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Posts Tagged ‘Noche en Zaragoza’

En este mes de febrero que dedicamos al amor no nos podíamos olvidar de una de sus caras: el desamor. Porque con todos los matices que queráis ponerle de odio, despecho, rencor, desengaño… el desamor no deja de ser otra forma de amor, y quizá la más intensa de todas. Y para demostrarlo, he elegido mis tres canciones preferidas, una española, una mejicana y una francesa (o más bien en francés, porque Jacques Brel era belga). Y empezamos por la primera:

«Te lo juro yo», mi copla preferida, cantada nada más y nada menos que por Lola Flores, que le saca a la letra todo el desgarro que tiene. Quintero, León y Quiroga, la Santísima Trinidad de la Copla, lo dejaron claro desde el primer verso: «Yo no me dí cuenta de que te tenía / hasta el mismo día en que te perdí«. Te he despreciado, me he hecho la interesante, he pasado de tí, te he dado celos pensando que aguantarías todo y que siempre te tendría ahí como Plan B… y resulta que me he pasado de la raya, se ha roto la cuerda de tanto estirarla y en ese mismo momento me he dado cuenta de lo que perdía. Para matarla, podréis pensar. Pues sí, para matarla, pero resulta que no es algo tan raro. Haced memoria, pensad en vuestra historia personal o en la de vuestros conocidos y seguro que encontráis a personajes así. Dispuestos a nada cuando lo tienen todo y dispuestos a todo cuando no tienen nada. Porque eso sí, ahora, cuando lo ha perdido, es capaz de cualquier cosa, de lo que sea, con tal de recuperar su amor: «Echame a los ojos un puñao de arena / mátame de pena / pero quiéreme«. Merece la pena escuchar la letra sin prisa y paladear la maravillosa interpretación de Lola Flores, que hace creíble esa copla como nadie, pero también me gusta de vez en cuándo oírsela a Manuel Bandera en «Las cosas del querer».

La segunda nos lleva hasta México, y es «Pa’todo el año», del inmenso José Alfredo Jiménez. Como decía Sabina «Las amarguras no son amargas / cuando las canta Chavela Vargas / y las escribe un tal José Alfredo«. Pues bien, en este caso os propongo oír la canción en la voz de María Dolores Pradera (que a sus 86 años sigue cantándola como nadie).

De entrada ya queda claro el tema: la pérdida del amor. «Por tu amor que tanto quiero / y tanto extraño«. Aquí no tenemos a alguien que se lo haya jugado todo y lo haya perdido, como en «Te lo juro yo«, sino a alguien que es el mejor retrato posible del abandono. Alguien que intenta superar esa inmensa pérdida y que no puede, y que se revuelve contra eso con desesperación. ¿Cómo es el otro? No lo sabemos, porque ni hay reproches ni insultos contra él. A lo mejor no es culpable de nada, salvo de haber dejado de querer a esa persona (algo que no se puede controlar). A lo mejor sí. No lo sabemos. Lo único que sabemos es que ella sigue completamente enamorada, pese a que diga con una mezcla de chulería y amargura que «Para de hoy en adelante / ya el amor no me interesa«. Hay un momento de la canción que a mí me pone los pelos de punta, y es cuando dice: «Si te cuentan que te vieron muy borracha / orgullosamente diles que es por tí, / porque yo tendré el valor de no negarlo / juraré que por tu amor me estoy matando / y sabrán que por tus besos me perdí«. ¿Conocéis algo más estremecedor, más desesperado, que produzca una desolación mayor que esos pocos versos? Pues sí, porque la canción aún sigue ahondando en el dolor hasta llegar al clímax final, cuando dice aquello de que «aunque yo no lo quisiera / voy a morirme de amor«. En fin, sublime. Os dejo también la versión original, la de José Alfredo Jiménez, que además de escribir interpretaba sus propias letras como nadie.

Y ya para acabar nos vamos a la más terrible de las tres, porque es un grito desesperado: «Ne me quitte pas». Seré capaz de lo que sea, pero no me dejes. «Moi, je t’offrirai / des perles de pluie / venues d’un pays / oú il ne pleut pas«. Yo te ofreceré perlas de lluvia venidas de un país en el que no llueve. Te ofreceré cualquier cosa, dice, pero no me dejes, por favor, no me dejes.

Al fin y al cabo, podemos volver a donde estábamos. Cosas más raras se han visto, dice: «On a vu souvent / rejaillir le feu / de l’ancien volcan / qu’on croyait trop vieux«. A menudo se ha visto como volvía a salir fuego de un volcán que todos creían que ya era viejo, o que de la tierra quemada nacía más trigo que el que da la mejor primavera. No me dejes, podemos volver a intentarlo. No me dejes. Hasta aquí es tremenda, pero lo estremecedor de verdad es el final. Está dispuesto a todo, a todo, por nada. Me esconderé a verte bailar, cantar, reír… «Laisse-moi devenir / l’ombre de ta main / l’ombre de ton chien«. Déjame convertirme en la sombra de tu mano, la sombra de tu perro. Es estremecedor pensar que somos capaces de cualquier cosa por conservar ya no el amor, sino una ficción del amor, y creo que nadie lo ha expresado mejor que Jacques Brel en estos versos (para tener la letra en francés entrad aquí). Aunque la Piquer… estuvo muy cerca, cuando cantaba aquello de «Dime que me quieres». Aunque no lo sientas, aunque sea mentira… pero dímelo.

Otro día más, pero de momento si queréis descubrir muchas más HISTORIAS DE AMOR EN FEBRERO, entrad aquí. Os dejo un resumen de lo que podréis encontrar:
  • Viernes 13 y sábado 14 de febrero a las 21’30 – CENA TEATRALIZADA: UNA NOCHE CON LOS ROMAÑOS
  • Sábado 14 y domingo 15 a las 8’00 – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: LOS AMANTES DE TERUEL
  • Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30 – UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA
  • Domingos a las 11’00 – AMORES Y DESAMORES EN EL MUSEO DE ZARAGOZA 

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Llega «febrerillo el loco«, y con él el Día de los enamorados. Pero como no podemos consentir que todo sean canciones ñoñas, dedicatorias cursis y tartas en forma de corazón, vamos a dedicar este mes nuestro blog al amor. Pero al amor de verdad, no al que aparece en la publicidad de los grandes almacenes. Al amor que es un terremoto que te sacude de arriba a abajo, que te cambia la vida en un segundo y que te convierte en un ser inmortal. Al que es una montaña rusa y tiene mil caras, del amor ciego al odio total, de la pasión al adulterio, de la locura al crimen. Y como vamos a dedicar nuestras «cenas de los martes» a «Amores y desamores en París», os proponemos descubrir a lo largo de este mes la ciudad en diez besos (más o menos). ¿Os apuntáis? Pues para ir preparando el ánimo, vamos a empezar con una canción de Edith Piaf, «À quoi ça sert l’amour?». Y si queréis la letra, tanto en francés como en español, pinchad aquí.

