Hoy me he levantado con ganas de música, de fiesta y de verbena, que aún queda verano por delante. Y aquí estoy dándole vueltas a una pregunta esencial para la Humanidad. ¿Cuál es la canción italiana más famosa de todos los tiempos? Seguro que cada uno de vosotros tiene una respuesta, pero hay algunas en las que coincidiríamos todos:
«Felicitá» – Cuando aún eran felices y comían perdices, Al Bano y Romina ganaron el segundo premio en San Remo con esta canción en 1981.
«Azzurro» – Aunque no la compuso, Adriano Celentano fue quien la hizo famosa en 1968. Todavía sigue triunfando de verbena en verbena.
«Nel blu dipinto di blu» – conocida universalmente como «Volare» (más bien, «Volare o-o-o-o«). Domenico Modugno, el padre de los cantautores italianos, ganó con ella el festival de San Remo en 1958.
«Torna a Surriento» – se compuso en 1902 para la visita a Sorrento del presidente del consejo de ministros (con la intención de ablandarle el corazón y sacarle algún favorcillo). Os dejo una versión popular.
«O sole mio» – pocas canciones compuestas en 1898 tienen tan buena salud. La ha cantado todo el mundo, pero el que más famosa la hizo fue ni más ni menos que Enrico Caruso, el grandísimo tenor.
Podría haber otras en esta selección, pero no me negaréis que estas cinco son conocidas en el mundo entero. Pues bien, dos de ellas, probablemente las más famosas (junto con «Volare«, todo hay que decirlo) son canciones populares napolitanas, con más de un siglo de antigüedad y una salud de hierro. Y eso que, intencionadamente, no he puesto ninguna de Renato Carosone, como «Questa piccolissima serenata» o «Tu vuo fa l’americano«, que desde luego se lo hubieran merecido… En fin, y aquí es donde quería llegar yo: decir «canción italiana» es, la mayor parte de las veces, decir Nápoles.
Y es que Nápoles es la verdadera Italia. O por lo menos la de los tópicos que todos tenemos en la cabeza y que no tienen nada que ver con la gris e industriosa Milán. Nápoles es música, desde la ópera (especialmente si la canta el napolitanísimo Enrico Caruso) hasta la canción más popular.
Polichinela
Canciones populares napolitanas hay ya desde la Edad Media, pero no será hasta el siglo XVII cuando nazca la tarantela (un baile de movimientos muy vivos cuyo nombre parece que viene de la ciudad italiana de Tarento, y no de la creeencia de que bailarla era la única curación posible para una locura que producía la picadura de la única gran araña europea, la tarántula). La tarantela ya tiene la primera característica de la mayoría de las canciones napolitanas: es alegre y vitalista. Para que lo comprobéis, aquí os dejo una compuesta en el siglo XIX por Rossini.
Segunda característica: son canciones para cantar en solitario, generalmente por un hombre. Y aquí la influencia hay que buscarla en las arias de ópera, los momentos en los que los cantantes se lucían cantando en solitario. La ópera buffa (de argumento cómico) había nacido en Nápoles en el siglo XVIII, y por influencia suya las canciones populares se volvieron mucho más teatrales (todo en Nápoles es teatral: no hay más que ver cómo gesticulan compradores y vendedores en cualquier mercado).
Seguimos con la ópera, porque el que hizo famosa la canción napolitana en todo el mundo fue el grandísimo tenor Enrico Caruso, que las grabó en disco y solía cantarlas en el Metropolitan Opera House de Nueva York cuando le pedían bises. Para que quede claro que la relación con la ópera sigue viva, aquí tenéis a Pavarotti cantando mi preferida: «Funiculi, funicula«. La canción se compuso en 1880, cuando se inauguró el funicular. ¿Os imagináis toda esa gente con sus sombreros, tan elegantes, y silbando aquello de «funiculí, funiculá, funiculí, funiculá…«?
En 1830 ocurrió algo fundamental: nació el festival de canciones napolitanas de las fiestas de Santa Maria di Piedigrotta (muchísimo antes que San Remo o Benidorm, que nacieron en 1951 y 1959 respectivamente). En aquella época el nacimiento de las editoriales permitió que se rescataran del olvido montones de canciones, que los músicos ambulantes cantaban por la calle. El festival fue esencial para su difusión y también para que los mejores músicos se dedicaran a componer otras nuevas, y de ahí que aquellos años fueran una auténtica edad de oro. De ese período son «O sole mio», «Torna a Surriento» o «Funiculi, funicula», tres de las más populares. El otro gran momento tuvo lugar después de la II Guerra Mundial, cuando Renato Carosone enriqueció la canción napolitana con ritmos procedentes del jazz, la música africana… creando canciones animadas, divertidas y muy bailables que se convirtieron en auténticos éxitos internacionales. ¿Un ejemplo? «Mambo italiano«.
