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Posts Tagged ‘Día Internacional de los Museos’


Sólo conozco otra foto que exprese tan bien como ésta qué es la lujuria, una combinación de sexo y lujo en una proporción que sólo unos pocos elegidos conocen. No sabría decir si me resulta más lujuriosa Marilyn mordiendo las perlas y tumbada en algún lugar en el que acaba de caer una excitante lluvia de oro, o Liz Taylor (fe-Liz Taylor, que diría Fabio McNamara) jugando con las suyas y con el vello de la nuca erizado por la excitación que le produce el contacto de las joyas con su piel. En cualquier caso, ¿por qué elegir? ¿A quién quieres más, a papá o a mamá? Me quedo con las dos, por supuesto. Chicas listas, que saben que son capaces de derretir los polos con una mirada, ellas son la tentación, vivan arriba, abajo o al fondo a la izquierda. Eso sí, la Marilyn de las comedias inolvidables no tiene ni idea de que acabará consumiéndose en su propio fuego, mientras que la Liz trágica, la que se siente como una gata sobre un tejado de zinc caliente tiene claro que será capaz de sobrevivir a todos los terremotos de la vida, cueste lo que cueste.

Hoy vamos a hablar de Marilyn, y concretamente de dos películas en las que encarna a una inocente diosa de la lujuria. ¿Inocente? Inocente, sí, porque ella no busca dejar el mundo lleno de cadáveres a su paso. No pretende que los maridos sean infieles a sus mujeres, sea de pensamiento, palabra, obra u omisión. Sólo busca un pedacito de felicidad, un poco de amor, pero… no controla su inmenso poder, y acaba provocando cataclismos, maremotos y hasta sería capaz de sacar a flote al Titanic y volverlo a hundir con sólo una caída de pestañas. Sin intención, eso sí, porque aunque quisiera evitarlo ella es… ¡¡¡la tentación!!!

Un escritor neoyorquino se queda de Rodríguez (o de Smith, o de lo que sea que se diga allí en estos casos) mientras su señora se va a pasar el verano a la playa convencida de que lo ha dejado todo atado y bien atado. Ninguno de los dos cuenta con la llegada de una nueva vecinita, una modelo publicitaria que anuncia una estupenda pasta de dientes en televisión. Un día se van al cine, y… (si no ves la pantalla pincha aquí y no te pierdas ni una palabra, porque el guión de Billy Wilder es hot, hot, hot).

La censura impidió que la historia pasara más allá, pero no es necesario. ¿Sabéis cuál es para mí el momento más lujurioso? La segunda vez que pasa el metro la cámara muestra durante un momento una hoja revoloteando. ¿Es más excitante comerse un bombón o desenvolverlo, anticipando en nuestra mente el placer que vamos a sentir, relamiéndonos, salivando lujuriosamente mientras imaginamos el chocolate fundiéndose en nuestra boca? Es una pregunta difícil de contestar, pero creo que la respuesta está en esa hoja.

Un verano curioso el neoyorquino, en cualquier caso. Caen las hojas, suben las faldas. Y una secuencia curiosa ésta, porque nunca se ve la imagen que aparece en esta fotografía archiconocida. Nunca vemos la cara de Marilyn mientras su falda vuela por los aires, aunque nos la imaginamos. Ni vemos babear al escritor, aunque sabemos que se está derritiendo por dentro. Sólo vemos las piernas. Unas piernas deseadas por media Humanidad y una parte de la otra media. Las piernas de una jovencita inocente que logró sin proponérselo que medio Manhattan peregrinara hasta el lugar de la grabación.

Hasta lo más maravilloso puede convertirse en vulgar. No hay más que ver la escultura que han colocado hace unas semanas en Chicago. De la fina (a veces no tan fina, la verdad) ironía de Billy Wilder no queda nada en esos paseantes que se meten entre las piernas para hacerle una foto a las bragas (nunca diré la cursilería esa de braguitas, me niego) de la escultura. Pero, ¿qué más da? Ahí está la película para recordar ese momento una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez…

«La tentación vive arriba» es de 1955, y en 1959 Marilyn vuelve a rodar a las órdenes de Billy Wilder, esta vez la comedia más divertida y más caliente de la historia del cine. La única, inigualable, desternillante, increíble, maravillosa, extraordinaria… «Con faldas y a lo loco«.

Si no veis la pantalla pinchad aquí para ver una selección de lo mejor (imposible, lo mejor es todo, todo, todo). Jack Lemmon y Toni Curtis son dos músicos que, por accidente, presencian la matanza del día de San Valentín en Chicago. Botines Colombo da orden de liquidarlos y a ellos no se les ocurre mejor idea que meterse en una orquesta de mujeres. A partir de ahí se desencadenan todo tipo de situaciones desternillantes que no os contaré, porque si alguno no ha visto la película… que vaya a confesarse, porque eso sí que es pecado mortal, y que la vea hoy mismo. Eso sí, hay un momento que no puedo evitar comentar, porque es pura lujuria de la mejor. Los andares de Marilyn por el andén son tan increiblemente provocativos que… hasta el mismísimo tren se pone a mil y suelta un buen chorro de humo cuando ella pasa por delante.

Cuentan que el rodaje fue tan complicado que Toni Curtis llegó a decir que besar a Marilyn era más o menos como besar a Hitler (con el paso de los años negó haber dicho nunca algo así). Marilyn contestó que era pura envidia, pues sus vestidos en la película eran mucho más bonitos que los de él. Para muestra, este momento en el que nos dice a cada uno de nosotros que quiere que la queramos: «I wanna be loved by you, just you, nobody else but you«.

Cuando la oigo tengo la sensación de que me la susurra al oído a mí, sólo a mí, a nadie más que a mí. Y me dan ganas de abrazarla y decirle que no está sola, que somos millones y millones los que la queremos todavía y la querremos siempre.

Marilyn murió en extrañas circunstancias en agosto del 62, hace ahora 49 años. Morir a los 36 le permitió ascender al Olimpo, donde viven los dioses, y quedarse allí para siempre. Eso sí, Andy Warhol contribuyó muchísimo a convertirla en una diosa divina con esos retratos que son auténticos iconos.

Tanto, que uno de ellos incluso tiene el fondo de oro, como los antiguos iconos bizantinos. El lenguaje de toda la vida y la modernidad más absoluta (al fin y al cabo son exactamente lo mismo) consiguieron crear una imagen eterna para la nueva Venus, la diosa del amor, de la belleza, de la lujuria, del lujo…

Os dejamos con la «Marilyn de oro«, y si queréis más lujuria con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

Lujuria es… San Juan de la Cruz


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No conozco otra imagen más lujuriosa, en todos los sentidos de la palabra. Lujo a raudales, una relación con las joyas que tiene una fuerte carga sexual, belleza fascinadora… Una combinación explosiva, a veces sofisticada y a veces vulgar, pero siempre irresistible. Porque no hay mejor palabra para definir a Liz que esa: irresistible, magnética, un auténtico imán para todo. Para los hombres, para los problemas, para las joyas legendarias, para las enfermedades… y también para los buenos personajes. Mujeres trágicas, atormentadas, cargadas de erotismo, grandiosas, enamoradas… así son sus mejores creaciones, y así es sobre todo Maggie, la protagonista de «La gata sobre el tejado de zinc«, un título al que la censura española arrebató una palabra que con ella resultaba innecesaria: «caliente». 

