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Posts Tagged ‘Fusilados en las tapias del cementerio’

¿Sois de los que creen que un cementerio es un lugar deprimente? ¿O más bien pensáis que son una inyección de vitalidad? Yo estoy cada vez más de acuerdo con la segunda opción, y voy a intentar demostrarlo. Eso sí, hay que reconocer que es cierto que todo en un cementerio nos recuerda que el tiempo pasa, que nada es para siempre y que todo se convertirá «en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada«, como dijo Góngora. Las tumbas abandonadas, las cruces rotas, las lápidas en las que el musgo oculta el nombre de los que están enterrados allí… Y sin embargo, al menos en teoría, en un cementerio el tiempo se ha congelado a la espera del día del Juicio Final, ese día en que el ángel del panteón de la familia Repullés de la Lata, en el cementerio de Torrero, acabará de bajar la escalera para anunciar que ha llegado la hora de abandonar las tumbas.

Las trompetas convocarán a los muertos, que levantarán la tapa del sepulcro para acudir al Juicio Final en el Valle de Josafat, como en estas pinturas de la pequeña ermita de San Miguel, situada en mitad del minúsculo cementerio de Barluenga, cerca de Huesca.

Pero mientras llega el «Día de la ira», si es que tiene que llegar, lo cierto es que cada lápida, cada esquela, cada flor que vemos nos cuentan historias que no nos dejan olvidar que la muerte viene en un abrir y cerrar de ojos, «In ictu oculi«, como pintó Valdés Leal en este terrible cuadro del Hospital de la Caridad de Sevilla. En él un indiferente esqueleto apaga con sus dedos descarnados la llama de una vela en un segundo, mientras con la otra mano sujeta la guadaña con la que segará nuestra vida y el ataúd que nos está destinado.

Igual de terrible es este bodegón de Antonio de Pereda que se conserva en el Museo de Zaragoza, y al que le cuadra perfectamente el título de «Naturaleza muerta» que se suele dar a este tipo de pinturas. Tres calaveras nos recuerdan esa frase que aparece en muchas tumbas: «Como te ves, yo me vi. Como me ves, te verás«. Y por si no quedara suficientemente claro, junto a ellas hay un reloj con la llave para darle cuerda. Tic, tac, tic, tac, tic, tac…

Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Siempre el reloj para recordarnos que el tiempo nunca se detiene y cada vez nos queda menos, menos, menos, menos, menos… Como ese esqueleto que sale bajo la tumba de Alejandro VII mostrándonos un reloj de arena que lleva en la mano, para recordarnos que nuestro turno también está cerca y que ninguno tenemos ni idea de cuántos granos nos quedan.

O como ese otro que ve Don Juan Tenorio en los últimos instantes de su vida, en el diálogo alucinante que mantiene con la estatua del comendador, Don Gonzalo de Ulloa, a la que él mismo había invitado a cenar (mostrando muy poco respeto por los muertos):

Don Juan ¿Y ese reloj?

Estatua                                Es la medida

                         de tu tiempo.

Don Juan                            ¡Expira ya!

Estatua       Sí, en cada grano se va

                          un instante de tu vida.

Don Juan   ¿Y esos me quedan no más?

Estatua       Sí.

Don Juan          ¡Injusto Dios! Tu poder

                          me haces ahora conocer,

                          cuando tiempo no me das

                          de arrepentirme.

Estatua                                             Don Juan,

                          un punto de contrición

                          da a un alma la salvación,

                          y ese punto aún te lo dan.

Don Juan cogió al vuelo la oportunidad que se le brindó en el último momento, y gracias al amor de Doña Inés se arrepintió de todas las barrabasadas que había hecho justo en el momento en que caía el último grano en el reloj de su vida. Pero como todos tenemos el nuestro, os voy a hablar de otro reloj de arena que, lamentablemente, no os puedo enseñar porque hace tiempo que desapareció. Estaba en el cementerio de Torrero, al pie de esta impresionante escultura:

Estamos en 1907 y Enrique Clarasó, uno de los mejores escultores funerarios que ha habido en España, nos dejó aquí una obra magnífica hecha para la familia Gómez y Sancho (propietaria de un almacén de tejidos que estaba en la calle Manifestación y que cerró hace no mucho): El Tiempo pasa las hojas del libro de la vida.  Un anciano calvo y de larga barba, que mira no sabemos dónde, tiene entre sobre sus rodillas un gran libro cuyas hojas va pasando sin mirarlas siquiera…

