fin, dejemos que disfruten de su amor y nosotros a lo nuestro. ¿Qué, os imaginabais que pasaban tantas cosas a la vez en esta macrofiesta de Times Square? Pues estas y más. Yo no he estado nunca, pero a ver si un año de estos me animo, porque solo hay una forma digna de ser hortera y es serlo a lo grande. Y de eso, de hacer las cosas a lo grande, en Nueva York saben más que en ningún otro sitio.

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Estamos a 24 de diciembre de 1223, a punto de asistir al nacimiento de una de nuestras tradiciones más queridas: el belén. Eso sí, el belén viviente, que fue el que montó San Francisco de Asís en aquella lejana Nochebuena. El primer Belén que figuras, que sepamos, se hizo para un monasterio alemán en 1252, y el primero en España fue el de la catedral de Barcelona de 1300. Poco a poco fueron apareciendo los nacimientos hechos con grandes figuras de madera o de barro cocido, que en el siglo XVII pasarían de las iglesias, donde se instalaron los primeros, a las casas (con figuras de tamaño más pequeño). Eso sí, donde se convirtieron en una auténtica modalidad artística fue en el Nápoles del siglo XVIII, de donde Carlos III se los trajo a España. El fue quien en 1760 encargó para su hijo (el futuro Carlos IV, que entonces era Príncipe de Asturias) el maravilloso Belén del Príncipe, que es el que todos los años se monta en el Palacio Real de Madrid.

Un detalle del Belén del Príncipe

Se cuenta que en su mejor momento este belén llegó a tener casi 6.000 piezas (hoy sólo se conserva una pequeñísima parte), y que en el montaje participaba toda la Familia Real, incluidas la Reina y sus damas cose que te cose. Eran necesarias varias salas de palacio para montarlo y el público, igual que ahora, podía verlo. Si queréis ver algunas fotografías magníficas (publicadas por ¡Hola!), pinchad aquí. Y para que veáis cómo se recrean en él todos los más pequeños detalles de la vida cotidiana os dejó aquí una muestra, la tienda de un librero hecha con todo lujo de detalles. Todo lo que se podía ver en una calle napolitana del siglo XVIII aparece en estos maravillosos belenes.

El librero, y al fondo a la derecha el panadero

Si queréis conocer algo más sobre los orígenes del belén napolitano podéis pinchar aquí  para leer otro post de este blog, titulado «Curiosidades napolitanas: Se armó el Belén». Allí podréis viajar hasta la Vía San Gregorio Armeno, en pleno corazón de Nápoles, donde se encuentran hoy los mejores talleres de artesanos belenistas, que siguen manteniendo las tradiciones del siglo XVIII a la hora de hacer las figuras. En cualquier caso, hoy vamos a viajar hasta Nueva York, pues una de las tradiciones navideñas más arraigadas en la Gran Manzana es ir a ver el belén napolitano del Metropolitan Museum, el Met.

La tradición mediterránea del belén y el árbol del norte de Europa conviven aquí sin ningún problema. Sincretismo neoyorquino elevado a la máxima potencia

¿Cómo llegó este belén de más de 200 figuras al Met? Pues como muchas de las grandes obras de los museos americanos, por una donación. Loretta Hines Howard comenzó a coleccionarlo en 1925, y lo mostró al público por primera vez en 1957. Pocos años después, en el 64, lo donó al museo. Desde entonces y hasta su muerte lo montó personalmente cada año hasta su muerte en 1982. Hoy la encargada del montaje es su hija Linn, y su nieta, Andrea, estará encantada de tomar el relevo cuando llegue el momento. La continuidad está garantizada (para que luego digan que los americanos no tienen tradiciones).

¿Es o no espectacular?