Maggie, la gata en celo y enamorada, condenada a maullar sola

Con 14 años Liz era ya una estrella. Con 28 ganó su primer Oscar después de ser nominada cuatro años consecutivos (un récord que sólo iguala Marlon Brando). Antes y después habría interpretaciones gloriosas, porque a Liz le pasa como a Marlon y a Sofía. Son hermosos más allá de lo humano, pero su inteligencia está a la altura de su belleza. Son auténticos animales de la interpretación y consiguen algunos de los momentos más lujuriosos de la historia del cine, porque ¿hay algo más excitante que un cerebro en funcionamiento?

¿No será Liz la causa del cambio climático? ¿Alguien ha visto una cara más bella que ésta? ¿Hubo alguna vez otros ojos color violeta, o son los únicos de la Historia de la Humanidad?

Sin embargo, hoy no estamos aquí para hablar de sus películas, sino de sus dos grandes pasiones: Richard Burton y las joyas fabulosas, que vienen a ser lo mismo. Se conocieron durante el rodaje de Cleopatra y como era de esperar saltaron chispas. Todo lo hicieron a lo grande y sin importarles que hubiera público: amarse y pelearse, broncas y reconciliaciones de un tono épico que no tenía nada que envidiar al de sus películas, y joyas, muchas, grandes, carísimas, legendarias, fabulosas. Todo estuvo a la altura en una de las historias de amor más tremendas de todo el siglo XX.

Marco Antonio y Cleopatra reaparecen en pleno siglo XX y vuelven a asombrar a la Humanidad. Estaba escrito

Ellos eran la lujuria. No podían estar juntos y no podían estar separados, como en la canción: «Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio. / Contigo porque me matas / y sin ti porque me muero«. Se casaron, se separaron, se casaron y se volvieron a separar, pero se quisieron apasionadamente hasta el final de sus vidas.

«Si me dejas tendré que matarme, no hay vida sin tí», llegó a escribir Richard. El murió diez años después de su segundo divorcio. Ella fue a su funeral vestido de rojo, el color preferido del actor.

Hasta el último día se escribieron, hasta el punto de que ella recibió la última carta al volver del funeral. La había escrito tres días antes de morir y le pedía otra oportunidad. Ella siempre la guardó en su mesilla de noche, y tiempo después dijo: “Richard era magnífico en todo el sentido de la palabra. Y en todo lo que hacía. Desde los primeros momentos en Roma estuvimos siempre loca y poderosamente enamorados. Tuvimos tiempo, pero no el suficiente«. Para compensarlo, al morir ella hace unos meses la familia de él ofreció la posibilidad de que pasaran juntos la eternidad. Ojalá ocurra alguna vez.

Krupp

Taylor-Burton

La Peregrina

Sólo hubo otro amor en la vida de Liz que pudiera compararse con ése, pues su idilio con las joyas fue eso, un auténtico romance cargado de pasión. Y como no podía ser de otra manera estando Taylor y Burton de por medio, de proporciones descomunales. De entre las muchísimas piezas de su excepcional colección, que ahora sale a subasta, me quedo con tres, las tres regaladas por Richard: la perla Peregrina y los diamantes Krupp y Taylor Burton. Y vamos a detenernos en la fascinante historia de la primera por lo mucho que nos toca de cerca.

Felipe III, con la Peregrina colgando de la pluma del sombrero

Una perla digna de una reina

La Peregrina (que no se llama así por lo mucho que ha viajado, sino porque tiene una belleza extraña, bizarra, peregrina) fue descubierta en el siglo XVI por un esclavo en aguas del Archipiélago de las Perlas, en Panamá. Es una enorme perla en forma de lágrima (muy escasas, y por eso muy apreciadas) que pasó a manos de Felipe II y se convirtió en una de las joyas preferidas de las reinas de España (montada en un aderezo con un diamante excepcional, El Estanque, dando lugar a lo que se conoció como el «joyel rico de los Austrias«).

Sobre el pecho de la reina Margarita de Austria, el joyel rico de los Austrias

La Peregrina se convirtió en una de las Joyas de la Corona de España, lo que quiere decir que los reyes no podían regalarlas ni venderlas, porque estaban asociadas a la dinastía y tenían un enorme valor simbólico. ¿Cómo llegó entonces hasta el hermoso escote de Liz Taylor? Pues la historia comienza cuando en 1808 José Bonaparte pide que le entreguen las joyas de los reyes de España y envía La Peregrina a su esposa, que estaba en París. Cuando se divorciaron él se la llevó a Estados Unidos y parece que a su muerte se la dejó a Napoleón III, que la vendió al duque de Abercorn. Sabemos que en 1914 estaba en manos de una joyería inglesa que se la ofreció a Alfonso XIII, pero no hubo acuerdo. Eso sí, le regaló a su esposa Victoria Eugenia otra enorme perla que probablemente es la que lleva la Reina Sofía en esta foto.

¿Es La Peregrina?

Llegamos así a 1969 y La Peregrina sale a subasta en Nueva York. La Casa Real española intentó hacer creer al mundo que la auténtica era la que tenían ellos (o sea, la que Alfonso XIII regaló a Ena cuando todavía eran felices), la misma que luce la Reina en cualquier ocasión en la que haya que subrayar la continuidad de la dinastía (las bodas de sus hijos, por ejemplo). Sin embargo, sabemos que alguien pujó por ella, lo que quiere decir que sabía que era la auténtica. ¿Quién fue? Pues el malogrado Alfonso de Borbón y Dampierre (que por aquellos tiempos aún no estaba casado con la nietísima, Carmencita Martínez Bordíu). Poseer esta pieza hubiera tenido un gran valor simbólico para sus aspiraciones al trono, pero no lo logró. El resto de las pujas llegaron a los 15.000 dólares. Alfonso se detuvo en los 20.000. Richard Burton pagó 37.000 (muy simbólico todo, pues se la regaló a Liz para su 37 cumpleaños). Todo era poco para su reina, la mejor actriz del mundo, la más bella… la perla que habían lucido durante siglos las reinas de España, colgaría ahora del pecho de Liz Taylor, realzada aún más si cabe por el maravilloso aderezo con rubíes que hizo Cartier.

Liz con La Peregrina en «Ana de los mil días»

La propia Liz Taylor, en su libro «Mi romance con las joyas«, cuenta un episodio digno de una película: parece ser que Richard y ella estaban alojados en el Caesar’s Palace de Las Vegas, y la perla se desprendió de su aderezo. Como la alfombra era tan espesa y peluda Liz no la veía. Chica de recursos, se descalzó para ver si la palpaba con los pies. El lujo del hotel, los ojos violetas al acecho, la suave alfombra en la que se hunde el menudo pie de la estrella, el contacto de su piel con la suavidad de la perla… ¿Imagináis la escena? ¿No es pura lujuria todo esto? ¿Queréis saber cómo acabó la cosa? Liz, de pronto, levantó la vista y vio la magnífica y enorme perla entre las fauces de su pequeño caniche. ¿Perdió los nervios? No. Mujer de temple, se acercó dulcemente y se la quitó con cuidado, como sólo una reina puede hacer.