¿Para qué sirve el amor?, se pregunta. Se cuentan historias sin sentido, se dice que no se sabe de dónde viene, que hace sufrir y llorar… ¿Para qué sirve amar? Pues puede que una posible respuesta esté en el primer beso de esta serie, un cuadro maravilloso que a mí siempre me hace feliz. ¿Queréis verlo?

«El cumpleaños»

Un día Marc Chagall estaba en casa de un amigo y llegó alguien, de quien sólo pudo oír la voz. Un tiempo después conoció a la dueña de aquella voz y se enamoró para siempre de ella. A veces comieron perdices y a veces no (les pillaron las guerras mundiales, él era judío…), pero siempre fueron felices, porque se quisieron con locura. Chagall sabía que el amor te da alas y te hace flotar, porque él lo experimentaba cada día, y por eso en sus cuadros aparecen volando por encima de los tejados de París, sorprendiéndola con un beso el día de su cumpleaños…

«El paseo»

Tanto se querían, y tanto se notaba, que su amigo Pablo Gargallo le hizo este retrato. En él, dentro de la cabeza de Chagall, con sus rizos inconfundibles, está Bella flotando, con el mismo ramo de flores que lleva en este cuadro. ¿Y sabéis lo mejor? Pues que para verlo no tenéis que ir muy lejos. Lo tenéis en Zaragoza, en el Museo Pablo Gargallo. ¿No lo conocéis? ¿Y a qué estáis esperando?

Chagall visto por Gargallo

Otro día más, pero de momento si queréis descubrir muchas más HISTORIAS DE AMOR EN FEBRERO, entrad aquí. Os dejo un resumen de lo que podréis encontrar:

  • Viernes 13 y sábado 14 de febrero a las 21’30 – CENA TEATRALIZADA: UNA NOCHE CON LOS ROMAÑOS
  • Sábado 14 y domingo 15 a las 8’00 – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: LOS AMANTES DE TERUEL
  • Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30 – UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA
  • Domingos a las 11’00 – AMORES Y DESAMORES EN EL MUSEO DE ZARAGOZA

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¿Sois de los que pensáis que «Sonrisas y lágrimas» es una película ñoña? Pues yo soy de los que piensan que es una grandísima película y uno de los mejores musicales de la historia. Y para convenceros, ahí van mis diez razones.

1 – Un decorado maravilloso fotografiado extraordinariamente – No sólo Salzburgo, una fantástica ciudad barroca que está, con Praga, entre las mejor conservadas de Centroeuropa, sino también los Alpes, que son un protagonista más de la historia.

Una marco espectacular para las correrías de la familia Von Trapp

2 – Una historia real… que modificaron como quisieron – Hubo una auténtica María y un capitan Von Trapp, que tenía siete hijos también, aunque… ella se educó en el ateísmo más radical (aunque es cierto que acabó siendo monja), tuvieron tres hijos más después de casarse, no huyeron andando hacia Suiza como en la película (había unos cientos de kilómetros monte a través) sino hacia Italia e Inglaterra y acabaron en Estados Unidos convertidos en «Los cantores de la familia Trapp». Eso sí, para no echar a perder el negocio María los tuvo a todos en un puño y les impidió todo el tiempo que pudo que se echaran novias, novios o lo que fuera.

The von Trapp family singers

3 – Una protagonista con una personalidad arrolladora – La auténtica María von Trapp debía ser de armas tomar, pero la protagonista de la película no se queda atrás. Tiene mejor carácter pero no se le pone nada por delante: convierte las cortinas de su habitación en trajes para todos (en un arranque muy del tipo de Escarlata O’Hara), consigue que el capitán se ponga a cantar y con sus artes de monja se quita de en medio a una baronesa súper sofisticada.

Maria von Trapp – Julie Andrews

4 – Una historia de amor… con algunos obstáculos – Normal, si no se acabaría enseguida y dura casi tres horas. Primero, siete niños, que por resultón que sea el capitán y forrado que esté es como para pensárselo. Luego, una baronesa lagartona que intenta por todos los medios sacudirse a la monja para quedarse con su hombre. Luego, los nazis. En fin, un sinvivir.

María y el capitán, felices como codornices

5 – Un guión perfectamente construido – Tramas secundarias que se van enlazando con la principal alternando momentos dramáticos y cómicos, más emotivos y más ligeros, personajes que entran y salen, como las monjas, el cartero que se enamora de la hija mayor y que acaba con los nazis, delatando a nuestros protagonistas…

I’m sixteen going on seventeen

6 – Unos niños de película – ¿De verdad alguien piensa que era fácil encontrar a 7 niños guapetes, que supieran actuar, cantar y bailar, simpáticos y encima con alturas escalonadas? Pues no, y lo lograron, consiguiendo que fueran uno de los mayores ganchos de la película.

¿A que son ricos?

7 – Unos secundarios de lujo – Eleanor Parker, sobre todo, está maravillosa en el papel de la baronesa, lleno de matices (gracias también a un estupendo guión, que todo hay que decirlo). Como conseguir que comprendamos y perdonemos a un personaje que pone la zancadilla a nuestra adorada María es un misterio para el que sólo las grandes actrices tienen la respuesta. Las monjas también fantásticas, por cierto.

Magnífica Eleanor Parker

8 – Unos estupendos números musicales – Hasta los años 40 en las películas musicales la acción se detenía cuando empezaba a sonar la música, como si se abriera un paréntesis. A partir de «Un día en Nueva York», «Un americano en París», «Siete novias para siete hermanos», «Cantando bajo la lluvia»… la cosa cambió completamente, de forma que los personajes empiezan a cantar cuando ya no pueden seguir hablando, bien porque la alegría se les sale por los poros, porque es la única forma posible de expresar su pena… En «Sonrisas y lágrimas» cada número está perfectamente trabado con el guión, de forma que la película es puro ritmo.

9 – El trasfondo histórico de la anexión de Austria por los nazis – El capitán von Trapp es un patriota austriaco, un héroe de la primera Guerra Mundial (el personaje histórico también lo era) enemigo de cualquier tipo de colaboración con los nazis. La anexión de Austria por parte del Tercer Reich será la que desencadene el final de la película, con la familia huyendo de Austria, pero justo antes… hay un momento de emoción patriótica como sólo el cine puede lograr. A mí siempre me recuerda a una escena con la que siempre lloro, cuando la prostituta comienza a cantar «La marsellesa» en la barra del casino de Rick, en «Casablanca».

10 – Un final feliz… pero lleno de incertidumbres – Nuestros amigos consiguen escapar, pero ¿podrán salvarse? ¿Serán felices y comerán perdices? ¿Los pillarán? Nos quedamos sin saberlo, y ese cierre es de lo mejor de la película.