Eso sí, las hojas del libro de la vida no se pasan y ya está. ¿Acaso es posible releerlo? No, porque cada minuto que vivimos pasa para siempre, no hay vuelta atrás, y por eso cada hoja que pasa la arruga entre sus manos y la arranca (la haya leído o no), arrojándola al suelo. ¿Queréis ver una de ellas? Pues aquí la tenéis. «Breves son las horas de los hombres«, dice, una cita del libro de Job que nos sigue recordando que el tiempo pasa inexorablemente.

Clarasó se inspiró para esta espectacular escultura en otra no menos impresionante, que casualmente también se hizo para una tumba: el «Moisés«, hecho por Miguel Angel para la del Papa Julio II a principios del siglo XVI. El mismo anciano de largas barbas, la misma torsión del cuerpo, la misma mirada dirigida al infinito… pero contemplando algo distinto. En el caso de Moisés, seguramente el terrible poder de Yahvé después de entregarle las tablas de la ley en el Sinaí, o quizá a los israelitas adorando el becerro de oro; en el caso del Tiempo, quizá esté contemplando la eternidad y le baje un escalofrío por la columna vertebral al darse cuenta de lo que eso significa. Siempre, siempre, siempre, siempre, siempre… sin la consoladora posibilidad de un final.

El Moisés es pura tensión y movimiento, aunque debido a su colocación en la tumba solo podemos verlo de frente y en parte desde los lados. En cambio la escultura de Clarasó está colocada en el centro, de forma que podemos girar alrededor de ella y cada punto de vista nos cuenta nuevas cosas.

¿Cuántas hojas quedan en nuestro libro? ¿Cuántos granos quedaban en el reloj de arena que estaba a los pies de la escultura? No lo sabemos, nadie lo sabe, y por eso cada una de las tumbas que vemos en un cementerio nos está gritando que aprovechemos el tiempo que nos quede, sea mucho o poco, y que disfrutemos de ese inmenso regalo que es la Vida, con mayúsculas. Y por eso los cementerios son una enorme inyección de optimismo, porque uno sale de ellos sintiéndose mucho más vivo que cuando entró y deseando exprimir al máximo las posibilidades de cada segundo. Lo único malo es lo pronto que se nos olvida. ¿O no?

Y si queréis pasar UN OTOÑO DE MUERTE con nosotros, recorriendo el cementerio y muchos otros rincones desconocidos de nuestra ciudad, disfrutando con los versos del Tenorio y descubriendo las historias de los zaragozanos «del otro lado», tenemos un montón de propuestas para vosotros. Entrad aquí y las encontraréis, o si lo preferís llamadnos al 976207363 y os las contaremos.

Y si queréis leer otros post de nuestro blog dedicados a este tema, aquí os dejo unos cuantos:

Drácula, Don Juan, el Amor y la Muerte

El triunfo de la Muerte… y los nuestros

La Belleza y la Muerte

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El otoño ya está aquí, y para recordárnoslo nadie mejor que Yves Montand con «Les feuilles mortes«, las hojas muertas que nos recuerdan que el tiempo no se detiene y la vida va pasando.

De pronto nos percatamos de algo que durante la primavera se nos olvida, que todo a nuestro alrededor envejece y tiene fecha de caducidad. La muerte se hace más presente en nuestras vidas por unos días, y todo nos recuerda que el tiempo pasa: una gota que cae, el tic-tac de un reloj, una vela que se consume… Hay que ser un poco cenizo para pensar en la muerte en abril, pero desde que el mundo es mundo noviembre es así. No hay más que recordar aquellos versos que escribió Jorge Manrique tras la muerte de su padre: «Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando, / cómo se pasa la vida / como se viene la muerte / tan callando«. La vida se nos escapa como arena entre los dedos, así que… aprovechémosla, porque cuando queramos darnos cuenta ya no habrá vuelta atrás y el tiempo se habrá ido. «Tempus fugit«, que decía el clásico. Así que «Carpe diem«, que dijo otro. Aprovecha el momento, por si acaso es el último.