¿Queréis conocer más historias sobre Nápoles? Pues podéis participar en nuestras cenas napolitanas, los martes 7 y 21 de agosto y el 4 de septiembre. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar podéis llamarnos al 976207363 o entrar aquí. De momento, os dejo unos cuantos post de nuestro blog para que os vayáis animando a disfrutar de Nápoles con nosotros.
¿Hay algo menos lujurioso que una rebeca? «Cógete una rebequita, que por la noche refresca«. Suena a consejo de la Sección Femenina para la mujer española ideal. Y sin embargo, ¿hay algo más turbador que «Rebeca«, la obra maestra de Hitchcock? Cómo una película tan increíblemente excitante, morbosa y llena de rincones oscuros y prohibidos pudo dar nombre a una prenda tan inocente es un misterio para mí, pero ¿realmente hay rebecas inocentes? ¿O es que siempre esconden mucho más de lo que enseñan?
La protagonista de la película con su rebeca puesta
El diccionario de la Real Academia Española dice que una rebeca es una «Chaqueta femenina de punto, sin cuello, abrochada por delante, y cuyo primer botón está, por lo general, a la altura de la garganta«. Nada de particular si no fuera porque antes puntualiza que la palabra viene del nombre propio Rebeca, «título de un filme de A. Hitchcock, basado en una novela de D. du Maurier, cuya actriz principal usaba prendas de este tipo«. No se puede pedir más precisión, la verdad.
¿Tranquilizadora esta imagen? Ni lo más mínimo
Y aquí viene la primera cuestión, digamos que extraña. La actriz principal, Joan Fontaine, interpreta a un personaje que… ¡¡¡no tiene nombre!!! ¿Se le olvidó a Hitchcock? Para nada. Más bien todo lo contrario, que el amigo Alfred no daba puntada sin hilo. El nombre que flota a lo largo de toda la película es Rebeca, Rebeca, Rebeca, Rebeca, Rebeca… ¿Y quién es esa Rebeca? Un fantasma, una sombra, una mujer muerta en circunstancias poco claras cuyo recuerdo lo impregna todo, lo invade todo, lo contamina todo. Rebeca, Rebeca, Rebeca, Rebeca…
Asfixiante Rebeca…
Maximilian de Winter (al que llamaremos Max) ha perdido a su bellísima, encantadora, seductora, inteligente esposa Rebeca en un terrible accidente. Su cuerpo ha sido encontrado sin vida junto a la costa, y Max, aparentemente muerto de dolor, huye de su casa buscando recuperar la alegría perdida junto al sol del Mediterráneo. Allí conoce a una mujer (sin nombre, no lo olvidéis), se enamoran y se casan. ¿De verdad quería tanto a la difunta? Algunos se recuperan de la tragedia con una facilidad asombrosa, ¿no es cierto? En fin, todo va bien hasta que vuelven a Manderley, una casa en la que cada rincón huele a Rebeca…
Si no veis la pantalla pinchad aquí para descubrir cómo la nueva señora de la casa siente desde el umbral el peso de su predecesora. El ama de llaves, Miss Danvers, se encargará de que Rebeca siga reinando después de muerta en la casa y, por supuesto, en su corazón. Ese momento en que las dos se agachan a recoger los guantes, con la criada sosteniendo la mirada de una señora aterrorizada… es puro sexo. Miss Danvers sigue enamorada de Rebeca, y apenas se molesta en ocultarlo.
Rebeca, Rebeca, Rebeca… susurra Miss Danvers con ojos de loca enamorada al oído de la usurpadora. Nunca podrás ser como Rebeca… nunca… nunca… nunca…
¿De qué no será capaz una mujer enamorada? Su señora ya no le cuenta sus confidencias, ya no le regala de vez en cuando la caricia que se da a un perro fiel, ya no le permite ordenar su ropa mientras acaricia la tela que ha estado pegada a su piel… su señora está muerta, pero ella se encargará de que su recuerdo siga más que vivo y se convierta en algo asfixiante para la recién llegada. Nadie, nadie, nadie podrá sustituir nunca a Rebeca. Y si alguna se atreve a pretenderlo, invadiendo los dominios de la reina muerta… que esté preparada para todo. Esta escena es una obra maestra del decir y no decir, del dominio absoluto del terror psicológico, de la lujuria más desatada apenas escondida bajo las formas más contenidas. La mano de la señora Danvers acariciando la ropa interior de Rebeca en el cajón… ni siquiera las piernas de Marilyn Monroe en «La tentación vive arriba» pueden conseguir ese efecto devastador. Sólo la camiseta de Marlon Brando en «Un tranvía llamado deseo«, la mirada de Liz Taylor o el escote de Sofía Loren en cualquiera de sus películas son capaces de subir de esa manera la temperatura de la habitación. Pinchad en la pantalla y si no la veis aquí, y disfrutad de dos actrices de las que ya no quedan.