De todas maneras, este belén no sería lo mismo sin el fondo de la reja de la catedral de Valladolid (otra forma muy americana de crear un museo es a golpe de talonario, comprando en Europa lo que no tienen) y sin el árbol de Navidad de siete u ocho metros con 50 ángeles napolitanos revoloteando entre sus ramas. Por cierto, ¿de dónde viene la tradición del árbol? Pues parece que en el norte de Europa se celebraba por estas fechas el nacimiento del dios del Sol, y lo hacían adornando un árbol de hoja perenne que simbolizaba el Universo: en la copa estaba la morada de los dioses y el palacio de Odín (el Valhalla), y en las raíces el reino de los muertos. Igual que habían hecho con las Saturnalia de los romanos y con otras fiestas los cristianos acabaron por incorporar esa tradición a la Navidad, que caía por las mismas fechas. Siempre es más fácil sumar que restar, ¿no? Pues eso. La costumbre se iría extendiendo a Alemania (1605), Inglaterra (1829), España (1870) y por supuesto Estados Unidos, donde cada año se enciende el Rockefeller Christmas Tree en medio de una auténtica multitud.

Uno de los 50 ángeles del árbol de Navidad del Met

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
Dónde – Taquillas del Museo Diocesano
Precio – 29 € por persona
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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De toda la vida yo he sido de los Reyes Magos, y eso no va a cambiar, pero… si de Nueva York se trata, hay que reconocer que Melchor, Gaspar y Baltasar no tienen allí mucho cartel. El que de verdad tiene tirón por aquellas tierras es Santa. Santa Claus, quiero decir. No hay más que oír a Bing Crosby para que quede bien claro.

En 1934 se compuso «Santa Claus is coming to town», vamos, que «Santa Claus está viniendo a la ciudad«. Para entonces ya se había convertido en un señor que vestía de rojo y venía cargado de regalos de algún lugar muy, muy lejano en un trineo tirado por ocho renos y uno más muy especial, que se llamaba Rudolph y tenía una nariz luminosa que venía de perlas para las noches de niebla. Sin embargo, esta historia comienza mucho, muchísimo antes. ¿Queréis saber dónde?

Todo comienza aquí, junto a las venerables piedras del templo de Saturno, en Roma

Resulta que los romanos tenían por estas fechas unas fiestas dedicadas a Saturno: las Saturnales. ¿Qué celebraban? Pues más o menos lo mismo que nosotros. A lo largo de la primavera el día se va haciendo más y más largo, hasta que parece que la luz va a triunfar definitivamente. Llegamos así al solsticio de verano, la noche más corta del año (que se llena de luz con las hogueras de San Juan, como si quisiéramos ayudar a que ese día durase 24 horas), y vuelta a empezar. La noche va alargando, alargando, alargando… hasta que la oscuridad lo cubre casi todo. Y ¿qué día es el más corto, a partir del cual el sol empieza a reconquistar su terreno perdido? Pues el del solsticio de invierno, que coincide justamente (y no es casualidad, por supuesto, pues Cristo se identificó con la luz del mundo) con nuestra Navidad. Todos hemos oído decir aquello de que «eres más corto que el día de Navidad«, ¿no? Pues a partir de ese día la noche empieza a acortar y eso hay que celebrarlo. Los romanos tenían las Saturnales, y los cristianos, que vinieron después, aprovecharon que la gente ya estaba acostumbrada a celebrar una gran fiesta por esas fechas y simplemente cambiaron el nombre. Por cierto, ¿sabéis lo que hacía la gente para las Saturnales? Se intercambiaban regalos. Como lo oís. Os suena, ¿no?

Los Reyes Magos, en el retablo mayor de la Seo de Zaragoza

La tradición de los regalos por estas fechas se ha mantenido. Otro día hablamos de los Reyes Magos, pero también podríamos hablar de la Befana, el Orentzero, la tronca de Navidad… y San Nicolás.