Con joyas o sin joyas Liz es Liz, única e incomparable, reina entre todas las reinas

Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

Si queréis seguirnos podéis entrar en http://www.facebook.com/gozARTE y pinchar en “me gusta”, o en twitter @gozARTE. Y ahora, os dejo unos cuantos post de nuestro blog con historias de lo más lujuriosas:

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

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Lujuria es… San Juan de la Cruz


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¿Hay algo menos lujurioso que una rebeca? «Cógete una rebequita, que por la noche refresca«. Suena a consejo de la Sección Femenina para la mujer española ideal. Y sin embargo, ¿hay algo más turbador que «Rebeca«, la obra maestra de Hitchcock? Cómo una película tan increíblemente excitante, morbosa y llena de rincones oscuros y prohibidos pudo dar nombre a una prenda tan inocente es un misterio para mí, pero ¿realmente hay rebecas inocentes? ¿O es que siempre esconden mucho más de lo que enseñan?

La protagonista de la película con su rebeca puesta

El diccionario de la Real Academia Española dice que una rebeca es una «Chaqueta femenina de punto, sin cuello, abrochada por delante, y cuyo primer botón está, por lo general, a la altura de la garganta«. Nada de particular si no fuera porque antes puntualiza que la palabra viene del nombre propio Rebeca, «título de un filme de A. Hitchcock, basado en una novela de D. du Maurier, cuya actriz principal usaba prendas de este tipo«. No se puede pedir más precisión, la verdad.

¿Tranquilizadora esta imagen? Ni lo más mínimo

Y aquí viene la primera cuestión, digamos que extraña. La actriz principal, Joan Fontaine, interpreta a un personaje que… ¡¡¡no tiene nombre!!! ¿Se le olvidó a Hitchcock? Para nada. Más bien todo lo contrario, que el amigo Alfred no daba puntada sin hilo. El nombre que flota a lo largo de toda la película es Rebeca, Rebeca, Rebeca, Rebeca, Rebeca… ¿Y quién es esa Rebeca? Un fantasma, una sombra, una mujer muerta en circunstancias poco claras cuyo recuerdo lo impregna todo, lo invade todo, lo contamina todo. Rebeca, Rebeca, Rebeca, Rebeca…

Asfixiante Rebeca…

Maximilian de Winter (al que llamaremos Max) ha perdido a su bellísima, encantadora, seductora, inteligente esposa Rebeca en un terrible accidente. Su cuerpo ha sido encontrado sin vida junto a la costa, y Max, aparentemente muerto de dolor, huye de su casa buscando recuperar la alegría perdida junto al sol del Mediterráneo. Allí conoce a una mujer (sin nombre, no lo olvidéis), se enamoran y se casan. ¿De verdad quería tanto a la difunta? Algunos se recuperan de la tragedia con una facilidad asombrosa, ¿no es cierto? En fin, todo va bien hasta que vuelven a Manderley, una casa en la que cada rincón huele a Rebeca…

Si no veis la pantalla pinchad aquí para descubrir cómo la nueva señora de la casa siente desde el umbral el peso de su predecesora. El ama de llaves, Miss Danvers, se encargará de que Rebeca siga reinando después de muerta en la casa y, por supuesto, en su corazón. Ese momento en que las dos se agachan a recoger los guantes, con la criada sosteniendo la mirada de una señora aterrorizada… es puro sexo. Miss Danvers sigue enamorada de Rebeca, y apenas se molesta en ocultarlo.

Rebeca, Rebeca, Rebeca… susurra Miss Danvers con ojos de loca enamorada al oído de la usurpadora. Nunca podrás ser como Rebeca… nunca… nunca… nunca…

¿De qué no será capaz una mujer enamorada? Su señora ya no le cuenta sus confidencias, ya no le regala de vez en cuando la caricia que se da a un perro fiel, ya no le permite ordenar su ropa mientras acaricia la tela que ha estado pegada a su piel… su señora está muerta, pero ella se encargará de que su recuerdo siga más que vivo y se convierta en algo asfixiante para la recién llegada. Nadie, nadie, nadie podrá sustituir nunca a Rebeca. Y si alguna se atreve a pretenderlo, invadiendo los dominios de la reina muerta… que esté preparada para todo. Esta escena es una obra maestra del decir y no decir, del dominio absoluto del terror psicológico, de la lujuria más desatada apenas escondida bajo las formas más contenidas. La mano de la señora Danvers acariciando la ropa interior de Rebeca en el cajón… ni siquiera las piernas de Marilyn Monroe en «La tentación vive arriba» pueden conseguir ese efecto devastador. Sólo la camiseta de Marlon Brando en «Un tranvía llamado deseo«, la mirada de Liz Taylor o el escote de Sofía Loren en cualquiera de sus películas son capaces de subir de esa manera la temperatura de la habitación. Pinchad en la pantalla y si no la veis aquí, y disfrutad de dos actrices de las que ya no quedan.

¿Terrible o adorable? ¿Las dos cosas a la vez? Enamorada, simplemente. Enamorada como una loca, pero ¿acaso hay otra forma de amor que merezca la pena? Capaz de todo, como las grandes heroínas. Nada le importa, nada se le pone por delante. E inmensamente trágica, porque ese amor nunca fue correspondido y ya nunca lo será, pero da lo mismo. El amor es eterno mientras dura, y la señora Danvers sabe algo que es la única verdad que realmente importa: el amor y el deseo son lo único que sobrevive a la muerte, porque como dijo Quevedo «cenizas son, más tendrán sentido / polvo serán, más polvo enamorado«.

Miss Danvers, una diosa de la lujuria emergiendo entre las cortinas

Por supuesto no os voy a contar el final. Corred a buscar la película donde sea y pasad una tarde maravillosa con ella. Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

Más información – Entrando aquí

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

Lujuria es… San Juan de la Cruz

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Hay muchos desnudos femeninos a lo largo de la historia del arte, pero seguramente ninguno tan provocador como el de Olympia. Corre el año de 1865, estamos en París y Édouard Manet está en boca de todos. Ha pintado un cuadro que es el escándalo de todas las personas decentes de la ciudad. ¿Queréis verlo? Pues aquí lo tenéis.

Pues tampoco era para tanto… ¿O sí?

¿Qué tiene Olympia para que este desnudo sea más escandaloso que tantos otros? ¿Por qué la gente habla de ella entre murmullos? ¿Se ve algo que no se vea en otros cuadros o esculturas? Pues no, y la postura tampoco tiene nada de particular. Muchísimo más explícito, sin comparación, es el cuadro que Gustave Courbet pintó al año siguiente, y que tiene un nombre de lo más directo: El origen del mundo.