¿Terrible o adorable? ¿Las dos cosas a la vez? Enamorada, simplemente. Enamorada como una loca, pero ¿acaso hay otra forma de amor que merezca la pena? Capaz de todo, como las grandes heroínas. Nada le importa, nada se le pone por delante. E inmensamente trágica, porque ese amor nunca fue correspondido y ya nunca lo será, pero da lo mismo. El amor es eterno mientras dura, y la señora Danvers sabe algo que es la única verdad que realmente importa: el amor y el deseo son lo único que sobrevive a la muerte, porque como dijo Quevedo «cenizas son, más tendrán sentido / polvo serán, más polvo enamorado«.
Miss Danvers, una diosa de la lujuria emergiendo entre las cortinas
Por supuesto no os voy a contar el final. Corred a buscar la película donde sea y pasad una tarde maravillosa con ella. Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.
Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30
Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena
Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)
Cuando en 1563 don Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza, fundó la Cartuja de Aula Dei, ya existía un monasterio de esta Orden en Aragón: la Cartuja de las Fuentes, en los Monegros, fundada a principios del siglo XVI. Posteriormente se fundaría otro también al lado de Zaragoza, la Cartuja de la Concepción o Cartuja Baja (de ahí que a Aula Dei también se la conozca como Cartuja Alta).
Las condiciones de subsistencia de los monjes en la Cartuja de las Fuentes eran tan precarias, en un entorno tan pobre y desértico, que se plantearon trasladarse a un lugar más adecuado, cosa que hicieron en 1563. De las tres cartujas aragonesas Aula Dei fue la más rica (su participación en la fundación de la Cartuja Baja fue muy importante) y es la mejor conservada. Antes de construirla se estudiaron las que ya se habían construido antes en Cataluña y Valencia, y después de mucho pensar se diseñó un plano absolutamente racional y que respondía perfectamente a las necesidades de los monjes.
Aquí tenemos el plano de la Cartuja de Aula Dei. Está rodeada por una muralla baja con pequeños torreones, como se podía apreciar en las fotos de arriba. Esa muralla no forma aún un rectángulo perfecto, como en la Cartuja Baja (construida casi un siglo después), pero es bastante regular. En la parte de abajo del plano están las construcciones de servicios, las que están ocupadas por los criados y los hermanos legos (o sea, los que se encargan del funcionamiento diario del monasterio, lo que les obliga a estar en contacto con el mundo exterior). En la parte de arriba está el corazón del monasterio, la iglesia con dos claustros pequeños a los lados (uno de capillas, para que todos los monjes puedan cantar misa a diario, y otro con el refectorio, donde los domingos comen en comunidad) y el gran claustro con las celdas de los monjes detrás, en la parte más alejada de la puerta del recinto. Todo esto fue una auténtica novedad, y todas las cartujas españolas construidas después siguieron el modelo: Ara Christi en Valencia, la Cartuja Baja en Zaragoza, Nuestra Señora de las Fuentes en la provincia de Huesca y la de Jesús Nazareno en Valldemosa (Mallorca).
Aquí podemos ver el aspecto exterior del conjunto, magníficamente conservado. En el dibujo de arriba vemos la iglesia con su torre en primer plano, y detrás el gran claustro con las celdas de los monjes alrededor. En la vista aérea tenemos una impresionante imagen de ese claustro, con el cementerio en el centro (se distingue por el grupo de cipreses) y las 36 celdas alrededor, cada una de ellas con dormitorio, oratorio, estudio, comedor, huerto, taller y solana
La construcción de este magnífico conjunto fue posible gracias al apoyo del arzobispo de Zaragoza (nieto de Fernando el Católico y primo hermano de Carlos V) don Hernando de Aragón, que puso el dinero para que fuera posible una fundación «magnífica, suntuosa y cumplida«, que además pudo construirse en muy pocos años. Hasta el siglo XIX vivirían aquí los monjes sin sobresaltos, algo que acabaría con la Guerra de la Independencia, el Trienio Liberal (1820-1823) y la Desamortización de Mendizábal. Los monjes se marcharon, pero volvieron en 1901 y hasta hoy mismo han vivido en el monasterio. Ahora que se marchan, un tema del que hablaremos próximamente, no sabemos lo que ocurrirá con un lugar que, gracias a haber estado ocupado, se ha mantenido en un excelente estado de conservación.
Dentro del monasterio hay muchos espacios singulares, como la espléndida biblioteca, el claustrillo de capillas decorado con pinturas del siglo XVII de la vida de San Bruno, las pinturas del XVIII dedicadas a los siete sacramentos que los cartujos se trajeron de Francia en 1901, cuando volvieron tras la Desamortización… pero por encima de todo destaca la iglesia, contemporánea de la Lonja, de la última ampliación de la Seo… como en ellas, hay magníficas bóvedas de crucería estrelladas decoradas con florones de madera, muy propios de la arquitectura aragonesa de la época.