«In ictu oculi», o sea, «En un abrir y cerrar de ojos»

Un abrir y cerrar de ojos es el tiempo que cuesta apagar con los dedos la llama de una vela, o lo que necesitan las Parcas para cortar con su tijera el hilo de una vida. La muerte está siempre ahí, acechando, y no debemos olvidarlo. ¿Sabéis por qué? Porque tenerlo siempre presente es la mejor manera de disfrutar a tope de ese maravilloso regalo que es la vida. Por eso nos encanta hacer las visitas al cementerio cuando llegan estas fechas, porque es un subidón caer en la cuenta de que uno está vivo y podría no estarlo. Este año os proponemos cinco completamente diferentes, tres diurnas y dos nocturnas, además de nuestras tradicionales cenas teatralizadas con don Juan Tenorio y una excursión al Moncayo mágico y misterioso. Si queréis más información o reservar, pinchad en los enlaces o llamadnos al 976207363.

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DE DÍA

  • Sábados a las 11’30: FUSILADOS EN LAS TAPIAS DEL CEMENTERIO – Las tapias del Cementerio de Torrero fueron durante la Guerra Civil y la posguerra testigo del fusilamiento de miles de personas, cuyos cuerpos fueron arrojados después a las fosas comunes que se construyeron en el mismo cementerio. Lo más fácil es que se hubiera perdido la memoria de lo que pasó allí, pero el padre Gumersindo de Estella, un capuchino que ejercía como confesor en la cárcel de Torrero, llevó un diario de todas las atrocidades que veía y gracias a eso aquellas historias nunca caerán en el olvido. Nuestra ruta nos llevará de la cárcel hasta los diferentes escenarios del cementerio en los que tuvo lugar todo esto, con momentos duros y terribles y otros emocionantes y entrañables. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar aquí. Sábados entre el 18 de octubre y el 29 de noviembre a las 11’30.

 

  • Sábados a las 11’30: EL CEMENTERIO DE LA CARTUJA – El cementerio más antiguo \»en activo\» que hay en Zaragoza es el de la Cartuja Baja, que en un principio era el destino de los que morían en el Hospital de Gracia y no tenían donde enterrarse. Posteriormente pasó a manos de su actual propietario, la Diputación Provincial, y esa es la razón de que en el panteón de la beneficencia descansen personajes cuyos nombres nos suenan a todos, aunque solo sea porque dieron nombre algunas calles de nuestra ciudad: Manuel Lasala, Lasierra Purroy, el alcalde Caballero, el doctor Cerrada… ¿Queréis descubrir con nosotros algunos de los secretos de este lugar? Si queréis más información o reservar entrad aquí. Sábados entre el 8 y el 29 de noviembre a las 11’30.

 

  • Domingos a las 11’30: LA TORRE DE LOS ITALIANOS – A principios de los años 40 Mussolini mandó construir en Zaragoza un Sacrario militare italiano para enterrar aquí los restos de la mayoría de los italianos muertos en la Guerra Civil. El proyecto, una enorme torre que dominara toda la ciudad, se quedaría más o menos en la mitad de lo previsto, pero aún así es espectacular. ¿Habéis entrado alguna vez en la torre de la iglesia de San Antonio? Pues os proponemos descubrir un lugar que os impresionará de verdad, un enorme panteón cuyas paredes están completamente cubiertas de lápidas y de recuerdos de todos aquellos hombres muertos en la guerra de España. Para saber más entrad aquí, y para reservar aquí. Domingos entre el 19 de octubre y el 30 de noviembre a las 11’30.

 

  • Domingos a las 11’30: RUTA ARTÍSTICA DEL CEMENTERIO DE TORRERO – La parte antigua del cementerio es uno de los rincones más bonitos, románticos y sorprendentes de Zaragoza. Tumbas ilustres, panteones espectaculares, esculturas sorprendentes… ¿Por qué no desafiar a la superstición con una visita diferente para las mañanas de domingo? Si queréis más información o reservar entrad aquíDomingos entre el 19 de octubre y el 30 de noviembre a las 11’30.