De camino a Suiza monte a través

Hasta aquí algunas de las razones por las que me encanta «Sonrisas y lágrimas», pero si todavía no estáis muy convencidos… si sois un grupo podemos organizaros una cena temática con un auténtico menú austriaco. Podéis poneros en contacto con nosotros en educacion@gozarte.net o en el 976207363 y lo  hablamos.

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¿El beso más famoso de la Historia?

No hay un beso más famoso que éste, ¿no? En realidad nada es lo que parece, porque ni era espontáneo (el fotógrafo les acababa de conocer en un café y les pidió que posaran para él) ni el amor duró eternamente, pero da el pego. Al fin y al cabo, el amor es eterno… mientras dura, sea un segundo o toda la vida. Si no, no es amor, es otra cosa. Y viendo este beso, uno siente que puede ser dueño del tiempo, hacer que los relojes se paren a tu alrededor y sentir que algo así puede durar para siempre (y a veces se consigue). Por cierto, ¿dónde se están besando? Pues delante del ayuntamiento de París, y por eso la foto se titula «El beso del Hôtel de Ville«. Y es que una de las pocas cosas acerca de las que hay un consenso universal es que París es un marco estupendo para cualquier historia de amor, aunque sean de esos «amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno«, que cantaba Sabina. Y no hay mejor melodía para recordarlo que el «Hymne à l’amour» de Edith Piaf.

¿Qué os parece irnos a pasar una velada a París? Os proponemos una noche en la que hablaremos de amores y desamores, de romances legendarios y anónimos, de pasiones (con sus crímenes correspondientes) y adulterios, de amantes de los reyes de Francia y de prostitutas de película… porque si hay un lugar en el mundo lleno de fascinantes historias de amor… ¡¡¡ese es París!!!

«El beso» de Brancusi, intenso y eterno como ninguno

¿Y qué tenemos para cenar? Pues os proponemos un recorrido por las distintas regiones de un país con una gastronomía tan maravillosa como Francia:

  • Provenza – Boullabaisse, sopa de pescados
  • Lorena – Quiche Lorraine
  • Borgoña – Boeuf bourguignon
  • Valle del Loira – Tarta Tatin de pera

¿Cómo lo veis? ¿Os apetece el plan? Pues si sois un grupo y estáis interesados, llamadnos al 976207363 y lo organizamos.

 

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De toda la vida yo he sido de los Reyes Magos, y eso no va a cambiar, pero… si de Nueva York se trata, hay que reconocer que Melchor, Gaspar y Baltasar no tienen allí mucho cartel. El que de verdad tiene tirón por aquellas tierras es Santa. Santa Claus, quiero decir. No hay más que oír a Bing Crosby para que quede bien claro.

En 1934 se compuso «Santa Claus is coming to town», vamos, que «Santa Claus está viniendo a la ciudad«. Para entonces ya se había convertido en un señor que vestía de rojo y venía cargado de regalos de algún lugar muy, muy lejano en un trineo tirado por ocho renos y uno más muy especial, que se llamaba Rudolph y tenía una nariz luminosa que venía de perlas para las noches de niebla. Sin embargo, esta historia comienza mucho, muchísimo antes. ¿Queréis saber dónde?

Todo comienza aquí, junto a las venerables piedras del templo de Saturno, en Roma

Resulta que los romanos tenían por estas fechas unas fiestas dedicadas a Saturno: las Saturnales. ¿Qué celebraban? Pues más o menos lo mismo que nosotros. A lo largo de la primavera el día se va haciendo más y más largo, hasta que parece que la luz va a triunfar definitivamente. Llegamos así al solsticio de verano, la noche más corta del año (que se llena de luz con las hogueras de San Juan, como si quisiéramos ayudar a que ese día durase 24 horas), y vuelta a empezar. La noche va alargando, alargando, alargando… hasta que la oscuridad lo cubre casi todo. Y ¿qué día es el más corto, a partir del cual el sol empieza a reconquistar su terreno perdido? Pues el del solsticio de invierno, que coincide justamente (y no es casualidad, por supuesto, pues Cristo se identificó con la luz del mundo) con nuestra Navidad. Todos hemos oído decir aquello de que «eres más corto que el día de Navidad«, ¿no? Pues a partir de ese día la noche empieza a acortar y eso hay que celebrarlo. Los romanos tenían las Saturnales, y los cristianos, que vinieron después, aprovecharon que la gente ya estaba acostumbrada a celebrar una gran fiesta por esas fechas y simplemente cambiaron el nombre. Por cierto, ¿sabéis lo que hacía la gente para las Saturnales? Se intercambiaban regalos. Como lo oís. Os suena, ¿no?

Los Reyes Magos, en el retablo mayor de la Seo de Zaragoza

La tradición de los regalos por estas fechas se ha mantenido. Otro día hablamos de los Reyes Magos, pero también podríamos hablar de la Befana, el Orentzero, la tronca de Navidad… y San Nicolás.

La iglesia de San Nicolás, en Zaragoza

Allá por el siglo IV, en tierras turcas, hubo un obispo que se llamaba Nicolás y que llegó a ser santo. Ahora bien, de ahí a que en muchos lugares se considere que es el que lleva regalos a los niños por Navidad… Vayamos por parte y todo tendrá sentido. Resulta que el hombre era muy caritativo, y lo primero que hizo fue repartir la fortuna de sus padres entre los pobres. Pero es que además cuentan que había por allí un hombre desesperado porque no podía casar a sus hijas (no tenía dinero para la dote) y aquellas pobres chicas iban a acabar en la prostitución (yo creo que había otras opciones menos radicales, tipo solterona, monja… pero bueno, ellos no lo debían ver así). Total, que San Nicolás les dejó a cada una un saquito con monedas de oro en el zapato. ¿Qué? ¿Os va sonando la cosa? Pues aún hay más. Era una época de crisis y penalidades, y un día unos niños fueron a pedirle algo de comer a un carnicero. No sólo no les dio nada, sino que los troceó y los metió en salazón (otro que no conocía el término medio; con haberles dicho que no valía, digo yo). Siete años después pasó por allí San Nicolás, vio el barril donde estaban (que no los hubiera vendido en todo ese tiempo es algo que escapa a mi capacidad de comprensión, pero bueno, cosas de santos y milagros) y los devolvió a la vida (enteros, no a trozos). Repartía dinero, lo dejaba en los zapatos, era bueno con los niños… de ahí a que San Nicolás se convirtiera en el que llevaba los regalos a las criaturas hay un paso.

Imaginaos la sed que tendrían los angelicos después de siete años en sal

Nos vamos ahora para el norte de Europa, y concretamente a Holanda. Allí llega todos los 5 de diciembre Sinterklaas (San Nicolás, en holandés), en barco de vapor y desde España, con su ayudante Pedrito el negro (realmente lo llaman Zwarte Pieten), que va echando unas galletitas a la gente. Luego monta en un caballo blanco y empieza su reparto (bueno, el que baja por las chimeneas es su ayudante, claro).