La iglesia de San Nicolás, en Zaragoza

Allá por el siglo IV, en tierras turcas, hubo un obispo que se llamaba Nicolás y que llegó a ser santo. Ahora bien, de ahí a que en muchos lugares se considere que es el que lleva regalos a los niños por Navidad… Vayamos por parte y todo tendrá sentido. Resulta que el hombre era muy caritativo, y lo primero que hizo fue repartir la fortuna de sus padres entre los pobres. Pero es que además cuentan que había por allí un hombre desesperado porque no podía casar a sus hijas (no tenía dinero para la dote) y aquellas pobres chicas iban a acabar en la prostitución (yo creo que había otras opciones menos radicales, tipo solterona, monja… pero bueno, ellos no lo debían ver así). Total, que San Nicolás les dejó a cada una un saquito con monedas de oro en el zapato. ¿Qué? ¿Os va sonando la cosa? Pues aún hay más. Era una época de crisis y penalidades, y un día unos niños fueron a pedirle algo de comer a un carnicero. No sólo no les dio nada, sino que los troceó y los metió en salazón (otro que no conocía el término medio; con haberles dicho que no valía, digo yo). Siete años después pasó por allí San Nicolás, vio el barril donde estaban (que no los hubiera vendido en todo ese tiempo es algo que escapa a mi capacidad de comprensión, pero bueno, cosas de santos y milagros) y los devolvió a la vida (enteros, no a trozos). Repartía dinero, lo dejaba en los zapatos, era bueno con los niños… de ahí a que San Nicolás se convirtiera en el que llevaba los regalos a las criaturas hay un paso.

Imaginaos la sed que tendrían los angelicos después de siete años en sal

Nos vamos ahora para el norte de Europa, y concretamente a Holanda. Allí llega todos los 5 de diciembre Sinterklaas (San Nicolás, en holandés), en barco de vapor y desde España, con su ayudante Pedrito el negro (realmente lo llaman Zwarte Pieten), que va echando unas galletitas a la gente. Luego monta en un caballo blanco y empieza su reparto (bueno, el que baja por las chimeneas es su ayudante, claro).

Qué cosas, ¿verdad? Nadie diría que sale de España, porque aquí no le hacemos ni caso al hombre y allí se desviven.

Por cierto, ¿adivináis qué ponen los niños holandeses, ya desde el siglo XV, la noche en que viene Sinterklaas? Pues sus zapatos junto a la chimenea, claro. Bueno, o sus zuecos, que para eso estamos en Holanda.

¿Quién nos iba a decir que esto de los zapatos venía de tan lejos?

Resulta, resulta… que Nueva York lo fundaron en realidad los holandeses, y su primer nombre fue Nueva Amsterdam (bueno, antes estuvieron los franceses, pero no dejaron mucha huella). Para allí se llevaron sus costumbres y sus tradiciones, y entre ellas la de Sinterklaas, que también llegaba hasta aquellas tierras todos los 5 de diciembre. Y en ese momento comienza un proceso que es la especialidad de los americanos: coger los viejos mitos europeos, transformarlos un poco o un mucho y después vendérnoslos por nuevos. Es decir, convertir al viejo San Nicolás-Sinterklaas en Santa Claus.

Comienza la transformación

Para empezar, el que transforma el nombre holandés en Santa Claus es Washington Irving (el de los «Cuentos de la Alhambra«), en un cuento que escribe en 1809: «Historia de Nueva York«. Unos años después, en 1823, se escribe un poema en que Santa Claus es un duende enano y delgado que regala a los niños juguetes por Navidad y que viene en un trineo tirado por ocho renos.

Leyendo las cartas…

Hacia 1863 se convierte en un anciano gordo, barbudo y bonachón, gracias a las tiras ilustradas por Thomas Nast para la revista Harper’s Weekly. Ya se va pareciendo a lo que conocemos, ¿no? Pero aún faltan bastantes detalles que ahora nos parece que llevan ahí toda la vida. Por ejemplo, ¿de dónde viene la idea de que Santa Claus vive en el Polo Norte, o en Laponia? Pues de una campaña de publicidad de Lomen Company, una empresa que vendía carne de reno. En la Navidad de 1926 llevaron por varias ciudades de Estados Unidos a Santa Claus en un trineo tirado por renos, que se convirtió en una de las tradiciones más queridas de la Navidad en USA. A partir de entonces ya todo el mundo tuvo claro que Santa Claus se desplaza en este medio de transporte, y punto. Ya sabéis, en América el márketing lo es todo. Tanto, que el traje de Santa también se asocia con otra campaña publicitaria. ¿Os imagináis de qué?