La iglesia se redecoró en el siglo XVIII, y fue entonces cuando se hizo el retablo y, sobre todo, las grandes pinturas murales de Goya, de las que hablaremos en el siguiente capítulo. De momento, si queréis descubrir este lugar con nosotros no os podéis perder la visita que hemos preparado.
Cuándo – Todos los sábados a las 12’00
Dónde – Portería de la Cartuja de Aula Dei a las 11’50, o parada del bus 28 en el Coso, nº 118 a las 11’10
Precio – 10 € por persona (8 € para jubilados y estudiantes menores de 26 años, 6 € para parados)
Y si queréis saber más sobre los cartujos aquí os dejo algunos post de nuestro blog, y si queréis seguirnos podéis entrar en http://www.facebook.com/gozARTE y pinchar «me gusta», o entrar en twitter @gozARTE:
¿Qué os parece este león tan colorido? Al verlo a mí me viene a la cabeza una jota que comienza así: «Cuatro leones tenía / el antiguo Puente Piedra…«. Habla de aquellos leones de piedra ya desaparecidos, pero de los que nos quedan algunas fotografías como ésta.
Uno de los leones de piedra del puente, en el lado del Arrabal
El Puente de Piedra siempre fue el acceso más monumental a Zaragoza. Uno lo iba cruzando y veía la fachada más espectacular de la ciudad, la que iba desde la Puerta de la Tripería (más o menos a la entrada del actual Puente de Santiago) hasta la del Sol (donde hoy está el Puente de Hierro): el conjunto de la Zuda y San Juan de los Panetes, el Pilar, las Casas de la Ciudad (el Ayuntamiento), la Lonja, la Puerta del Ángel, la Diputación del Reino (el actual edificio de Cáritas), el Palacio Arzobispal con la Seo detrás, casas ricas de nobles… en fin, todo un espectáculo.
Y precisamente por esa razón la mayoría de las vistas de la ciudad se hicieron desde la orilla de enfrente. Ésta que veis aquí arriba la hizo el yerno de Velázquez, Juan Bautista Martínez del Mazo, desde el convento de San Lázaro (donde está el Balcón del mismo nombre, claro), que tenía una galería con unas vistas estupendas. Allí se alojaba el príncipe Baltasar Carlos cuando estaba en la ciudad, y le pidió a su pintor que le pintara lo que veía cada día para podérselo llevar (muy portátil no es, porque mide 180 x 331, pero bueno…). Eso sí, cuando Mazo pintó este cuadro, que ahora está en el Museo del Prado, una riada se acababa de llevar la parte central del puente y era necesario utilizar el de tablas (que está a la izquierda, casi donde ahora está el de hierro).
No sabemos si en aquella época (el cuadro es de 1647) ya estarían los leones de piedra a la entrada y a la salida del puente, pero lo que es seguro es que a principios del siglo XX allí seguían. ¿Y por qué? Pues porque si ésta era la mejor entrada de la ciudad, la más monumental, la más todo… lo lógico era que a los viajeros los recibiera el animal heráldico de la ciudad, el que llevaba en su escudo ni más ni menos que desde mil ciento treinta y tantos, año arriba, año abajo. Otro día hablamos de qué pinta el león desde hace casi 900 años en el escudo de Zaragoza, pero hoy vamos a lo que interesa: ¿qué fue de aquellos leones de piedra? Pues lamento decir que no lo sabemos. Parece que existe el testimonio de un taxista que antes fue camionero y que cuenta que fue él quien los llevó a una gravera en las afueras de Zaragoza. ¿Quién sabe? La cuestión es que ya no están, y que «si lo viera el tío Jorge / de pena se moriría«, como dice la jota. Lo que está claro es que habían dejado un hueco que había que llenar, y…
En 1991 se colocaron los nuevos leones, obra del escultor Paco Rallo (como el caballito de la Lonja, p.ej.) sobre unos altísimos pedestales diseñados por José Manuel Pérez Latorre, el arquitecto encargado de la reforma del puente que se estaba haciendo en aquel momento. Nada que ver con los antiguos, la verdad. Aquellos eran pequeños, estaban agachados tranquilamente… estos son enormes (dos metros y medio de altura más siete de pedestal), están erguidos, altivos, orgullosos de su papel, vigilantes… Aquellos eran de piedra, y estos de bronce. Otra cosa completamente diferente, la verdad. Si aparecieran los antiguos y a alguien se le ocurriera que había que elegir unos u otros, yo no sabría con cuáles quedarme, porque me gustan todos.