 

cementerio

DE NOCHE

  • «Una noche en el cementerio» – ¿Qué pasa en un cementerio cuando se cierra la puerta? ¿Tenía razón Bécquer, cuando escribía aquello de “qué solos se quedan los muertos”? ¿O más bien Mecano, cuando cantaba que “No es serio este cementerio”? ¿Por qué no lo comprobamos? Atreveos a recorrer con nosotros el cementerio de noche y con un farol en la mano. Descubriréis un mundo mucho más animado y mucho menos terrorífico de lo que os imaginabais. Al fin y al cabo, ¿quién dijo que los cementerios son lugares tristes? ¿Se os ocurre algo más alegre que poder decir que estamos vivos? Por eso precisamente en nuestro recorrido cantaremos jotas, coplas y hasta alguna romanza de zarzuela, recitaremos versos inolvidables y disfrutaremos al recordar a cada momento que estamos vivos. ¡¡¡Y eso sí que es una gran noticia!!! Para saber más entrad aquí, y para reservar aquíSábados y domingos entre el 18 de octubre y el 30 de noviembre, y viernes 31 de octubre a las 18’30.

 

  • Visita teatralizada nocturna al cementerio – Las noche de alrededor de Todos los Santos el mundo de los muertos y el de los vivos se tocan por unas horas, y cualquier cosa puede ocurrir. Es posible que nos encontremos con algún difunto vuelto a la vida, estatuas que hablan y muchas otras sorpresas que nos demostrarán que nada es tan dramático como parece. ¿Os atrevéis? Para saber más entrad aquí, y para reservar aquí31 de octubre, 1, 2 y 8 de noviembre a a las 20’30; 15 y 22 de noviembre a las 18’00.

Viernes 31 de octubre y sábado 8 de noviembre

Cena teatralizada – UNA NOCHE CON DON JUAN TENORIO 

Ya está aquí Todos los Santos, y ¿cuál es nuestra tradición preferida para estas fechas? Pues aparte de visitar el cementerio, que también, pasar un buen rato con don Juan y con doña Inés, que como de todos es sabido llevan siglos contándonos su historia por estas fechas. Y como nos vuelven locos sus andanzas, y sabemos que a muchos de vosotros también, vamos a viajar cuatrocientos años atrás en el tiempo y nos vamos a cenar ¡¡¡al panteón de la familia Tenorio!!! Si queréis más información entrad aquí, y para reservar aquíViernes 1 de noviembre a las 21’30 y sábado 8 de noviembre a las 21’00.

Inés

Domingos 26 de octubre, 9 y 23 de noviembre

Nos vamos de excursión – MONCAYO MÁGICO Y MISTERIOSO

Si hay un lugar en Aragón cargado de leyenda, magia y misterio, ese es el Moncayo… Por eso, y aprovechando que se acerca Todos los Santos, hemos preparado una excursión para, de la mano de Bécquer, descubrir las leyendas de esa zona y visitar algunos lugares extraordinarios y con historias… difíciles de explicar. Visitaremos el Pozo de los Aines en Grisén, la cueva de Caco en Los Fayos, el castillo de Trasmoz y el monasterio de Veruela. ¿Os animáis? Pues si queréis más información entrad aquí, y para reservar aquí.

Trasmoz

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Al final del Paseo de Cuéllar, junto al Canal Imperial, hay una iglesia dedicada a San Antonio que tiene una torre imponente y maciza. ¿Es un simple campanario? Pues no, nada más lejos. A principios de los años 40 Mussolini mandó construir en Zaragoza un Sacrario militare italiano para enterrar aquí los restos de la mayoría de los soldados italianos muertos en la Guerra Civil. El proyecto, una enorme torre que dominara toda la ciudad, se quedaría más o menos en la mitad de lo previsto, pero aún así es espectacular. ¿Habéis entrado alguna vez? Pues esto es lo que se ve desde la capilla que hay en la parte de abajo.
En un principio iban a enterrarse aquí solamente muertos del bando fascista, pero las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial llevaron a que la obra se acabase después de la muerte del dictador, con lo que también acabaron aquí los restos de algunos brigadistas internacionales. De arriba a abajo los muros están cubiertos de miles de lápidas con sus nombres, en muchas de las cuales hay notas, cartas… escritas por sus familiares, muchos de los cuales descubren todavía hoy que su tío, su abuelo, su hermano… están enterrados en Zaragoza.
Os proponemos, pues, descubrir un impresionante edificio lleno de recuerdos de aquella terrible «guerra de España»,  un lugar que nos hará viajar a un pasado peor, pero que también nos permitirá hablar de un presente y un futuro de reconciliación.
Cuándo – Todos los domingos hasta el 14 de diciembre a las 11’30 (excepto el 2 de noviembre)
Dónde – Puerta de la iglesia de San Antonio (Paseo de Cuéllar, 10)
Precio – 8 € (7 € para jubilados y estudiantes menores de 26 años; 4 € para parados)
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

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Esos ojos, esa boca, esos dedos… ¡¡¡Qué miedo!!!