El origen del mundo, según Courbet, está justo ahí. Y no le vamos a quitar la razón a estas alturas, digo yo

Realmente en París siempre fueron unos adelantadillos («Si vas a París, papá«, y todo eso), pero esto era demasiado incluso allí. Para empezar, no se ve la cara, con lo que no sólo es imposible mirar hacia otro lado, sino que es una forma de subrayar lo que interesa y conseguir que la atención se fije intensamente donde el pintor quiere, es decir, en lo que él llama el origen del mundo. Las piernas se muestran abiertas sin ningún pudor, la mujer no está depilada, es prácticamente de tamaño natural… nunca se había visto algo así, y por eso muchos de los propietarios que tuvo el cuadro (que ahora está en el Museo de Orsay, como Olympia) prefirieron llevar el asunto con discrección. Tanto impresiona que resulta casi agresivo, y cuando empezó a exponerse en el museo, casi a finales del siglo XX, pusieron un vigilante especial en la sala por miedo a que algún visitante atacara el cuadro.

¿No os gustaría ver la foto contraria, para ver las caras que están poniendo? Casi 150 años después hay gente que se sigue escandalizando

En cualquier caso, tampoco era una novedad absoluta lo que se veía allí. En Francia ya hacía décadas que triunfaban los grabados eróticos, como éste que tenemos aquí, en los que se veía de todo y sin ningún recato. ¿Cuál era la diferencia? Pues muchas, la verdad. Por un lado, es completamente diferente ver un cuadro de tamaño natural y un pequeño grabado. El tamaño sí que importa en estos casos, y mucho. Por otro, no es lo mismo ver un grabado en la intimidad de tu casa que ver un cuadro en público, con otras personas a tu lado poniendo la misma cara de póker que tú. Cada formato, cada soporte, estaba reservado para representar unas cosas u otras, y saltarse esas reglas era faltar al decoro.

«Remate usted, caballero, que viene gente y no me gusta quedarme a medias», o algo así le estará diciendo

Por eso este grabado, que es aparentemente mucho más escandaloso, en realidad escandaliza muchísimo menos, porque el grabado es un vehículo más adecuado para algo así. Pero en cualquier caso, volvamos a Olympia a ver si descubrimos qué tiene este cuadro de particular. Bueno, mejor nos vamos más allá, a ver dónde se pudo inspirar Manet. Y tenemos que viajar nada menos que a 1538 y a Venecia, que es donde vivía uno de los más grandes pintores de todos los tiempos: Tiziano que acababa de pintar para el duque de Urbino una de sus obras más famosas.

La Venus de Urbino

Representar a diosas desnudas no estaba mal visto. Entra dentro de las reglas del decoro, y a nadie le extraña. Por eso, la mejor manera de pintar un desnudo y que no pasara nada era decir que era Venus y quedarse tan ancho, porque lo raro sería que Venus fuese vestida. Eso sí, viendo este cuadro ¿parece una diosa? ¿O más bien una mujer normal, en su palacio veneciano? Pues yo me inclino por lo segundo, porque el perrillo encima de la cama, las criadas ordenando el arcón… son bastante terrenales, tanto como la belleza de esta mujer, que no tiene nada que ver con la idealización de otras representaciones de Venus. Además, nos mira directamente, orgullosa y consciente de su belleza. El pelo suelto y largo, la postura un tanto indolente, la cama revuelta… ¿quién es realmente?

Olympia

Venus

La criada de Venus

La criada de Olympia

El gato…

Y el perro

Tiziano mantiene la ficción de que la mujer que está representada en el cuadro es Venus, aunque resulta evidente que es una cortesana (o sea, una prostituta de lujo) veneciana a la que las cosas le van estupendamente. Manet, en cambio, no disimula. Olympia es una cortesana y está encantada de serlo. Nos mira con descaro, entre provocadora e invitadora. Lleva una flor en el pelo, una cinta en el cuello, una pulsera y unas sandalias, lo que hace que el desnudo resulte más impúdico aún, pues parece mucho más desnuda que si no llevara nada. Le llega un ramo de flores de un admirador, de un amante rico, de alguno que aspira a serlo… que le entrega su criada. Y deja caer una mano sobre el sexo como quien no quiere la cosa, porque no da la impresión de que le preocupe mucho taparlo o no. Ah, y como la Venus de Tiziano, es perfectamente consciente de que estamos mirándola, y ni siquiera baja los ojos, sino que nos sostiene la mirada. ¡¡¡Un escándalo!!! La buena sociedad parisina podía aceptar la existencia de cortesanas a las que les iba estupendamente siempre y cuando al final pagasen por lo que habían hecho, a ser posible con una buena tuberculosis que se las llevase directamente al otro barrio con mucho sufrimiento. Ahí está Margarita Gautier, la protagonista de «La dama de las camelias«, que fue la que inspiró a Verdi cuando compuso la historia de Violeta Valéry, la protagonista de su ópera «La Traviata«. Greta Garbo-Margarita Gautier es la protagonista de una película inolvidable, «Camille«, y María Callas-Violeta Valéry es, probablemente, la mejor Traviata de todos los tiempos. Las dos triunfadoras, hermosas, maravillosas… las dos viven la vida a tumba abierta y se enamoran hasta perder el sentido… las dos sufren locamente y mueren jóvenes y en la plenitud de su belleza. Dos historias maravillosas que no son más que una, perfectamente aceptables por la sociedad biempensante gracias a la moraleja final.

Sin embargo, en Olympia no se ve ni rastro de sufrimiento, y más bien parece pertenecer al grupo de las triunfadoras, como La Paiva, a la que sus amantes pagaron un extraordinario palacio en los Campos Elíseos de París al que pertenece esta espectacular bañera, que muestra el lujo de que vivía rodeada.

En la imagen de abajo se ve una fiesta en su casa que recuerda a la primera escena de «La Traviata», la del baile, cuando Violeta canta «Sempre libera«. Es decir, que estaba encantada de hacer lo que le daba la gana, siempre libre, yendo de fiesta en fiesta…

Fiesta en casa de la Paiva

Pues este tipo de mujer era Olympia. Prostituta y sin remordimientos, indecente y triunfadora, impúdica y desvergonzada. Nunca antes se había representado sin tapujos a un personaje así, y Manet se atrevió a hacerlo. Y precisamente por eso, lujuria es… Olympia. Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

Más información – Entrando aquí

Si queréis seguirnos podéis entrar en http://www.facebook.com/gozARTE y pinchar en “me gusta”, o en twitter @gozARTE. Y ahora, os dejo unos cuantos post de nuestro blog con historias de lo más lujuriosas:

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

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Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

Lujuria es… San Juan de la Cruz


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Hoy he tenido un sueño intensamente erótico. La Duquesa de Alba me invitaba a merendar a su palacio de las Dueñas y en uno de esos patios mudéjares maravillosos dejábamos que la tarde sevillana se nos escapara entre los dedos comiendo jamón de un plato que nunca se acababa y bebiendo Tío Pepe de una copa que siempre estaba helada, algo que sólo una verdadera duquesa sabe organizar, la verdad sea dicha. Y me he despertado con el convencimiento de que la felicidad y la lujuria tienen el exacto sabor del jamón de Jabugo, algo que ya sabía desde hace tiempo pero que nunca está de más recordar.