Y no sólo me gustan esos, sino que hay 25 más… que me encantan. Cuando en el año 2006 El Corte Inglés cumplió 25 años en Zaragoza lo celebró de una manera muy peculiar. Se hicieron 25 leones de poliéster que reproducían a escala los del Puente de Piedra, y se le encargó a 25 artistas diferentes que los pintaran a su gusto. El resultado fue espectacular, pero lo mejor es que aquellos leones no desaparecieron. Están escondidos en diferentes lugares de Zaragoza, y cuando menos te lo esperas… te encuentras uno. Os proponemos un reto: ¿por qué no intentamos localizarlos entre todos? A medida que vayan apareciendo los iremos poniendo aquí, con el nombre de su descubridor. Vamos a hacer un mapa «leonino» de nuestra ciudad, ¿os apetece? De momento, os dejo los dos primeros:
Descubierto por Nacho e Irene, colegio de las Escuelas Pías
Sin pincháis aquí podréis encontrar el catálogo de aquella exposición, y veréis fotografías de los 25 leones.
Descubierto por Marisa, edificio Pignatelli
Descubierto por Ana, está en el Colegio La Salle Franciscanas
Ahí queda la propuesta: vamos a construir este post entre todos poco a poco. Iremos añadiendo las fotos de todos los leones que vayáis encontrando, las iremos geoposicionando para que todo el que quiera pueda acercarse a ver cada uno de los leones… esperamos vuestra colaboración para que sea algo hecho entre todos.
Y si queréis saber mucho más sobre la fauna que vive en los edificios, las calles y las plazas de Zaragoza podéis apuntaros el domingo 19 de mayo a nuestra ruta “Un safari en Zaragoza” a un precio muy especial con motivo del DÍA INTERNACIONAL DE LOS MUSEOS. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar podéis llamarnos al 976207363 o entrar aquí.
¿Conocéis la historia de Lola Puñales? Quintero, León y Quiroga, la Santísima Trinidad de la copla, la escribieron para Concha Piquer, que la grabó en 1948. Puro crimen pasional, sin tontadas ni concesiones a la ñoñería. Sentimientos de los de verdad, sin paños calientes. Asesinato del bueno, sin remordimientos. Pura verdad. Tan verdad, como que la historia estaba basada en hechos reales, como las películas americanas malas. Pero esta vez un crimen del que nadie se acordaría dio lugar a una joya como esta copla.
¿Cómo se pudo llegar a pensar que la copla era algo franquista? No me puedo imaginar nada más contrario al ideal de mujer que encarnaban Pilar Primo de Rivera y su Sección Femenina que esta Lola Puñales, tan dueña de su destino como para decir «que no me importa esta pena / ni ir a la trena / que estoy serena y en mis cabales«. Y ella misma dicta los cargos que se le deben imputar, cuando dice que «al causante de mis males / por jurar cariño en vano / sin siquiera temblarle la mano lo mató Lola Puñales«. Vamos, que no se esconde, porque entonces la cosa no tendría gracia. Le he matado yo y se lo merecía. Y punto. No ha sido un accidente, ni sin querer. Que quede claro. «Lo maté y a sangre fría / por hacer burla de mí / y otra vez lo mataría / si volviera a revivir«. Uffffffff. Tremenda, la Lola Puñales.
La Piquer, sin tapujos
¿Quién mejor para cantar aquello que una mujer que no hizo otra cosa en su vida sino lo que le dio la gana? Concha Piquer vivió con un hombre casado en plenos años cuarenta, dio a luz a su hija en Argentina para que tuviese una situación legal mucho mejor que la que podía tener en España la hija de una madre soltera, pagó gustosamente 500 pesetas de la época cada vez que le pusieron una multa por cantar «Ojos verdes» sin la letra aceptada por la censura (es decir, aquello de «apoyá en la puerta de mi casa un día» en vez de «apoyá en el quicio de la mancebía«), se retiró el día que quiso y en pleno éxito, sin encomendarse a nadie… y así sucesivamente. Si había una mujer dueña de su destino en aquella España de los años cuarenta y cincuenta, esa era Concha Piquer (bueno, y Lola Flores, pero dos monstruos geniales de ese calibre no me caben en un sólo artículo).
Aquí la Piquer parece la mismísima Lola Puñales tramando su venganza
María de los Dolores Castro y León fue la que inspiró a Quintero, León y Quiroga esta copla. Había nacido en un pueblo de la provincia de Córdoba hacia 1870, y no era gitana (eso se lo inventó Rafael de León porque así el personaje le quedaba más redondo). En realidad sus padres vivían de unas tierrecillas, pero eso no quedaba nada literario, la verdad. La cuestión es que el hijo del rico del pueblo le robó «la rosa de sus rosales«, como dice la canción, y no conforme con eso el muy sinvergüenza se lo contó a todo el que le quiso oír. Las consecuencias estaban claras: «con fatiguitas de muerte y sudores de agonía» se tuvo que marchar de su casa, y de allí primero a Córdoba y luego a Sevilla, donde sobrevivió medio cantando, medio bailando y prostituyéndose del todo. Como debía ser morena, de ojos brujos y flamenca (o sea, metida en carnes pero sin pasarse), era lo que se dice una mujer de bandera, y como encima despreciaba a los hombres después de que «aquel hombre moreno» se llevara «pa toa la vía / la rosa de sus rosales«, digamos que tenía éxito e incluso alguno llegó a arruinarse por ella.