Qué cosas, ¿verdad? Nadie diría que sale de España, porque aquí no le hacemos ni caso al hombre y allí se desviven.

Por cierto, ¿adivináis qué ponen los niños holandeses, ya desde el siglo XV, la noche en que viene Sinterklaas? Pues sus zapatos junto a la chimenea, claro. Bueno, o sus zuecos, que para eso estamos en Holanda.

¿Quién nos iba a decir que esto de los zapatos venía de tan lejos?

Resulta, resulta… que Nueva York lo fundaron en realidad los holandeses, y su primer nombre fue Nueva Amsterdam (bueno, antes estuvieron los franceses, pero no dejaron mucha huella). Para allí se llevaron sus costumbres y sus tradiciones, y entre ellas la de Sinterklaas, que también llegaba hasta aquellas tierras todos los 5 de diciembre. Y en ese momento comienza un proceso que es la especialidad de los americanos: coger los viejos mitos europeos, transformarlos un poco o un mucho y después vendérnoslos por nuevos. Es decir, convertir al viejo San Nicolás-Sinterklaas en Santa Claus.

Comienza la transformación

Para empezar, el que transforma el nombre holandés en Santa Claus es Washington Irving (el de los «Cuentos de la Alhambra«), en un cuento que escribe en 1809: «Historia de Nueva York«. Unos años después, en 1823, se escribe un poema en que Santa Claus es un duende enano y delgado que regala a los niños juguetes por Navidad y que viene en un trineo tirado por ocho renos.

Leyendo las cartas…

Hacia 1863 se convierte en un anciano gordo, barbudo y bonachón, gracias a las tiras ilustradas por Thomas Nast para la revista Harper’s Weekly. Ya se va pareciendo a lo que conocemos, ¿no? Pero aún faltan bastantes detalles que ahora nos parece que llevan ahí toda la vida. Por ejemplo, ¿de dónde viene la idea de que Santa Claus vive en el Polo Norte, o en Laponia? Pues de una campaña de publicidad de Lomen Company, una empresa que vendía carne de reno. En la Navidad de 1926 llevaron por varias ciudades de Estados Unidos a Santa Claus en un trineo tirado por renos, que se convirtió en una de las tradiciones más queridas de la Navidad en USA. A partir de entonces ya todo el mundo tuvo claro que Santa Claus se desplaza en este medio de transporte, y punto. Ya sabéis, en América el márketing lo es todo. Tanto, que el traje de Santa también se asocia con otra campaña publicitaria. ¿Os imagináis de qué?

La chispa de la vida…

Pues claro, de Coca Cola, en 1931. No es que ellos se inventaran el color blanco y rojo del traje, pues antes también había aparecido vestido así. Pero está claro que contribuyeron definitivamente a universalizar al personaje y a hacer que su imagen fuera igual en todas partes. ¿Falta algo? Pues claro que falta, un personaje fundamental de la tradición, un reno con la nariz brillante y luminosa que es perfecta para guiar a sus ocho compañeros en las noches de nieve, niebla… Rudolph parece que se popularizó a partir de un cuento de 1939 (aunque ya existía antes), y si queréis conocer su historia nada mejor que oírla contada por dos monstruos: Bing Crosby y Ella Fitzgerald.

Hoy, Santa Claus está por todas partes, y uno puede ir paseando por Nueva York y encontrarse a 150, todos iguales, y cantando «Let it snow«, «Santa Claus is coming to town«, «Have yourself a merry little christmas» o cualquier otro éxito de ayer, hoy y siempre que nos hemos acostumbrado a oír en la voz de Judy Garland, Bing Crosby, Frank Sinatra, Dean Martin, Ella Fitzgerald… y otros grandes de la canción americana.

«Santa Claus is coming to town»

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
Dónde – Taquillas del Museo Diocesano
Precio – 29 € por persona
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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Este mes de diciembre vuelven nuestras «cenas urbanas», y los miércoles 12 y 19 pasaremos un buen rato en una ciudad que me tiene loco, pero loco, loco: la incomparable Nueva York, el lugar más efervescente, dinámico y estimulante que existe en la Tierra.

Aunque la canción la estrenó la increíble Liza Minnelli, hay que ser justos y reconocer que fue Frank Sinatra el que le dio fama universal y la convirtió en un himno. Y es que no se puede retratar mejor a la ciudad en la que todo es posible, en la que cada día está lleno de oportunidades y cualquier cosa puede pasar.

«I want to be a part of it…», como dice la canción

¿Queréis pasar una velada en la ciudad más excitante del mundo? Pues no lo dudéis, porque si hay un mes en el que Nueva York es más, muchísimo más, es diciembre. A mí la Navidad ni me gusta ni me deja de gustar, la verdad (yo soy más de Semana Santa), pero en Nueva York es otra cosa. ¿Y por qué? Pues porque sólo hay una forma digna de ser hortera, y es a lo grande. Un Papá Noel solitario en una esquina repartiendo publicidad, pues ni fu ni fa, la verdad. 150 viniendo por la Quinta Avenida, haciendo sonar sus campanas y cantando todos a la vez «Let it snow«… eso es un subidón. Un árbol de Navidad corriente con cuatro luces tristes, pues una penica como otra cualquiera. El Rockefeller Center Christmas Tree (sí, ya sé que es una pedantería ponerlo en inglés, pero es que no se le puede llamar de otra manera), con la pista de patinaje a sus pies y el rascacielos más elegante de la ciudad detrás, todo lleno de luces de colores… pues otro subidón, que queréis que os diga.

No se ve en las imágenes, pero hay como medio millón de personas (no exagero, medio millón, o eso dicen ellos) con la nariz colorada y el gorro hasta las orejas, muertos de frío. Yo estuve una vez y actuaron Enrique Iglesias y Britney Spears, pero he conseguido superarlo y recordar sólo lo bueno. El ambientazo, la fiesta, las rockettes del Radio City Music Hall…

Por lo menos una vez en la vida hay que ir al «Radio City Christmas Spectacular», el increíble montaje navideño del Radio City Music Hall

Por cierto, ¿habéis oído hablar de las rockettes? ¿Cómo os lo explicaría yo? A ver, lo primero de todo, hay que ser o muy hortera o muy postmoderno para disfrutar de ellas, pero si cumples cualquiera de esos dos requisitos… no puedes perdértelas, porque no olvidarás nunca lo que has disfrutado. Ahí va un ejemplo.