Así, que no se vea el plato. Qué fiesta para los sentidos, qué lujuria, qué todo

Reconozcamos una gran verdad: en la casa en la que hay un jamón se discute menos. Un jamón de verdad, en su jamonero y con un cuchillo siempre listo, largo y afilado como un arco de violín. Y si encima uno de los dos sabe cortarlo… ya puede estallar la III Guerra Mundial, que no va con vosotros.

¿Cuántas conquistas habrá conseguido nuestro amigo Félix, de «La jamonería», con ese gesto? ¿Quién sería capaz de decirle que no a cualquier cosa en el momento en que levanta la loncha y la mira al trasluz? Pídeme lo que quieras, moreno, pero sigue cortando.

No todo el mundo lo sabe, pero cuántos divorcios podría evitar un buen plato de jamón recién cortado con una botella de fino bien frío. Se ve la vida de otra manera, no nos engañemos, y se les da a las cosas la importancia que tienen, y no más. Y es que yo soy un firme convencido de que todos necesitamos un poco de sur para no perder el norte, y con un plato de jamón de Jabugo y una copa de fino cierro los ojos y me encuentro en Sevilla, con la brisa que sube desde Cádiz dándome en la cara, y no necesito más. Y es que como dice Nati Abascal, mujer sabia donde las haya: «De todo me canso menos del jamón«.

Del cerdo, hasta los andares

No sé qué filósofo diría esa frase esencial para entender al ser humano, pero desde luego es cierta: «Del cerdo, hasta los andares«. Qué cosa más bonita, por Dios, mi arma, que eso son andares y lo demás pisar el suelo, y no hay más. Y precisamente de ahí viene esa expresión tan castiza de que alguien «está jamón«. Ya lo decía Celia Gámez cuando cantaba el «Chotis de la Manuela«, aquella planchadora que estaba loca por las estrellas de Hollywood y que dice aquel piropo que a todos nos encantaría que nos dijeran: «Y Douglas es / un hombre cañón / vaya gachó / que está jamón / pa’un tropezón«. Sobran los comentarios.

Jamón es… lujuria

Y ya que hablamos de jamón y de lujuria, que mejor que acabar con algunas imágenes de «Jamón, jamón«, la película donde las mujeres se comen a los hombres y los hombres comen jamón, según el cartel. Aquí tenéis un montaje con Diana Navarro cantando «Ando medio loca embrujá por tu querer». En fin, lo dicho, lujuria es… jamón.

Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

Más información – Entrando aquí

Si queréis seguirnos podéis entrar en http://www.facebook.com/gozARTE y pinchar en “me gusta”, o en twitter @gozARTE. Y ahora, os dejo unos cuantos post de nuestro blog con historias de lo más lujuriosas:

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

Lujuria es… San Juan de la Cruz


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¿Eres de los que piensan que no hay color más bonito que el naranja de una botella de Veuve Clicquot? ¿Y que a Francia se le puede perdonar todo sólo por haber inventado el champagne (y el foie gras)? ¿Y que Dom Perignon es mucho más importante para la Humanidad que Napoleón? Pues entonces eres de los míos.

No se puede pedir más…

Y es que sólo hay dos bebidas que puedan tomarse a cualquier hora: el champán (o champagne, que lo mismo da) y el agua. Siempre sientan bien, siempre son oportunas y a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría discutirlo. «¿Una copa de champán para desayunar, querida?«, pues claro que sí, o a las cinco de la mañana tras una noche de fiesta, o como aperitivo, o después de comer, o comiendo… siempre, siempre, siempre se da en la diana con una copa de champán, no lo dudéis. Es como un vaso de agua fresca, que siempre es un acierto. Y por supuesto, siempre hay que tener una botella en la nevera, porque el champán es… lujuria, sexo y lujo, lujo y sexo en una sola copa. ¿Quién da más? Al fin y al cabo, ya lo decía «Gigi» cuando cantaba aquello de que «La noche que inventaron el champán pensaron en tí y en mí«.

The night they invented champagne

It’s plain as it can be

They thought of you and me

The night they invented champagne

They absolutely knew

that all we’d want to do

Is fly to the sky on champagne

And shout to everyone in sight

That since the world began

no woman or a man

has ever been as happy as we are tonight!

Lo que viene a significar, más o menos, que la noche que inventaron el champán pensaron en tí y en mí, y tenían claro que nos iba a hacer volar hasta el cielo. Ah, y que desde que el mundo empezó nunca nadie, ni hombre ni mujer, fue tan feliz como nosotros esta noche. La verdad es que la noche que inventaron el champán nadie pensaba en nada de todo eso, seguramente porque no sólo fue por casualidad, sino que además parece que lo inventó un monje. Sí, sí, un monje benedictino llamado Dom Pérignon.

¿Quién iba a decir que algo tan excitante lo inventó un monje en un monasterio perdido en Francia?

En 1638 tuvo lugar un hecho esencial para la historia de la humanidad, pues nació Pierre Pérignon (obviamente no pudieron brindar con champán para celebrarlo, porque todavía no le había dado tiempo de inventarlo). Lo de Dom le vendría más tarde, porque es una especie de título que se les da en Francia a algunos eclesiásticos (algo así como el Don español). Porque a eso se dedicó, a la Iglesia. A los 19 años entró en un monasterio benedictino, y cuando tenía 30 fue trasladado a la abadía de Hautvilliers, en plena región de Champagne.

Aquí fue…

Allí se hizo cargo de la bodega, pues aunque era casi ciego debía tener un olfato estupendo. La vida transcurría tranquila en la abadía, hasta que un día, de pronto… oyó una explosión. El venerable monje se puso a buscar la botella que había estallado para ver qué había ocurrido, y abrió otra para ver si estaba todo en orden. Lo probó, y dicen que exclamó una de las frases más hermosas de la historia de la Humanidad: «¡Estoy bebiendo estrellas!«. Pura poesía. ¿Qué había ocurrido? Pues que aquel vino había fermentado dos veces, y no una como era habitual. Había nacido el «méthode champenoise«.

Había que conseguir que las «estrellas» no se escaparan de la botella, y Dom Pérignon encontró la forma

Las botellas normales no valían, hacía falta que fueran más resistentes. Y había que impedir que el corcho no saliera disparado, para lo que inventó la corona de alambre. Ya estaba todo preparado para uno de los grandes descubrimientos de la historia, y probablemente el más lujurioso. Había nacido el champán. Tiempo después la casa Moët&Chandon compraría los viñedos de la abadía y homenajeó al descubridor con el champán más famoso del mundo: Dom Pérignon. El suave rumor de sus burbujas es la mejor banda sonora para cualquier actividad lujuriosa que se os ocurra.

Todos los años, los cubanos que viven en Sevilla rocían la tumba de Antonio Machín con ron cubano mientras cantan sus boleros. ¿Quién se apunta a venirse de peregrinación a la de Dom Pérignon a montar algo parecido?

Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

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Lujuria es… Marilyn Monroe

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… Sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

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Lo confieso: me encanta Sexo en Nueva York. Más aún, soy un adicto del tipo «Me llamo Carlos y no puedo vivir sin mi dosis diaria de Sexo en Nueva York«. Tiene el tono justo para ser frívolo pero no superficial, que es lo que mola. «Sálvame» es superficial, porque hablan de cosas que no tienen la menor importancia, pero no es frívolo, porque parece que se las toman terriblemente en serio. «Sexo en Nueva York» habla de cosas tremendamente serias, pero tomándoselas de la única manera que uno puede hacerlo: a risa, que es el arma de la gente inteligente para enfrentarse a la vida. Así que no tengo ninguna intención de desengancharme.

Cuatro personalidades perfectamente lujuriosas

Sólo Marilyn (y Liz, claro) resume todos los significados de la palabra lujuria como ellas. Sexo y lujo a partes iguales y no necesariamente por este orden, hombres y champagne, por supuesto francés, teniendo claro, además, que un diamante es para siempre y es un amigo fiel (aunque te cueste algunas lágrimas y tengas la tentación de devolver el anillo, como nuestros abuelos se devolvían las cartas cuando partían peras). Ya lo decía la señorita Monroe, ¿no? «Un beso en la mano puede ser muy europeo, pero un diamante es el mejor amigo de las chicas«. Y ni ella se lo creía, claro, igual que nuestras protagonistas tampoco se lo creen, pero algunas saben que aprender consiste también en darse cuenta de que el dolor y el orgullo pasan y las piedras quedan.

La cuestión es decidir cuáles son las cosas realmente importantes en la vida, y miles de años de historia de la Humanidad, de pensadores más y menos brillantes dándole vueltas al tarro para encontrar la gran respuesta, llevan siempre al mismo punto: lo único realmente importante es ser feliz, y lo demás, cuentos. Y ahí viene lo peliagudo, decidir qué es exactamente eso de ser feliz. Y claro, nuestras cuatro amigas tienen respuestas radicalmente opuestas y completamente similares a esa pregunta. Escuchemos qué tienen que decirnos al respecto.

A tí, Charlotte, querida, ¿qué te hace feliz?

Ay, qué pregunta. Pues lo que a todos, aunque otros no se atreven a confesarlo. Una vida con la dosis justa de estabilidad y de aventura, de amor y de sexo… Yo no pido nada del otro mundo: una boda bonita, un marido guapo y rico que me quiera y me tenga como a una reina, unos niños divinos, un apartamento de lujo en Park Avenue, una suegra que no dé mucho mal, que de las otras ya he tenido… en fin, lo que todo el mundo, ya digo. Ah, y una casa en la playa, en los Hamptons, of course. Con eso me conformo, soy una chica sencilla.

¿Puedes resumir todo eso en dos o tres palabras?

Pues claro, a ver… ¿Amor, sexo y lujo está bien? Y si no, amor, amor y amor. Eso, pon eso.

Y tú, Samantha, ¿qué necesitas para ser feliz? Dinos algo que no sepamos ya

Ay, picarón, jajaja. Yo lo quiero todo, TODO, y a TODOS, ya sabes. Yo quiero hombres guapos con penes grandes y duros. Y quiero descubrir el secreto de la eterna juventud para estar siempre joven y estupenda, que eso me quita a mí la alegría, no te creas, que las patas de gallo, las cartucheras, los pechos caídos y el culo flácido son compañeros de viaje que no tengo ninguna gana de tener, y las de veinte vienen empujando y yo no me pienso apartar y dejarles el camino libre. Lo mío me cuesta, pero aquí sigo, en la brecha. Y tómate eso como quieras, darling.

¿Y el amor? Porque ya sabes que hay quien piensa que el sexo sin amor es una experiencia vacía.

Jajajaja sí, y como dice Woody Allen, como experiencia vacía es una de las mejores. Unos reprimidos todos. Y el amor… si llega, llegará, pero se sufre mucho y no sé… ¿tú crees que vale la pena pasarlo tan mal? Además, en mi vida hay mucho amor: estoy enamoradísima de mí misma, jajaja.

Te toca a tí, Miranda. ¿Qué es para tí la felicidad?

¿Y yo qué diablos sé lo que es la felicidad? Cuando salí de Harvard lo tenía claro, pero… ya no. Mira, yo siempre pensé que la felicidad era ser brillante, tener una estupenda carrera profesional y ser independiente, sin necesitar nunca el dinero de ningún hombre. Y sí, todo eso está bien, pero ¿te hace feliz? ¿Quién me iba a decir a mí que iba a babear con una criatura? ¿Y que me iba a volver loca por un camarero? ¿Y que iba a irme a vivir fuera de Manhattan para verlos felices a los dos? Chico, las cosas cambian cada día, pero cada vez tengo más claro que soy más feliz cuanto más felices puedo hacer a los que quiero. 

Sólo nos quedas tú, Carrie. Sorpréndenos con tu idea de la felicidad

Pues no creo que te sorprenda, que me estoy volviendo cada día más simple en estas cosas. Hombre, me sigue haciendo feliz tener mi dinero donde lo pueda ver, o sea, colgando en mi armario, jajaja. Pero… y aquí habla la sesuda columnista… si te hubieras ido unos miles de años atrás y hubieras preguntado a cuatro cavernícolas a la vuelta de la caza del bisonte, te hubieran respondido lo mismo que nosotras. A lo mejor con otras palabras, pero lo mismo. Porque aquellos antepasados nuestros tan primitivos ya sabían lo que llevamos milenios intentando descubrir. Ellos en la cueva y nosotras en la sofisticadísima Nueva York, sabemos que lo único que nos hace felices es… el amor. Ni más, ni menos. Bueno, el amor y sus condimentos, claro. Que contigo pan y cebolla, pero las penas con pan son menos, y cuando el hambre entra por la puerta el amor salta por la ventana, así que… lujuria, pura lujuria, amor, sexo y lujo, o sea, amor, amor y amor. Y vivir la vida apasionadamente, apasionándose por una canción, un par de zapatos, un cuadro, una buena discusión, una ciudad, una copa de vino… pero siempre apasionándose. No hay más. En eso se resume la esencia de la vida. En la pura lujuria.

La expresión «como pa’una boda» se refiere exactamente a esto. Ellas saben que en una boda el único término medio posible entre estar divina y ser una hortera es «ir discreta», que es la peor de las tres opciones siempre.

Porque dicen sin tapujos lo que muchos no se atreverían ni a pensar sobre el sexo, y al mismo tiempo son súper pudorosas y hasta un poco rancias y conservadoras para otras cosas. Porque mi color preferido también es el naranja de la veuve Clicquot, esa encantadora viejecita que dedicó su vida a hacer champagne. Porque ellas también saben que sencillo y simple son dos cosas completamente diferentes. Porque visten como nadie viste y hablan como nadie habla, y al mismo tiempo son absolutamente reales… por eso me encantan. Y punto.

Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

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Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

Lujuria es… San Juan de la Cruz



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O sea, las piernas más largas de la historia del cine, inacabables, peligrosas, seductoras, tentadoras, capaces de llevarte directamente por la calle de la Amargura, esquina con Perdición. Estamos hablando, claro, de las dos piernas, dos, de la única, inigualable, extraordinaria… CYD CHARISSE. Por buen actor que fuese Gene Kelly, esa cara que tiene en la foto cuando de repente y sin esperárselo se encuentra con que su sombrero ha caído justo donde no debía… en fin, que no necesitaba fingir para que le cortase el hipo al ver aquello.