La canción, de 1948, se incluyó dos años después en la película «Me casé con una estrella»
Pero, ay, el amor llega cuando uno menos se lo espera, y a la Puñales (que aún no se llamaba así, básicamente porque no había matado a nadie todavía) también le llegó. Un día vino por el café-cantante donde trabajaba un jovencito guapo, bien plantao, con aspiraciones de torero y con muy poca vergüenza, y claro… «sin saber cómo ni cuándo / tú te vas a enamorar. / Con el fuego estás jugando / y te tienes que quemar«. Y se quemó, vaya que si se quemó, pero entera: el angelico le sacó los dineros para librarse del servicio militar en Cuba y claro, le dijo que la quería y lo que hizo falta. Eso sí, prudentemente se calló que tenía novia formal y que además andaba medio liao con un influyente caballero sevillano que tenía mano en la Maestranza, y claro, el trabajo es lo primero y el chico quería torear, y los tiempos estaban muy perros y todo eso. ¿Torero? Ni novillero fue, que la Lola se encargó de cortarle la coleta en cuanto se enteró de todo aquello. «Corrió como loca / buscando la reja / en donde de otra los besos bebía…» y allí mismo, delante de la otra, le mató «y a sangre fría«, con nocturnidad, premeditación, alevosía y una sobredosis de amor y despecho a partes iguales. ¿Arrepentimiento? Eso para otras, pero no para Lola Puñales. No la condenaron a garrote vil porque lo de que fuera un crimen pasional tan claro sirvió de atenuante, pero cuando años después murió en el penal de Cartagena se tuvo que ir al otro barrio sin la absolución, porque ni entonces mostró ni el menor signo de arrepentimiento. Olé, olé y olé. Lo que se dice una mujer de bandera.
Sólo para acabar, otra copla extraordinaria, de las que me ponen los pelos de punta, que muestra la reacción contraria. La de la mujer que lo sabe todo y que lo calla todo, a la que le «duele la cal de los huesos de tanto querer» y que prefiere hacerse la tonta que perder a la persona a la que ama desesperadamente. Os dejo con «Los tientos del reloj«, también compuesta por Quintero, León y Quiroga, pero en este caso para Estrellita Castro y en los años 30. Otro tipo de ira, pero ira al fin y al cabo, igualmente intensa, apasionada y verdadera. Y es que el amor es lo único que lo justifica todo, lo único por lo que cualquier reacción, por airada, extravagante e incomprensible que sea se puede entender.
Si queréis conocer muchas más historias de amor de las tremendas, os dejo nuestra programación sobre HISTORIAS DE AMOR EN FEBRERO. Si queréis saber más entrad aquí o llamadnos al 976207363:
Viernes 13 y sábado 14 a las 21’30 – CENA TEATRALIZADA: UNA NOCHE CON LOS ROMAÑOS
Sábado 14 y domingo 15 a las 8’00 – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: LOS AMANTES DE TERUEL
Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30 – UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN #ZARAGOZA
Domingo 15 a las 11’00 – AMORES Y DESAMORES EN EL MUSEO DE ZARAGOZA
Y si queréis seguirnos podéis entrar en http://www.facebook.com/gozARTE y pinchar en «me gusta», o en twitter @gozARTE. Y si queréis conocer más historias de «Pecadores encantadores«, aquí os dejo dos de mis preferidos: Rebeca para la lujuria y Homer Simpson para la pereza.