En fin, que en las próximas semanas seguiremos hablando de Nueva York en Navidad: el belén napolitano del Metropolitan Museum, el Ejército de Salvación en las esquinas de la Quinta Avenida, la música de Cole Porter o Bing Crosby, películas como «¡Qué bello es vivir!» y muchísimas otras… Si quieres conocer estas y muchas otras historias… no te puedes perder nuestras cenas de los miércoles 12 y 19 de diciembre. ¿Queréis saber el menú? Pues os hemos preparado un paseo gastronómico por algunos de sus barrios, que es como decir una vuelta al mundo en ochenta minutos:

  • Chinatown (chino) – Dumplings de cerdo y gambas
  • Williamsburg (judío) – Latkes de patata y cebolla con salsa de yogur
  • Harlem (negro) – Costillas BBQ
  • Manhattan (mezcla total) – New York Cheesecake (o sea, la mejor tarta de queso que existe)
Y es que, aunque sigue habiendo gente que cree que los americanos no saben comer, en ningún lugar del mundo es posible comer tan bien, tan variado, tan original, tan todo… como en Nueva York. Y todo ello aderezado con música, cine, historias y muchas cosas más. No os lo podéis perder.

Dónde – Restaurante El Atrapamundos (C/ Mefisto, 4)

Cuándo – Miércoles 12 y 19 de diciembre

Precio – 22 € por persona

Forma de reserva – Llamando al 976207363 o entrando aquí

 

Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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Esos ojos, esa boca, esos dedos… ¡¡¡Qué miedo!!!

Seguramente Béla Lugosi es una de esas personas a las que nunca invitarías a cenar, por si acaso (¿o sí?). Drácula es igualico, igualico que él, no hay más. Y es que ya desde pequeño Béla estaba destinado a convertirse en el conde más famoso del mundo. Para empezar, nació en la mismísima Transilvania, concretamente en Lugoj, y por eso se puso de nombre artístico Béla (que era su nombre real) Lugosi (o sea, el de Lugoj). Vamos, como Marifé de Triana, pero en rumano. No sabemos si por su origen, por su aspecto físico o por todo junto, pero el caso es que interpretó tantas veces al vampiro más famoso de todos los tiempos y se sintió tan identificado con él que cuentan que llegó a creérselo. Tanto, que pidió que le enterraran vestido con su capa negra forrada de satén rojo. ¿Cómo lo veis?

Después de ver esto, ¿quién se atreve a asegurar que los vampiros no existen?

Cuenta una vieja leyenda de Hollywood (probablemente más falsa que Judas) que en el entierro de Béla Lugosi se juntaron dos astros del cine de terror, Vincent Price y Peter Lorre, y mirándolo dijeron: «¿No deberíamos clavarle una estaca por si acaso?«. No lo hicieron, entre otras cosas porque parece que ninguno de los dos estuvo realmente en el funeral, pero aunque sea falsa la anécdota es genial. Y seguro que lo mismo piensan los que hicieron este muñeco «encantador».

¿Os imagináis dormir con «esto» en la habitación?

Pero estamos yendo muy deprisa. Es verdad que la muerte es el nacimiento a la no-vida de un vampiro, pero… ¿qué sabemos del auténtico Béla? Pues para empezar, que nació en 1882, 15 años antes de que Bram Stoker escribiera su novela «Drácula«. Y que al principio se ganó la vida como actor haciendo papeles «normales«. Y que por sus ideas políticas de izquierdas tuvo que marcharse primero a Alemania y luego a Estados Unidos, sin un céntimo en el bolsillo y pagándose el viaje trabajando en las máquinas del barco. Y que con treinta y tantos años encontró el papel de su vida. A partir de 1927, cuando empezó a interpretarlo en Broadway, y todavía más cuando lo llevó al cine en 1931, Béla Lugosi sería para todo el mundo el conde Drácula, y viceversa.

Drácula nunca fue tan elegante

No era la primera vez que la novela se llevaba al cine. Murnau había rodado en Alemania, en 1922, una película inolvidable: «Nosferatu«, aunque tuvo que cambiar el nombre de Drácula por el de Conde Orlok por no haber conseguido de la viuda de Bram Stoker los derechos de la novela.

De tan feíco casi da ternura, ¿verdad?

Nosferatu es un ser monstruoso, horriblemente feo y desagradable, con rasgos de roedor y largas uñas. Nada que ver con el Drácula que encarnará Béla Lugosi nueve años después: apuesto, seductor, impecablemente vestido… todo un galán.

Como para decirle que no, con ese gesto que tiene de estar encantado de haberte conocido

Aunque Tod Browning, que fue contratado por la Universal Pictures para dirigir «Drácula» en 1931, buscaba un actor desconocido para que resultase aún más siniestro (se decía que para «Nosferatu» habían contado con un auténtico vampiro para representar el papel, y había que estar a la altura), el estudio le impuso en el cásting a Béla Lugosi, que llevaba tres años representando al conde en el teatro con un enorme éxito. El acierto fue total. Béla pudo usar todos los recursos aprendidos durante 30 años de profesión: los gestos de la cara, su mirada penetrante, unas manos que pueden expresar desde el mayor refinamiento hasta el más absoluto terror, una media sonrisa capaz de helarte la sangre en las venas y un acento centroeuropeo que hacía aún más creíble el personaje. Os dejo aquí una escena para que podáis comprobarlo.

Ese ambiente de castillo gótico en ruinas combinado con la elegancia británica del vestuario; el conde parado en mitad de la escalera, con el candelabro en la mano; las sombras que lo cubren todo; el aullido de los lobos, «children of the night«, hijos de la noche, la música preferida del conde… ¡¡¡Inolvidable!!! He puesto la versión inglesa para que disfrutéis de la voz de Béla, de su hablar lento y parsimonioso, de sus movimientos tan elegantes como precisos, tan lentos como contundentes… todos los recursos que había adquirido en 30 años de profesión están aquí.

El conde quiere trasladarse a vivir (bueno, a no-vivir, para ser exactos) a Londres y ha contactado con un despacho de abogados para comprar una propiedad. Renfield será el primer enviado a Transilvania para resolver los detalles. El conde le recibe, le dice que ya ha cenado y echa una primera mirada a los contratos. Su invitado se corta con un cuchillo, aparece la sangre por primera vez y poco después el conde le da las buenas noches (una ironía como otra cualquiera). Cuando Renfield (que algo ya se debe oler) abre la ventana, ve revolotear un murciélago, y al poco llegan tres «vampiras» (lo de vampiresa sería más adecuado para ese tipo de mujer que es la perdición de los hombres, aunque no les saque la sangre literalmente), a las que el conde expulsa de allí. Esa misma escena de la cena aparece en muchas otras películas. ¿Queréis verla en alguna? Pues por ejemplo, pinchad aquí para ver cómo Nosferatu recibe a su invitado (id hasta el minuto 20, 18 segundos), o aquí para ver cómo en el año 2.000 se recreó aquel rodaje en «La sombra del vampiro«, una película en la que John Malkovich interpretó a Murnau, el director, y en la que se daba como real la leyenda de que contó con un vampiro auténtico para su conde Orlok. Cine que bebe del cine que bebe del cine que bebe de una novela que bebe de innumerables tradiciones que beben de la vida misma. Eso es arte, y del bueno.