Seguramente Béla Lugosi es una de esas personas a las que nunca invitarías a cenar, por si acaso (¿o sí?). Drácula es igualico, igualico que él, no hay más. Y es que ya desde pequeño Béla estaba destinado a convertirse en el conde más famoso del mundo. Para empezar, nació en la mismísima Transilvania, concretamente en Lugoj, y por eso se puso de nombre artístico Béla (que era su nombre real) Lugosi (o sea, el de Lugoj). Vamos, como Marifé de Triana, pero en rumano. No sabemos si por su origen, por su aspecto físico o por todo junto, pero el caso es que interpretó tantas veces al vampiro más famoso de todos los tiempos y se sintió tan identificado con él que cuentan que llegó a creérselo. Tanto, que pidió que le enterraran vestido con su capa negra forrada de satén rojo. ¿Cómo lo veis?

Después de ver esto, ¿quién se atreve a asegurar que los vampiros no existen?

Cuenta una vieja leyenda de Hollywood (probablemente más falsa que Judas) que en el entierro de Béla Lugosi se juntaron dos astros del cine de terror, Vincent Price y Peter Lorre, y mirándolo dijeron: «¿No deberíamos clavarle una estaca por si acaso?«. No lo hicieron, entre otras cosas porque parece que ninguno de los dos estuvo realmente en el funeral, pero aunque sea falsa la anécdota es genial. Y seguro que lo mismo piensan los que hicieron este muñeco «encantador».

¿Os imagináis dormir con «esto» en la habitación?

Pero estamos yendo muy deprisa. Es verdad que la muerte es el nacimiento a la no-vida de un vampiro, pero… ¿qué sabemos del auténtico Béla? Pues para empezar, que nació en 1882, 15 años antes de que Bram Stoker escribiera su novela «Drácula«. Y que al principio se ganó la vida como actor haciendo papeles «normales«. Y que por sus ideas políticas de izquierdas tuvo que marcharse primero a Alemania y luego a Estados Unidos, sin un céntimo en el bolsillo y pagándose el viaje trabajando en las máquinas del barco. Y que con treinta y tantos años encontró el papel de su vida. A partir de 1927, cuando empezó a interpretarlo en Broadway, y todavía más cuando lo llevó al cine en 1931, Béla Lugosi sería para todo el mundo el conde Drácula, y viceversa.

Drácula nunca fue tan elegante

No era la primera vez que la novela se llevaba al cine. Murnau había rodado en Alemania, en 1922, una película inolvidable: «Nosferatu«, aunque tuvo que cambiar el nombre de Drácula por el de Conde Orlok por no haber conseguido de la viuda de Bram Stoker los derechos de la novela.

De tan feíco casi da ternura, ¿verdad?

Nosferatu es un ser monstruoso, horriblemente feo y desagradable, con rasgos de roedor y largas uñas. Nada que ver con el Drácula que encarnará Béla Lugosi nueve años después: apuesto, seductor, impecablemente vestido… todo un galán.

Como para decirle que no, con ese gesto que tiene de estar encantado de haberte conocido

Aunque Tod Browning, que fue contratado por la Universal Pictures para dirigir «Drácula» en 1931, buscaba un actor desconocido para que resultase aún más siniestro (se decía que para «Nosferatu» habían contado con un auténtico vampiro para representar el papel, y había que estar a la altura), el estudio le impuso en el cásting a Béla Lugosi, que llevaba tres años representando al conde en el teatro con un enorme éxito. El acierto fue total. Béla pudo usar todos los recursos aprendidos durante 30 años de profesión: los gestos de la cara, su mirada penetrante, unas manos que pueden expresar desde el mayor refinamiento hasta el más absoluto terror, una media sonrisa capaz de helarte la sangre en las venas y un acento centroeuropeo que hacía aún más creíble el personaje. Os dejo aquí una escena para que podáis comprobarlo.