Parece ser que el 13 de octubre de 1881 toreaban en Zaragoza Lagartijo y Frascuelo, los dos toreros que estaban en aquel momento en lo más alto del escalafón. Cuando las mulillas estaban arrastrando al quinto de la tarde el director de la banda se arrancó con los compases de una jota, y todo el mundo se puso a bailar en los tendidos. En 1906 Ramón Borobia, director de la Banda de Música del Hospicio Provincial (hoy conocida como Banda de la Diputación) actualizó los compases de aquella jota, y desde entonces se toca cuando sale el sexto, el «toro de la jota», que así se le llama, y todo el mundo la acompaña con palmas. Por cierto, que yo la aprendí de niño con una letra que es puro lirismo «A la Mari Pepa / le ha pillao el toro / le ha metido el cuerno / por el chirimbolo«. También la he oído dedicado a Mari Jose, Mari Pili, Mari Carmen…
Puerta principal del Coso de la Misericordia, y debajo una de las estupendas cabezas de toro que hay en ella
Ahora que tenemos música apropiada sí que estamos en condiciones de empezar, y lo primero es decir que nuestra ciudad es mucho más taurina de lo que parece. ¿No os lo creéis? Pues como aperitivo aquí va una prueba definitiva:
¿Sabíais que en esta famosísima foto Ava Gardner estaba en la Plaza de la Misericordia, de Zaragoza? Pues sí, allí mismo. Cerca debía estar su amigo Hemingway, y está tomada justo en el momento en que le brindaba un toro Julio Aparicio (padre, claro). El «animal más bello del mundo» se sentó al menos un par de veces en nuestra plaza de toros, en cuya inauguración había estado el mismísimo Goya cuando era joven (16 añicos tenía). Y algunas de las cosas que vio allí le debieron impresionar tanto que cuando hizo los grabados de la Tauromaquia, unos cincuenta años después, las seguía teniendo frescas en su memoria.
Temeridad de Martincho en la plaza de Zaragoza
¿Qué os parece? Fue por aquellos años cuando se fijaron las reglas del toreo tal y como lo conocemos, pero Goya aún conoció un espectáculo muy distinto. Hoy se llama «corrida goyesca» a aquella en la que los toreros van vestidos, más o menos, como en época de Goya, pero una verdadera corrida goyesca sería otra cosa muy diferente. Seguramente el pintor y sus contemporáneos se aburrirían en una corrida actual, mucho menos espectacular que lo que ellos estaban acostumbrados a ver, y es probable que disfrutaran mucho más en un concurso de recortadores. Y si no, mirad a Martincho en estos dos grabados. En el de arriba sentado en una silla, con grilletes en los pies y usando un sombrero como muleta… puro espectáculo, igual que en este otro:
Otra locura suya en la misma plaza
Sobran las palabras, ¿no? Martincho fue quien lidió el primer toro en la plaza de Zaragoza. Nació en Farasdués (una pedanía de Ejea de los Caballeros), y llegó a ser uno de los toreros más famosos de su época. Si queréis ver todo esto en directo, en las estampas de Goya, lo mejor que podéis hacer es acercaros cualquier día de estos al Museo Ibercaja Camón Aznar, el único del mundo que expone todos los grabados del pintor. En ellos viven estos toros que veis aquí, con unos cuernos bastante más afilados que los de ahora. Y por cierto, en nuestra ciudad no falta una Plaza de la Tauromaquia de Goya. ¿Sabéis dónde está? Pues pinchad aquí, y lo veréis.
Plaza de Toros con la Real casa de Misericordia (actualmente conocida como «el Pignatelli») al fondo
La plaza de toros de Zaragoza, probablemente la segunda más antigua de España, se inauguró en 1764 y su construcción fue iniciativa de Ramón de Pignatelli. Anteriormente las corridas de toros se celebraban en la plaza del Mercado, en el Coso o en el entorno de la Aljafería, en una zona que por esa razón se llamó Campo del toro. El objetivo de construir una plaza estable era contribuir a la financiación de la Real Casa de Misericordia, una gigantesca institución de caridad para la que se construyó el inmenso edificio que hoy es sede de la Diputación General de Aragón. Pignatelli consiguió que el gremio de carpinteros aceptara cobrar su trabajo en diez años, y se levantó un edificio con un aforo de 7.800 espectadores.
La plaza de toros después de la reforma de la segunda década del siglo XX
A principios del siglo XX la Diputación Provincial de Zaragoza, propietaria de la plaza, la reformó para ampliarla y darle un aspecto mucho más monumental. Prácticamente se construyó de nueva planta, pasando el aforo a más de 13.000 localidades. De entonces proceden las arquerías que la envuelven y le dan su aspecto tan característico, la portada monumental… tiempo después, en 1990, se convertiría en la primera plaza cubierta del mundo.
Cartel de las fiestas del Pilar de 1882
La Feria del Pilar cierra la temporada taurina, que se abre en Sevilla el Domingo de Resurrección, pero hay algunos festejos más a lo largo del año. Este es el cartel de la feria de este año, para la que queda poco más de un mes.
Lógicamente eso ha dado lugar a que a la sombra de la plaza hayan surgido a lo largo del tiempo bares, restaurantes… uno de ellos, el Mesón del Campo del Toro, es un auténtico museo taurino lleno de cuadros, esculturas, trajes de luces, carteles… y de toros, claro.
De todas formas, de todos estos locales de ambiente taurino el que mí más me gusta está lejos de la plaza. Es una pequeña taberna escondida en una callejuela del casco histórico, con unas tapas que están entre las mejores de Zaragoza y un nombre de lo más taurino: Los Victorinos (C/ José de la Hera, 6).