Una imagen de la misma escena en el inolvidable «Drácula» de Coppola. El conde, su sombra (que va por libre) sobre el plano de Londres, el pasante enviado por el despacho de abogados…

Aquella película fue el mayor acierto de Béla Lugosi. Su mayor error lo tuvo muy poco después, cuando rechazó el papel de Frankestein, que llevaría al estrellato al que sería su eterno rival, Boris Karloff. Haría muchas más películas de terror, pero poco a poco su carrera se iría deslizando hacia abajo, pasando a la Serie B y más abajo aún. Murió arruinado y consumido por la morfina en 1956, pero los mitos nunca mueren. Hoy está enterrado en el cementerio de Holy Cross, cerca de Los Angeles, en una estupenda compañía. Si de noche vuelve a la vida podrá bailar con Ryta Hayworth mientras suena la música de Bing Crosby y John Ford dirige la escena, pues todos ellos (y muchos más) también están enterrados allí. Una compañía estupenda para pasar la eternidad, para qué nos vamos a engañar. Su tumba sigue siendo visitada por sus admiradores, que a lo mejor esperan verlo aparecer por allí en cualquier momento, quizá en forma de murciélago.

Si esta lápida pudiera hablar…

Alguien decía, siempre que hablaba de él: «He’ll be back«, o sea, volverá. Aquellas palabras fueron proféticas, porque Tim Burton volvió a darle vida en una estupenda película dedicada al peor director de cine de todos los tiempos, «Ed Wood«, con el que hizo sus últimos trabajos (Martin Landau consiguió el Oscar por su memorable interpretación de una estrella en la decadencia, y Johnny Depp, que interpreta a Ed Wood, vive hoy en la casa de Béla Lugosi, que la vida da muchas vueltas). ¿La habéis visto? Pues aquí os dejo un enlace a youtube para que podáis verla entera (está en varias partes, pero completa; cuando acabe cada una pinchad en la siguiente y ya está). En cualquier caso, como no quiero que os quedéis con esa imagen de un Béla olvidado por todos, enganchado a las drogas, arruinado… os dejo una imagen del actor en su esplendor:

Nunca habrá otro vampiro más elegante y seductor

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Va a hacer 450 años que se pintó uno de mis cuadros preferidos: «El triunfo de la Muerte«, de Pieter Brueghel el Viejo. No me preguntéis por qué ya me quedaba embelesado delante cuando mis padres me llevaban al Museo del Prado hace muchos, muchos años, porque no lo sé. Lo que sí recuerdo es lo que pensaba siempre: «por favor, por favor, por favor… si me tengo que morir que sea después de Semana Santa» (después de pasarla en Híjar, claro, tocando el tambor con mi gente).

«Cuando tú llegas airada / todo lo pasas de claro / con tu flecha», decía Jorge Manrique

Me sigue fascinando este cuadro. Su sentido está muy claro: la muerte siempre vence. ¿Siempre? Eso ya lo veremos, porque nosotros también tenemos nuestros pequeños (y no tan pequeños) triunfos sobre ella, pero lo que está claro es que viendo este cuadro no da esa impresión. Vamos a detenernos en alguno de sus detalles, pero como somos gente educada vamos a empezar por la protagonista, la propia Muerte, cabalgando sobre un caballo rojizo y dirigiendo a sus huestes.

La Muerte, cabalgando sobre su escuálido caballo y con la guadaña en la mano

Todos tenemos que morir, esto es una verdad indiscutible, pero ¿siempre ha sido así? Pues no, porque hubo un tiempo en que fuimos inmortales,o al menos eso cuenta la tradición cristiana, para la que la Muerte es una consecuencia del hecho de que Eva cogiera la manzana del árbol del Bien y del Mal y ella y Adán fueran expulsados del Paraíso. A partir de entonces los hombres no sólo estuvimos condenados a trabajar, sino también a morir. En cualquier caso, lo que siempre se ha considerado una condena, bien mirado, ¿no fue una liberación? Luego volvemos sobre eso, pero antes viene la primera victoria sobre la Muerte. ¿Os imagináis cuál es? Pues la resurrección de Cristo, claro. Y como según el Cristianismo Dios nos hizo a su imagen y semejanza… la consecuencia directa es que también resucitaremos.

La sangre de Cristo escurrió desde la cruz hasta el cráneo de Adán, limpiándolo así del pecado original y abriéndonos otra vez las puertas de la Eternidad, aunque sin liberarnos del trago de la Muerte

Sonarán las trompetas que nos convocarán al Juicio Final en el valle de Josafat, los muertos dejarán la fosa y San Miguel pesará las almas para decidir quién se salva y quién no. Como dicen los curas, igual que hemos compartido la muerte de Cristo compartiremos su resurrección.

El día del Juicio los muertos saldrán de sus fosas, desnudos pero de peluquería (como puede verse), que la ocasión no es para menos

No conozco ninguna representación más impactante del triunfo de Cristo sobre la Muerte que «La Canina«, el paso más singular de la Semana Santa de Sevilla. «La muerte venció a la propia Muerte«, dice una inscripción que lleva. Es decir, que la muerte de Cristo venció a la Muerte, y por eso todos podemos tener la esperanza de resucitar como él. Si queréis verla en la calle, el Sábado Santo por la tarde durante la procesión del Santo Entierro, pinchad aquí.

Canina se ha quedado la pobre de no comer, claro

La victoria de Cristo sobre la Muerte nos abre las puertas de la Eternidad, pero ¿conocéis algún concepto más terrible? ¿Os imagináis algo que no se acabe nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca…? Me da a mí que no hay Paraíso tan maravilloso que no llegue a aburrir. Saber que algo estará ahí siempre, siempre, siempre, siempre, siempre… ¿no le quita valor e interés? La vida se disfruta y se exprime más cuanto más presente tengamos que podemos perderla, que no es eterna y que antes o después moriremos.

«Si un día para mi mal / viene a buscarme la Parca», que diría Serrat

¿Cómo se ha representado a la Muerte a lo largo del tiempo? Los antiguos imaginaron a las Parcas, las tres hermanas que controlaban el hilo de cada vida: Cloto lo hilaba, Láquesis lo medía y Atropos lo cortaba. Esos nombres les dieron los griegos, pero a mí me gustan más los que les pusieron los romanos: Nona, Décima y Morta. Aquí las tenéis en acción en «Hércules«, la película de Disney.

Así de simple: un tijeretazo y ya está. Un segundo, un abrir y cerrar de ojos, o sea, «In ictu oculi«. Eso es lo que pintó Valdés Leal en sus inolvidables cuadros del Hospital de la Caridad de Sevilla. ¿Cuánto le cuesta a la muerte acabar con una vida? Lo mismo que apagar una vela, un parpadeo, no más.