Ese ambiente de castillo gótico en ruinas combinado con la elegancia británica del vestuario; el conde parado en mitad de la escalera, con el candelabro en la mano; las sombras que lo cubren todo; el aullido de los lobos, «children of the night«, hijos de la noche, la música preferida del conde… ¡¡¡Inolvidable!!! He puesto la versión inglesa para que disfrutéis de la voz de Béla, de su hablar lento y parsimonioso, de sus movimientos tan elegantes como precisos, tan lentos como contundentes… todos los recursos que había adquirido en 30 años de profesión están aquí.

El conde quiere trasladarse a vivir (bueno, a no-vivir, para ser exactos) a Londres y ha contactado con un despacho de abogados para comprar una propiedad. Renfield será el primer enviado a Transilvania para resolver los detalles. El conde le recibe, le dice que ya ha cenado y echa una primera mirada a los contratos. Su invitado se corta con un cuchillo, aparece la sangre por primera vez y poco después el conde le da las buenas noches (una ironía como otra cualquiera). Cuando Renfield (que algo ya se debe oler) abre la ventana, ve revolotear un murciélago, y al poco llegan tres «vampiras» (lo de vampiresa sería más adecuado para ese tipo de mujer que es la perdición de los hombres, aunque no les saque la sangre literalmente), a las que el conde expulsa de allí. Esa misma escena de la cena aparece en muchas otras películas. ¿Queréis verla en alguna? Pues por ejemplo, pinchad aquí para ver cómo Nosferatu recibe a su invitado (id hasta el minuto 20, 18 segundos), o aquí para ver cómo en el año 2.000 se recreó aquel rodaje en «La sombra del vampiro«, una película en la que John Malkovich interpretó a Murnau, el director, y en la que se daba como real la leyenda de que contó con un vampiro auténtico para su conde Orlok. Cine que bebe del cine que bebe del cine que bebe de una novela que bebe de innumerables tradiciones que beben de la vida misma. Eso es arte, y del bueno.

Una imagen de la misma escena en el inolvidable «Drácula» de Coppola. El conde, su sombra (que va por libre) sobre el plano de Londres, el pasante enviado por el despacho de abogados…

Aquella película fue el mayor acierto de Béla Lugosi. Su mayor error lo tuvo muy poco después, cuando rechazó el papel de Frankestein, que llevaría al estrellato al que sería su eterno rival, Boris Karloff. Haría muchas más películas de terror, pero poco a poco su carrera se iría deslizando hacia abajo, pasando a la Serie B y más abajo aún. Murió arruinado y consumido por la morfina en 1956, pero los mitos nunca mueren. Hoy está enterrado en el cementerio de Holy Cross, cerca de Los Angeles, en una estupenda compañía. Si de noche vuelve a la vida podrá bailar con Ryta Hayworth mientras suena la música de Bing Crosby y John Ford dirige la escena, pues todos ellos (y muchos más) también están enterrados allí. Una compañía estupenda para pasar la eternidad, para qué nos vamos a engañar. Su tumba sigue siendo visitada por sus admiradores, que a lo mejor esperan verlo aparecer por allí en cualquier momento, quizá en forma de murciélago.

Si esta lápida pudiera hablar…

Alguien decía, siempre que hablaba de él: «He’ll be back«, o sea, volverá. Aquellas palabras fueron proféticas, porque Tim Burton volvió a darle vida en una estupenda película dedicada al peor director de cine de todos los tiempos, «Ed Wood«, con el que hizo sus últimos trabajos (Martin Landau consiguió el Oscar por su memorable interpretación de una estrella en la decadencia, y Johnny Depp, que interpreta a Ed Wood, vive hoy en la casa de Béla Lugosi, que la vida da muchas vueltas). ¿La habéis visto? Pues aquí os dejo un enlace a youtube para que podáis verla entera (está en varias partes, pero completa; cuando acabe cada una pinchad en la siguiente y ya está). En cualquier caso, como no quiero que os quedéis con esa imagen de un Béla olvidado por todos, enganchado a las drogas, arruinado… os dejo una imagen del actor en su esplendor:

Nunca habrá otro vampiro más elegante y seductor

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