La chispa de la vida…

Pues claro, de Coca Cola, en 1931. No es que ellos se inventaran el color blanco y rojo del traje, pues antes también había aparecido vestido así. Pero está claro que contribuyeron definitivamente a universalizar al personaje y a hacer que su imagen fuera igual en todas partes. ¿Falta algo? Pues claro que falta, un personaje fundamental de la tradición, un reno con la nariz brillante y luminosa que es perfecta para guiar a sus ocho compañeros en las noches de nieve, niebla… Rudolph parece que se popularizó a partir de un cuento de 1939 (aunque ya existía antes), y si queréis conocer su historia nada mejor que oírla contada por dos monstruos: Bing Crosby y Ella Fitzgerald.

Hoy, Santa Claus está por todas partes, y uno puede ir paseando por Nueva York y encontrarse a 150, todos iguales, y cantando «Let it snow«, «Santa Claus is coming to town«, «Have yourself a merry little christmas» o cualquier otro éxito de ayer, hoy y siempre que nos hemos acostumbrado a oír en la voz de Judy Garland, Bing Crosby, Frank Sinatra, Dean Martin, Ella Fitzgerald… y otros grandes de la canción americana.

«Santa Claus is coming to town»

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
Dónde – Taquillas del Museo Diocesano
Precio – 29 € por persona
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
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¿Quién no se ha imaginado alguna vez patinando en esta pista de hielo mientras suena la banda sonora de «Love Story» o alguna ñoñería parecida?

De toda la vida, a los americanos (y con esto quiero decir norteamericanos, claro) les gustan las cosas grandes. Muy grandes, a poder ser. Más grandes todavía. Yo aún diría más: las más grandes. Y claro, cuando llega la Navidad quieren tener el árbol más grande del mundo. ¿Lo consiguen? Pues no lo sé, pero lo que sí logran es que sea el más famoso, porque no hay otro más conocido que el «Rockefeller Center Christmas Tree», o sea, el árbol de Navidad del Rockefeller Center de Nueva York.

¿Alguien no conoce esta foto?

Seguro que conocéis esta foto, la pesadilla de cualquiera que se dedique a la prevención de riesgos laborales y todas esas cosas. Pues bien, fue tomada en 1932, durante la construcción del Rockefeller Center, el proyecto privado más grande (¿qué os decía yo?) construido en el siglo XX. Los Rockefeller, que se habían forrado con el petróleo, plantearon un enorme complejo de edificios para oficinas, centro comercial y de ocio en pleno corazón de Manhattan. Llegó el crack del 29 pero ellos siguieron adelante, construyendo a lo largo de los años 30 un complejo impresionante, de lo más espectacular de Nueva York. Hoy se puede subir a la terraza del rascacielos que veis en esta foto (y que para mí es el más elegante de la ciudad), conocido como el edificio General Electric.

El séptimo edificio más alto de Nueva York, con 259 metros de nada (y 70 plantas)

¿Sabéis cómo se llama la terraza? A mí me encanta el nombre: «Top of the Rock«. Ya no puede ser más sonoro, más contundente y más comercial (que es de lo que se trata en los USA, no lo olvidemos, de hacer caja y que entre mucho cash, que diría mi admirada Carmen Lomana). ¿Queréis ver la vista que se tiene desde allí arriba?

¿Veis el Empire State Building justo al fondo? Pa’flipar, que diría el clásico

Pero vamos al grano, que nos estamos desviando. El Rockefeller Center es conocido por muchas cosas: por las Rockettes del Radio City Music Hall, que está ahí mismo (y cuyo nombre viene precisamente de Rockefeller), por la famosísima pista de hielo (¿en cuántas películas la habéis visto?) y sobre todo por el árbol de Navidad, una tradición que comenzó en los años 30. ¿Queréis ver cómo?

Unos inicios modestos, para qué mentir

Estamos en 1931 (un año antes de la foto de los obreros sentados en la viga), en plena Gran Depresión (todo es grande en América). Los trabajadores que están construyendo el Rockefeller Center instalaron un pino que adornaron con guirnaldas de papel y latas de conserva vacías. Dos años después ya se hizo un «encendido» oficial, y en 1951 comenzó a retransmitirse por televisión. Hoy es un fiestón, con cientos de miles de personas y famosos, famosillos y famosuelos (este año, por ejemplo, estarán allí Justin Bieber para las adolescentes, y Michael Bublé para las personas con gusto musical) que actúan junto a las Rockettes, que son las verdaderas protagonistas de la fiesta. ¿Las habéis visto alguna vez? Pues dadle a play y disfrutadlas. ¿Habéis visto alguna vez algo más perfecto? ¿Cuántos miles de horas de ensayos tiene que haber detrás de esas piernas que se levantan a la vez?