«Como se pasa la vida / como se viene la muerte / tan callando». Jorge Manrique dixit

¿Desde cuándo se representa a la Muerte como un esqueleto? Pues desde el siglo XIII, más o menos, y sobre todo desde el XIV. Eran «tiempos recios«, la peste acechaba, las guerras eran algo habitual y los cuatro jinetes del Apocalipsis campaban a sus anchas por Europa. La Muerte te podía sacar a bailar en cualquier momento…

Bailando con la Muerte

Así lo contaban las «Danzas de la Muerte», donde ésta bailaba con el Papa y con el mendigo, con el caballero y con el emperador, con el joven, el niño y el anciano…

«Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir. / Allá van los señoríos / derechos a se acabar / e consumir. / Allá los ríos caudales / allá los otros medianos / e más chicos. / E llegados son iguales / los que viven de sus manos / e los ricos». Otra vez Jorge Manrique

Brueguel representa a la muerte montada en su caballo, con su guadaña y con su inmenso ejército de esqueletos. La imagen viene de los cuatro jinetes que ya aparecen en el Apocalipsis, donde se describe a la Muerte montada en un caballo bayo (de color pálido), como la imaginó Durero.

Los cuatro jinetes sembrando la destrucción

La Muerte, montada en el caballo que está más cerca de nosotros, atropella a todos los que se ponen por delante. ¿Hay algo que os choque? Pues probablemente sí, porque siempre la asociamos con una mujer pero aquí es un hombre. Y es lo habitual en aquella época, aunque poco a poco se fue representando como un personaje femenino (no siempre, en cualquier caso). De más o menos un par de siglos después, del XVII, es ésta otra imagen:

La tumba de Alejandro VII, en San Pedro

Bernini hizo esta tumba monumental, espectacular, para el Papa Alejandro VII. A lo mejor en esta fotografía no apreciáis el detalle, pero un esqueleto con un reloj de arena en la mano levanta esa pesada tela y sale de abajo, parece que de la mismísima cripta (a la que se accede por esa puerta de madera) para llevarse al Papa con él, como en las «Danzas de la muerte» medievales, de dos o tres siglos antes.

Tic, tac, tic, tac…

También como un esqueleto aparece en esta tumba del cementerio de los vampiros de Celakovice, susurrándole algo al oído a esta joven, probablemente que se vaya apurando, que esto se ha acabado y ha llegado su hora.

¿Vienes conmigo?

En cualquier caso, nadie cuenta ese momento como Jorge Manrique en sus coplas. Don Rodrigo, su padre, está a punto de morir, y en ese momento entra la Muerte en la habitación y habla con él con toda naturalidad: «En la su villa de Ocaña / vino la muerte a llamar / a su puerta«.

No se os haga tan amarga

la batalla temerosa

que esperáis,

pues otra vida más larga

de la fama glorïosa

aquí dejáis.

Y aunque esta vida tercera

tampoco no es eternal,

ni verdadera,

aún con todo es muy mejor

que la otra temporal,

perecedera.

No se podía resumir mejor lo que la gente de aquel tiempo pensaba. Esta vida terrenal que tanto disfrutamos y a la que nos agarramos como a un clavo ardiendo, vale poco. La buena es la vida eterna, la del Más Allá, junto a Dios, pero mientras tanto, y como ninguno nos resignamos a desaparecer completamente de la faz de la Tierra… queda un premio de consolación: la Fama. Que se acuerden de uno, y a ser posible para bien. Pura vanidad, si nos vamos a poner puntillosos, pero no está mal, ¿no? No deja de ser otra victoria sobre la Muerte, pues de alguna manera, y aunque sea algo también temporal, la Fama consigue vencerla durante un tiempo.

«Finis gloriae mundi», o sea, «El fin de las glorias del mundo»

Y sin embargo, también la Fama pasa y las vanidades del mundo acaban convertidas «En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada«, como decía Góngora. Mientras lo de la resurrección de los muertos no pase de ser una hipótesis, solo tenemos la certeza de una cosa que realmente puede vencer a la muerte. ¿Sabéis cuál es? De eso hablaremos el próximo día, pero os daré una pista que nos dejó Quevedo: «cenizas son, más tendrán sentido; / polvo serán, más polvo enamorado«. Así que el próximo día… hablaremos del Amor.

Y si queréis pasar UN OTOÑO DE MUERTE con nosotros, recorriendo el cementerio y muchos otros rincones desconocidos de nuestra ciudad, disfrutando con los versos del Tenorio y descubriendo las historias de los zaragozanos «del otro lado», tenemos un montón de propuestas para vosotros. Entrad aquí y las encontraréis, o si lo preferís llamadnos al 976207363 y os las contaremos.

Y si queréis descubrir otros posts de nuestro blog relacionados con este tema, aquí os dejo algunos:

 La Belleza y la Muerte

 El Tiempo y la Muerte

Drácula, Don Juan, el Amor y la Muerte

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Lo primero de todo: ¿por qué existe un día de Todos los Santos, si cada santo tiene su fiesta? Sin ir más lejos, para tal día como el 30 de octubre he encontrado a San Marcelo, San Alonso Rodríguez (viudo y portero, según el santoral católico), Santa Bienvenida Bolani, San Gerardo de Potenza y los beatos Angel de Acri, Terencio Alberto O’Brien, Alejandro Zaryzkyj y Dorotea de Montau. Y si vas a la Santopedia (juro que existe) todavía añade a San Claudio, San Lupercio, San Victorio y San Marcelo de León, Santa Eutropia de Alejandría, San Germán de Capua,  San Marciano de Siracusa, San Máximo de Cuma, San Serapión de Antioquía y un par de beatos más, Miguel Langevín y Juan Slade. Diecinueve, entre santos y beatos, y no sigo buscando porque seguro que encuentro más. Habrá días con más y otros con menos, pero si uno echa cuentas así por lo bajo se puede acabar preguntando: ¿pero tantos santos ha habido? Pues parece ser que sí, y aún deben parecer pocos, porque ya desde el principio la Iglesia pensó que alguno seguro que se les escapaba sin canonizar, que llevar el control de tanto martirio, tanto eremita que se retiraba al desierto a rezar toda la vida, tanta prostituta que se arrepiente y se pasa cuarenta años llorando encima de una calavera… en fin, que era complicado, y al final el papa Urbano II, allá por el lejano siglo XIII, decidió instituir la fiesta de Todos los Santos. Así, si alguno se había ido al cielo sin pasar por los altares se quedaba compensada la cosa, y en paz.

La infanta Elena sí que sabe: le puso a su chico Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, y así no queda mal con nadie

Tradiciones para Todos los Santos las hay de todos los colores. A mí el Halloween éste de los americanos me da bastante igual, la verdad sea dicha. Al fin y al cabo no deja de ser lo de siempre: tradiciones europeas que los americanos transforman más o menos y que luego nos devuelven como si fueran nuevas. Yo, en este caso, prefiero lo de toda la vida. Me encanta, por ejemplo, comer «huesos de santo«, y no sólo por lo ricos que están, sino por que me fascina que se llamen así y que encima intenten imitar a los de verdad, con el hueso de mazapán y el tuétano de yema. Mmmmmmm. Una deliciosa profanación, ¿no? Muy español, por otra parte, eso de que la santidad y el pecado vayan de la mano.