«Cantando bajo la lluvia», o sea, la película que Woody Allen dice que hay que ver una vez al mes si uno quiere ser feliz. Gene Kelly, con esa cara de buen chico recién llegado a la gran ciudad. Ese plano con una pierna infinita, estirada, con un sombrero en la punta del pie, que acaba en un cuerpo de tanguista peligrosa, embutida en un vestido verde que, por sí solo, ha sido suficiente para llenar varias veces el caldero de Pedro Botero de pecadores con cerebros llenos de pensamientos libidinosos… Esa mujer que se permite despreciar el amor a cambio del dinero, fría, calculadora y que se mueve como nadie se movió nunca. Ufffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffff

Por esa cuesta abajo uno se desliza sin enterarse hasta la puerta del mismísimo infierno

Tula Ellice Finklea había nacido en Amarillo, Texas. Con ese nombre y en semejante lugar tenía que ser una bailarina muy, muy, muy grande para llegar a convertirse en una estrella, pero ella lo era. Tanto que llegó a bailar en los ballets rusos de Diaghilev (con nombres falsos como Felia Sidorova, que al fin y al cabo eran los ballets rusos) y protagonizó unas cuantas de las escenas más inovidables de la historia del cine.

Sin palabras

Aquellas piernas infinitas que ella sabía mover como nadie eran un tesoro, así que… había que asegurarlas. Y lo hizo en 1952, en medio de una enorme campaña publicitaria, por la escandalosa cantidad de cinco millones de dólares, o sea, un Potosí. En realidad, la Metro pulverizaba así el récord de la Fox, que había asegurado las piernas de Betty Grable en un millón de dólares cada una. Una barbaridad también, porque como hubiera dicho Celia Gámez «da lo mismo de suspiros que de tiros, un millón es un millón«. La cosa venía de que Betty había protagonizado en el 39 «Las piernas del millón de dólares», título que se refería a las de un caballo de carreras, pero los publicistas de la Fox se lo curraron y la gente acabó conociéndola así.

Según la revista Life, ésta es una de las 100 fotos que cambiaron el mundo. ¡¡¡Pobrecica Betty!!! La chica de las piernas de un millón de dólares, la estrella femenina favorita de los soldados americanos durante la II Guerra Mundial, se quedó en nada cuando llegó Cyd

A principios de los 50 Cyd firma un contrato con la Metro y empieza a tener papeles protagonistas en películas importantes, sobre todo musicales. Ahí va una lista para quitar el hipo: «Cantando bajo la lluvia», «Melodías de Broadway», «Siempre hace buen tiempo», «Brigadoon». Antes la veíamos en la primera, y ahora vamos a verla en la segunda, en la que tuvo como pareja a un bailarín mítico, Fred Asteire. La diferencia de edad entre los dos no impidió que se crease una química… inolvidable. Disfrutad de cada segundo de esta escena:

Y ya para acabar otra escena que quizá no sea tan lujuriosa, pero es… yo creo que el mejor «paso a dos» de toda la historia del cine. Montones de ensayos, una falda que vuela y subraya cada movimiento, una música perfecta, un decorado elegante y romántico… En fin, el que seguramente es el mejor número de la historia del cine musical, «Dancing in the dark»:

Sobran las palabras. Y aún a riesgo de que me toméis por el abuelo Cebolleta, diré lo que estoy pensando: ya no se hacen películas así. En fin, os dejo con la maravillosa Cyd, que es la mejor manera de empezar el fin de semana.

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Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

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Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

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Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

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Lujuria es… pecado

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Como hoy es viernes (o sea, dies Veneris, el día de Venus para los romanos) viene a cuento hablar de Venus, la diosa que nació de la espuma de las olas del mar y llegó hasta la orilla sobre una venera (una concha). Es la diosa de la belleza y del amor, y las enfermedades del amor se llaman… venéreas, claro, y tienen algo que ver con el monte de Venus, ¿no? ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Pues porque Venus no era exactamente la diosa del amor romántico, sino más bien de la atracción física y sexual.

Venus subida encima de una enorme venera y tapándose pudorosamente el monte de Venus (qué lío, madre) con su melena rubia

Parece un trabalenguas pero no lo es. Simplemente es que las palabras nunca son como son por casualidad, y aquí queda bien claro. Pero bueno, a lo que vamos, es decir, a Venus. O a Afrodita, que así la llamaban los griegos. La cosa fue que Cronos castró a Urano con una hoz y tiró sus genitales al mar. Y cosas de los dioses, su esperma fecundó las olas y…

Afrodita, en griego, quería decir algo así como «surgida de la espuma». Y no es casualidad, claro

Parece ser que «surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella«. Y por cierto, nació ya mayor e  «infinitamente deseable«. El caso es que, para que no surgieran disputas entre los dioses a causa de su belleza, hubo que buscarle rápidamente un marido, y eligieron a Vulcano, feo y deforme pero con un mal genio suficiente como para ahuyentar a los posibles amantes.

Venus y Marte después de un agotador «encuentro en la tercera fase». Marte, el pobre, debió acabar exprimidico, porque no puede más

¿Suficiente? Pues no, menuda era Venus. De primer plato, Marte, dios de la guerra, que se dice pronto. Joven, guapo, bien plantao… nada que ver con su pobre marido, que estaba todo el día dale que te pego a la fragua. Menudo triángulo amoroso, ¿eh? El pobre Vulcano sudaba haciendo la armadura del amante de su mujer. Marte sudaba haciendo feliz a la insaciable Venus. Y Venus… también sudaba y se lo pasaba mejor que nadie. Hasta que…

El pretendiente despechado (Apolo) se venga yéndole con el chisme al marido cornudo (Vulcano)

Lo de los dioses de los griegos y romanos eran bajas pasiones, y lo demás cuentos. El Olimpo era un patio de vecinos y todo se sabía antes o después, y claro, cuando Apolo (rechazado por Venus) le fue a Vulcano con el cuento… Menudo cuerpo se le quedaría al pobre, que encima estaba haciendo la armadura de Marte con toda la dedicación del mundo. Pero debió de pensar… «arrieros somos, Marte, y en el camino nos encontraremos«. Y preparó una trampa para que en el momento en que se pusieran a la faena, una red les cayera encima y no pudieran escapar.

Vulcano, debajo de la mesa, no puede creer lo que ven sus ojos

Imaginaos la escena. Venus diciendo «esto no es lo que parece, Vulcano, hijo, que eres un dramático, de verdad te lo digo«, Marte sin saber dónde meterse, y Vulcano que llama a todos los dioses del Olimpo para que vengan a ver el espectáculo. Un show, os lo digo yo. Eso sí, ¿creéis que Venus escarmentó con aquello? Pues no, pero es que hay que ponerse en el lugar de la pobre, Vulcano era poco dios para ella, y claro…

Con ese bigotillo, esa caida de ojos, esos rizos, ese cuerpazo juvenil… Adonis estaba como pa’un tropezón, y hasta pa’dos. ¿Quién lo dejaba marchar, aunque fuera de caza?