Fotografías, carteles auténticos de Fiestas del Pilar de hace muchos, muchos años, cabezas de toros… y unas tapas que están de rechupete
Ya que estamos hablando de toros, hablemos también un poco de toreros y concretamente de dos, cuyas tumbas están en el cementerio de Torrero. Los dos murieron en la plaza, los dos siendo jóvenes y con muy pocos años de diferencia.
La tumba de Florentino Ballesteros ya no tiene el busto de bronce del torero. Lo robaron el pasado noviembre
Florentino Ballesteros murió en 1917 después de una cogida en la plaza de Morón. Tenía una extraordinaria carrera por delante, y de hecho aquel año tenía firmadas 60 corridas y compartía cartel con Joselito y Belmonte. Su entierro fue una enorme demostración de duelo popular, porque la ciudad lo consideraba como a un hijo y viceversa (se había criado en el Hospicio Pignatelli, al lado de la plaza de toros). Su historia me recuerda a la de aquella copla que le compusieron Quintero, León y Quiroga a la Piquer en los años 50: Romance de valentía.
En cuanto a Herrerín, que se llamaba Jaime Ballesteros pero no era familia suya, había muerto en 1914 siendo todavía novillero. Los dos fueron rivales en los ruedos, pero sus tumbas están a pocos metros la una de la otra y las calles que la ciudad les dedicó también están juntas. ¿Dónde? Sólo os diré que están por el barrio de Las Fuentes.
La afición, representada como una mujer, llora a los pies de la tumba de Herrerín
La historia de Herrerín me recuerda a una canción de la época, que nuestra paisana Raquel Meller hizo famosa en el mundo entero: El relicario. Cuenta la historia de un torero… pero, casi mejor, oigámosla a ella.
Al lado de la plaza de toros, en lo que fueron los talleres del Hospicio Pignatelli (que se situaba en el edificio de la Real Casa de Misericordia), está el Museo Pablo Serrano (Instituto Aragonés del Arte y la Cultura contemporáneos), donde entre otras cosas se conserva una gran parte de la obra del escultor. ¿Y sabéis lo que tenemos? Pues toros, claro, pero eso sí, muy diferentes.
Entre los dos pequeños toros de arriba y el de abajo, de casi dos metros de altura, hay enormes diferencias. Para empezar, el material. Los dos de arriba, de poco más de 20 centímetros, están hechos con materiales tradicionales y nobles: piedra negra y bronce dorado. El de abajo está hecho con chatarra, lo que Pablo Serrano llamaba Hierros encontrados y soldados, o también Ordenaciones del caos, porque a partir de todo tipo de materiales que se encontraba en cualquier sitio (desde una chatarrería hasta el Vesubio) creaba algo nuevo. Los dos primeros son suaves, con superficies pulidas que apetece acariciar, mientras que el otro está hecho con chatarra oxidada, cortante, afilada… Pero hay una similitud entre las tres piezas: ninguna es una escultura abstracta. Las tres representan, aunque sea de forma muy distinta, algo que podemos reconocer e identificar, en este caso un toro, mientras que una obra abstracta no representa nada en concreto, aunque al mirarla podamos creer ver algo en ella (más o menos como cuando miramos las nubes y les encontramos parecidos con diferentes cosas).
En algún lugar del alero del patio del Museo Pablo Gargallo está el signo de Tauro
Por cierto, en otro museo zaragozano, el dedicado al gran Pablo Gargallo, hay otro toro, pero no es una de sus esculturas, sino que lleva ahí desde el siglo XVII, nada menos. En el alero de madera del patio se representa un zodiaco completo, con el signo de Tauro incluido, claro. No os pongo foto de detalle para no daros demasiadas facilidades, y que os animéis a ir a verlo en directo.
El toro de Osborne sobre el desierto
Hay muchísimos toros más en Zaragoza, pero… fuera de la ciudad también, y no muy lejos, porque en la provincia hay cinco toros de Osborne: Alfajarín, la Muela, Calatayud, Monreal de Ariza y Pina de Ebro. El toro de Osborne nació en 1956 para promocionar el brandy Veterano, pero hasta 1962 no se empezaron a fabricar las siluetas metálicas de 14 metros de altura que pronto se convirtieron en parte fundamental del paisaje español (y mejicano, ¿eso lo sabíais?). Si queréis conocer su historia, pinchad aquí. Hoy quedan 90, declarados Bien de Interés Cultural, y no sé a vosotros, pero a mí me encanta ir encontrándomelos de vez en cuando. No sólo me parecen espectaculares, sino que hacen que me sienta en casa. Y eso… no tiene precio.
El toro de Osborne es un protagonista más de «Jamón, jamón», rodada cerca de Zaragoza
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