A lo mejor nosotros, con nuestro complejo de europeos, pensamos que 78 años no son nada, y que los americanos no necesitan mucho para convertir algo en una tradición «de toda la vida». Pobrecillos, no tienen historia, y todas esas cosas que tanto nos gusta decir. Pues bien: nuestra multitudinaria Ofrenda de Flores, absolutamente tradicional, entrañable y muchísimas cosas más… sólo tiene 53, así que esta vez también ellos se llevan el «más» (más antiguo, pero en cuanto a la gente que participa… eso habría que verlo). Eso sí, lo que más les preocupa es que su árbol sea el más alto, y para eso organizan toda una operación de búsqueda hasta que lo encuentran.

¿Cuál será el elegido?

Al Rockefeller Center llegan cientos de propuestas de todo Estados Unidos, ofreciéndoles el árbol perfecto. Además, el jefe de jardinería sobrevuela los bosques de Connecticut, Nueva Jersey, Ohio, Vermont y hasta de Canadá si es preciso hasta que encuentra el árbol ideal, siempre con más de 50 años de vida y más de 20 metros de altura. Este año, concretamente, 22 metros y 55 centímetros (o lo que es lo mismo, 74 pies, que dicho así parece más que veintipocos metros, ¿o no?). ¿Y dónde lo han encontrado? Pues en Mifflinville, Pensilvania, en la finca de la familia Keller, que está encantadísima de haber contribuido de esta manera a poner a su pueblo en el mapa (de no ser por esto, ¿alguien conocería Mifflinville?).

La familia Keller al completo (suponemos) posa feliz ante su árbol

Una vez elegido el árbol, comienza la delicada operación que culminará con el encendido, el primer miércoles después de Acción de Gracias (que es el tercer jueves de noviembre; este tipo de juegos a los americanos les encantan). Este año, será el 30 de noviembre, y para que todo esté a punto para ese momento el árbol llega unos 20 días antes a Manhattan. Este año llegó el día 11. ¿Queréis ver cómo ha sido el viaje desde el ya famoso pueblo de Mifflinville hasta el mismísimo corazón de la Gran Manzana? Pues aquí va el relato en imágenes.

¡¡¡A serrar!!!

¡¡¡Arbol va!!!

Cuidadín, no se rompa

Llegamos a Manhattan

¿Y ahora quién levanta esto?

¡¡¡Arriba con él!!!

¡¡¡Todos a una!!!

Ahí queda eso

El traslado de un árbol de más de 8 pisos de altura es una operación costosa y delicada, y si tenemos en cuenta que lo han convertido en todo un ritual, nos podemos imaginar la expectación que hay alrededor. Los medios de comunicación siguen el traslado paso a paso, hasta que el árbol queda instalado en su sitio. Y entonces… comienza la siguiente fase del proceso: la decoración. Y para eso lo primero que hay que hacer es construir un enorme andamio alrededor de nuestro árbol.

Todo listo para empezar a poner bombillas como locos

No es para menos: 30.000 luces (desde hace unos años, led de bajo consumo), ocho kilómetros de cable y una enorme estrella de cristal Swarovski coronándolo todo (enorme de verdad, de tres metros de diámetro y 250 kilos de peso). El resultado es… ¡¡¡ESPECTACULAR!!! Así que cada año se congregan allí cientos de miles de personas para el momento del encendido (aunque sólo lo pueden ver directamente unos pocos, que llevan allí horas y horas muertos de frío, porque la plaza es más bien pequeña).

Un momentazo, para que nos vamos a engañar. Recordad, este año el 30 de noviembre. Si estáis por allí, no os lo perdáis. Y si pensáis pasaros por Nueva York antes del 7 de enero, pues lo mismo. Como diría la canción, «It’s Chritsmas time in the city», y para escuchársela a otro, ¿quién mejor que Bing Crosby? Pues pinchad aquí y disfrutad.