¿Alguna vez os han dicho «estás hecho un Adonis«? Es que Adonis era un bombón, y claro… Venus perdió la cabeza por él. Hasta se aficionó a la caza para acompañarle, no os digo más. Pero claro, tenía que llegar el día en que no pudiera acompañarle, que Venus también tenía sus obligaciones, y Adonis se fue solo a cazar. «Hazme el favor de ir con cuidao, Adonis, que tú te piensas que todo el mundo es bueno como tú y no, que yo sé más de la vida, y los bichos tienen mucho peligro«. Igual le iba a dar, porque Adonis se marchó tan contento pensando que al fin y al cabo, ¿qué sabrían de caza las mujeres? En éstas estaba cuando se encontró con un jabalí con cara de pocos amigos, y… Hay quien piensa que el jabalí era Marte, harto de que Venus pasara de él, y yo creo que posiblemente sí. ¿Sabéis por qué? Pues por la forma que tuvo de matar a Adonis, castrándole de un mordisco y dejando que se desangrara. Si habéis hecho un curso de detectives por correspondencia estaréis de acuerdo conmigo en que eso es un crimen pasional de manual, ¿o no? La cuestión es que el sofocón que se dio la pobre Venus cuando se encontró a Adonis muerto no es ni para contarlo. Al final medio resucitó, pero chico, ya no era lo mismo.

Una imagen vale más que mil palabras, y si es de Goya aún más

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Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

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Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

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¿Alguien de más de treinta y muchos no recuerda el «Teatro chino de Manolita Chen»? Todos tenemos alguna espina clavada por no haber podido hacer alguna cosa, y la mía es no haber podido entrar nunca. Recuerdo que cuando era pequeño veía el rótulo de bombillas año tras año, cuando llegaban las fiestas del Pilar e iba a las ferias con mis padres, mis abuelos o mis tías. Pero cuando tuve la edad de ir ya no existía, y siempre me ha picado la curiosidad de saber qué era lo que uno se encontraba cuando pasaba aquella puerta que para mí siempre tuvo algo de mágica. Quién sabe, igual me imaginaba entonces que dentro se desnudaban hasta los acomodadores. No recuerdo qué fantasías tenía, pero lo que es seguro es que las ferias no eran ferias sin el «Teatro chino de Manolita Chen».

Buscando, buscando, he encontrado bastante información sobre aquel mítico teatro ambulante, y esto es lo que he podido deducir. Para empezar, que hubo un auténtico señor Chen, y para seguir que hubo dos Manolitas, una auténtica y otra falsa que además era transexual. Vamos, todos los ingredientes para un estupendo culebrón. Ahí va la historia. Nuestra primera protagonista es Manuela Fernández Pérez, una bailarina y cantante que a principios de los 40 conoció en el Circo Price a Chen Tse-Ping, un lanzador de cuchillos de la troupe Chekiang. Se enamoraron, se casaron y Manolita pasó a formar parte de la troupe.

Imagínense al señor Chen venga a lanzarle cuchillos a la pobre Manolita. Hay gente que tiene formas de los más extravagantes de demostrar su amor

El caso es que el señor Chen vio que aquello tenía futuro y decidió montar un circo ambulante que acabaría llamándose Teatro Chino de Manolita Chen. Y aquí viene la segunda parte. Un socio del amigo Chen decidió montárselo por su cuenta con el dueño de una tómbola, y contrataron a una estrella del Paralelo Barcelonés, el primer transexual popular en nuestro país. Su nombre de nacimiento era Manuel Saborido y acabó siendo la segunda Manolita Chen.

«Compañía de galas orientales». Aquello no podía ser más evocador, ¿no?

Es posible que nunca llegue a saber si el «Teatro chino de Manolita Chen» que yo veía todos los años para las fiestas del Pilar era el auténtico o el falso (los dos eran auténticos, en cualquier caso), y la verdad es que prefiero no saberlo. Lo cierto es que el espectáculo debía ser similar y todo un éxito, ya que llegaban a hacer ¡¡¡¡OCHO FUNCIONES DIARIAS!!!! Marifé de Triana, sin ir más lejos, empezó allí, y allí se curtió aprendiendo a aguantar el frío y el calor, el aplauso y la indiferencia del público…

Las leonas del destape, casi ná

En cualquier caso, la atracción estrella (y aquí pongo los dos ♦♦ de la tele de mi infancia, y que el que siga leyendo que se atenga a las consecuencias) era… Nicomedes Expósito, el enano más potente del siglo XX. Sí, cómo suena, porque el tal Nicomedes era más que superdotado y al mismo tiempo desafiaba la ley de la gravedad, pues aquello tenía una firmeza nunca vista. Tanto que su número estrella consistía en introducir el susodicho miembro en un agujero de la mesa del prestidigitador, y con la única ayuda de sus manos y sus pies era capaz de dar vueltas sobre tan original eje. Esto en las funciones de tarde, mientras que en las de noche se sustituía la mesa por la domadora de tigres, manteniéndose igual el resto del número. Lamento no tener fotos, aunque eso hubiera significado acabar con todas las existencias de rombos de este blog.

Manolita Chen (la «falsa») luciendo muslamen, que se decía en la época

Para acabar, decir que el «Teatro chino de Manolita Chen» aparece en la película que inaugura el género del destape, «La trastienda», donde puede verse un desnudo cuasi integral de María José Cantudo (sí, a mí se me quedó la misma cara que a vosotros). En fin, que es un trozo de historia de España y se merecía un lugar en nuestra particular Enciclopedia de la Lujuria, por la cantidad de sueños lujuriosos que provocó en nuestros padres y abuelos.

Y si queréis más lujuria, con motivo de San Valentín tendremos nuestra ruta UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA.

Cuándo – Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30

Dónde – Puerta de la iglesia de la Magdalena

Precio – 8 € (estudiantes menores de 26 años y jubilados, 7 €; parados, 4 €)

Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí

Más información – Entrando aquí

Si queréis seguirnos podéis entrar en http://www.facebook.com/gozARTE y pinchar en “me gusta”, o en twitter @gozARTE. Y ahora, os dejo unos cuantos post de nuestro blog con historias de lo más lujuriosas:

Lujuria es… Liz Taylor

Lujuria es… Olympia

Lujuria es… Marilyn Monroe

Pecadores encantadores – Rebeca y la lujuria

Lujuria es… el jamón

Lujuria es… el champagne (francés, bien sûr)

Lujuria es… sexo en Nueva York

Lujuria es… unas piernas de cinco millones de dólares

Lujuria es… el Bulli

Lujuria es… Venus

Lujuria es… el teatro chino de Manolita Chen

Lujuria es… Sodoma y Gomorra

Lujuria es… el “gabinete secreto” de Nápoles

Lujuria es… Marlon Brando

Lujuria es… Sofía

Lujuria es… la guerra de los biquinis

Lujuria es… el biquini

Lujuria es… El Plata

Lujuria es… Zeus y sus chic@s

Lujuria es… la Lollo

Lujuria es… pecado

Lujuria es… San Juan de la Cruz

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