Ni más ni menos que desde el siglo XVII llevamos comiendo «huesos de santo». Y aún quedan

¿Santidad y pecado juntos y revueltos? Pues sí, y precisamente eso es lo que encontramos (y en cantidades industriales) en la principal tradición española relacionada con Todos los Santos. ¿Y cuál es? Pues el Tenorio, claro. No puedo imaginarme un 31 de octubre sin escuchar sus versos. «Oh, Don Juan, Don Juan, yo imploro / de tu hidalga compasión, / o arráncame el corazón / o ámame, porque te adoro«. Desde hace siglos la fiesta de Todos los Santos y la representación de la historia de Don Juan van de la mano en España, y aunque durante un tiempo pareció que poco a poco se iba a acabar perdiendo, lo cierto es que está resurgiendo cada vez con más fuerza. Se vuelve a representar cada vez en más teatros, pero también en iglesias (p.ej., en Sevilla utilizan la iglesia barroca de San Luis de los Franceses, un escenario que pone los pelos de punta), en cementerios… Nosotros, este año, otra vez vamos a dedicarle una cena teatralizada que va camino de convertirse también en tradicional.

La pareja, posando junto a la tumba de Doña Inés

¿Por qué se representa el Tenorio para Todos los Santos? ¿Y desde cuándo? La respuesta a la primera pregunta es fácil: una parte de la obra se desarrolla en un cementerio, entre tumbas y muertos que vuelven a la vida. Y en cuanto a la segunda, resulta que Zorrilla estrenó su obra en 1844, pero ya desde mucho antes se representaba la historia de Don Juan por estas fechas. Nada menos que desde que Tirso de Molina, allá por el primer tercio del siglo XVII, escribió «El burlador de Sevilla o el convidado de piedra«, creando así uno de los personajes más grandes de todos los tiempos. Luego vendrían muchas otras obras, como «No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, o el convidado de piedra«, de Antonio de Zamora, que se estaría representando hasta que Zorrilla escribió su «Don Juan Tenorio» en pleno Romanticismo. Y fuera de España también, porque Don Juan pronto se convirtió en un personaje universal. Moliére escribió su «Dom Juan oú le festin de pierre«, Mozart compuso una ópera inmortal, «Don Giovanni«, y así podríamos seguir hasta hoy mismo, porque el cine sigue volviendo al personaje de vez en cuando. Sin ir más lejos, de 1995 es «Don Juan de Marco«, protagonizada por Jonny Deep y con el mismísimo Marlon Brando en el reparto.

Don Juan

Doña Inés

¿Conocéis algún verso del Tenorio? A pesar de las muchas «versiones» de la historia que hay, los que todo el mundo conoce son los de Zorrilla, que no lo sabía, pero los escribió para que mucho tiempo después Paco Rabal los recitara con esa voz maravillosa. Entre él y su Doña Inés, Concha Velasco, hubo una química que pocas veces se ha dado entre esos dos personajes míticos. Una lástima que TVE no reponga aquellos «Estudio 1» en los que nuestros mejores actores representaban nuestros mejores textos clásicos. Al fin y al cabo, eran una estupenda forma de crear afición, ¿o no? Así se mantienen las tradiciones, haciendo que los chavales de hoy las sientan también como suyas. Y para ello nada mejor que encontrarse a Don Juan también en televisión.

Don Juan en la sevillana plaza de Refinadores

¿De qué va la obra? Pues resulta que Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía, calaveras notorios, borrachos, pendencieros, jugadores, mujeriegos… se juntan en Sevilla y ya se sabe, fanfarrones los dos… «que apostaron, me es notorio, /a quién haría en un año / con más fortuna, más daño«. Y un año justo después se vuelven a encontrar en torno a una mesa de La hostería del laurel de Sevilla, teniendo como testigos a sus amigotes y, sin saberlo (estamos en pleno Carnaval, así que pueden ir enmascarados) Don Diego Tenorio, padre de nuestro héroe, y Don Gonzalo, el comendador, padre de Doña Inés. Y con ese selecto público cada uno de ellos empieza a contar las barrabasadas que ha hecho en esos doce meses (y a fe mía que les cundió). Os dejo con Paco Rabal en el papel de Don Juan y a Fernando Guillén en el de Don Luis.

Si queréis conocer éstas y muchas otras historias, os proponemos vivir con nosotros UN OTOÑO DE MUERTE: visitas al cementerio (de día y de noche), excursiones, cenas… entrad aquí y encontraréis toda la información. Y si queréis pasar una noche CENANDO CON DON JUAN, los próximos días 1 y 2 de noviembre hemos organizado una CENA TEATRALIZADA en el mismísimo panteón de la familia Tenorio que no os podéis perder. Entrando aquí encontraréis todos los detalles. Y aún hay más, porque si queréis seguir los pasos de Don Juan por SEVILLA, os esperamos en la excursión que hemos preparado para el PUENTE DE LA INMACULADA. Entrad aquí y encontraréis el programa.

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¿Sabéis cuál es nuestra tradición preferida por estas fechas de Todos los Santos? Pues aparte de visitar el cementerio, que también, pasar un buen rato con don Juan y con doña Inés, que como de todos es sabido llevan siglos contándonos su historia cada mes de noviembre. Y como nos vuelven locos sus andanzas, y sabemos que a muchos de vosotros también, vamos a viajar cuatrocientos años atrás en el tiempo y nos vamos a cenar ¡¡¡al panteón de la familia Tenorio!!!

Don Juan y doña Inés, encantada junto a su tumba

¿Dónde? Pues en el mismísimo Palacio Arzobispal de Zaragoza. Allí, entre tumbas, conoceremos al mismísimo don Juan, pero también al posadero Buttarelli, a Brígida (liante y celestina como ella sola) y al fantasma de doña Inés, que intentará convencer a su chico de que tiene que arrepentirse en esa misma noche si no quiere que acaben los dos en el caldero de Pedro Botero. ¿Serán felices y comerán perdices o se pudrirán en el infierno? La cosa está dificililla, pero entre plato y plato nos iremos enterando de cómo acaba.

«Yo a Dios mi alma entregué / en precio de tu alma impura / y Dios, al ver la ternura / con que te amaba mi afán / me dijo: espera a Don Juan / en tu misma sepultura»

Os dejo el menú, pero recordad que si sois vegetarianos, celíacos, alérgicos… solo tenéis que decírnoslo al reservar y os prepararemos otra cosa.

  • Hojaldre de mousse de longaniza con frutos del bosque
  • Dados de rabo de toro deshuesado con mousse de patata
  • Panellets de piñones

Cuándo – Viernes 31 de octubre a las 21’30 y sábado 8 de noviembre a las 21’00

Dónde – Museo Diocesano de Zaragoza, Plaza de la Seo s/n

Precio – 35 € por persona

Reserva – Llamando al 976207363 o entrando aquí

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