Sólo hay una forma digna de ser hortera, y es esta: a lo grande

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
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Este mes de diciembre vuelven nuestras «cenas urbanas», y los miércoles 12 y 19 pasaremos un buen rato en una ciudad que me tiene loco, pero loco, loco: la incomparable Nueva York, el lugar más efervescente, dinámico y estimulante que existe en la Tierra.

Aunque la canción la estrenó la increíble Liza Minnelli, hay que ser justos y reconocer que fue Frank Sinatra el que le dio fama universal y la convirtió en un himno. Y es que no se puede retratar mejor a la ciudad en la que todo es posible, en la que cada día está lleno de oportunidades y cualquier cosa puede pasar.

«I want to be a part of it…», como dice la canción

¿Queréis pasar una velada en la ciudad más excitante del mundo? Pues no lo dudéis, porque si hay un mes en el que Nueva York es más, muchísimo más, es diciembre. A mí la Navidad ni me gusta ni me deja de gustar, la verdad (yo soy más de Semana Santa), pero en Nueva York es otra cosa. ¿Y por qué? Pues porque sólo hay una forma digna de ser hortera, y es a lo grande. Un Papá Noel solitario en una esquina repartiendo publicidad, pues ni fu ni fa, la verdad. 150 viniendo por la Quinta Avenida, haciendo sonar sus campanas y cantando todos a la vez «Let it snow«… eso es un subidón. Un árbol de Navidad corriente con cuatro luces tristes, pues una penica como otra cualquiera. El Rockefeller Center Christmas Tree (sí, ya sé que es una pedantería ponerlo en inglés, pero es que no se le puede llamar de otra manera), con la pista de patinaje a sus pies y el rascacielos más elegante de la ciudad detrás, todo lleno de luces de colores… pues otro subidón, que queréis que os diga.

No se ve en las imágenes, pero hay como medio millón de personas (no exagero, medio millón, o eso dicen ellos) con la nariz colorada y el gorro hasta las orejas, muertos de frío. Yo estuve una vez y actuaron Enrique Iglesias y Britney Spears, pero he conseguido superarlo y recordar sólo lo bueno. El ambientazo, la fiesta, las rockettes del Radio City Music Hall…

Por lo menos una vez en la vida hay que ir al «Radio City Christmas Spectacular», el increíble montaje navideño del Radio City Music Hall

Por cierto, ¿habéis oído hablar de las rockettes? ¿Cómo os lo explicaría yo? A ver, lo primero de todo, hay que ser o muy hortera o muy postmoderno para disfrutar de ellas, pero si cumples cualquiera de esos dos requisitos… no puedes perdértelas, porque no olvidarás nunca lo que has disfrutado. Ahí va un ejemplo.

En fin, que en las próximas semanas seguiremos hablando de Nueva York en Navidad: el belén napolitano del Metropolitan Museum, el Ejército de Salvación en las esquinas de la Quinta Avenida, la música de Cole Porter o Bing Crosby, películas como «¡Qué bello es vivir!» y muchísimas otras… Si quieres conocer estas y muchas otras historias… no te puedes perder nuestras cenas de los miércoles 12 y 19 de diciembre. ¿Queréis saber el menú? Pues os hemos preparado un paseo gastronómico por algunos de sus barrios, que es como decir una vuelta al mundo en ochenta minutos:

  • Chinatown (chino) – Dumplings de cerdo y gambas
  • Williamsburg (judío) – Latkes de patata y cebolla con salsa de yogur
  • Harlem (negro) – Costillas BBQ
  • Manhattan (mezcla total) – New York Cheesecake (o sea, la mejor tarta de queso que existe)
Y es que, aunque sigue habiendo gente que cree que los americanos no saben comer, en ningún lugar del mundo es posible comer tan bien, tan variado, tan original, tan todo… como en Nueva York. Y todo ello aderezado con música, cine, historias y muchas cosas más. No os lo podéis perder.

Dónde – Restaurante El Atrapamundos (C/ Mefisto, 4)

Cuándo – Miércoles 12 y 19 de diciembre

Precio – 22 € por persona

Forma de reserva – Llamando al 976207363 o entrando aquí

 

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