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Posts Tagged ‘Ayuntamiento de Zaragoza’


Un parque es como una ciudad en miniatura. A primera vista puede parecer que «solo» hay árboles, pero… tiene un río, un puente, casas, plazas, acequias, monumentos, avenidas, rincones secretos, historias, leyendas… El «parque grande» de Zaragoza tiene una larga historia de casi un siglo, y por eso hemos preparado con el Servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Zaragoza dos visitas gratuitas completamente distintas:

LOS CAMINOS DEL AGUA EN EL PARQUE

Pocos partes tan acuáticos como este, situado entre el río Huerva y el Canal Imperial y regado por toda una red de acequias históricas. ¿Os apetece descubrir cuáles son los caminos del agua en el parque? Pues no os podéis perder esta visita que hemos preparado para conocer algo que muchas veces nos pasa desapercibido.

Cuándo – Sábados de mayo y junio a las 19’00

Dónde – Aula de la Naturaleza (detras del Batallador, junto al Canal; aquí puedes ver el plano, y debajo una fotografía aérea con la ubicación)

Precio – GRATUITO

Reservas – Llamando al 976207363

HISTORIAS DEL PARQUE GRANDE

¿Cómo nació el parque? ¿Cuál fue el proyecto original? ¿Qué se ha ido añadiendo a lo largo de sus casi cien años de historia? Por un lado, somos una ciudad de «monumentos viajeros», y algunos que fueron creados para otros sitios han acabado aquí (como el quiosco de la música, la fuente de Neptuno…). Por otro, el parque se consideró el lugar ideal para levantar monumentos dedicados a personajes de la historia zaragozana, desde el doctor Cerrada o Paco Martínez Soria hasta Alfonso I el Batallador o el mismísimo Goya, al que se le dedicó el Rincón de Goya, un lugar extraordinario en el que se situó el primer edificio racionalista construido en España. Si venís con nosotros, descubriremos la Historia y las historias de este fantástico lugar.

Cuándo – Domingos de mayo y junio a las 11’00

Dónde – Aula de la Naturaleza (detras del Batallador, junto al Canal; aquí puedes ver el plano, y debajo una fotografía aérea con la ubicación)

Precio – GRATUITO

Reservas – Llamando al 976207363

Ubicación Aula de la Naturaleza

Y si quieres ir leyendo ya algunas historias del Parque Grande…

El león del Batallador

Los ¿delfines? de Neptuno


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Uno de mis rincones preferidos en Zaragoza es la fuente de Neptuno, y para allí nos vamos hoy. Porque además de Neptuno hay en ella cuatro estupendos delfines, o tritones, o no se sabe muy bien qué, un poco peculiares pero fantásticos.

Tiene cara de malote, pero es inofensivo

Pero vayamos un poco atrás en el tiempo, y luego mucho más atrás. Porque, como otros monumentos de Zaragoza, esta fuente tiene vocación viajera y ha pasado largas temporadas yendo de lado a lado de la ciudad, hasta encontrar su ubicación ¿definitiva?

Neptuno, cuando vivía en la plaza de España, o de San Francisco, o de la Constitución… que todos esos nombres ha tenido

Los viajes de Neptuno comienzan exactamente en la actual plaza de España, después de los Sitios. Los franceses, que desde que entraron en febrero de 1809 hasta el final de la Guerra de la Independencia pasaron unos añitos mandando en Zaragoza, decidieron que no podía ser que aquí no hubiera fuentes (nunca las hubo, porque en las casas había pozos y no eran necesarias), y encargaron una escultura del dios Neptuno para hacer una verdaderamente monumental (el dios de las aguas en una fuente era algo de lo más normal, y no hacía mucho que en Madrid se le había dedicado otra).

Ahí está el dios de las aguas con su tridente, viendo la vida pasar

El escultor de Alcañiz Tomás Llovet hizo su escultura, pero la guerra se acabó, los franceses se marcharon (por las malas, pero se marcharon) y de Neptuno no se acordó nadie más en una larga temporada. Volvió Fernando VII de Francia y fue un subidón, luego vino el bajón cuando se negó a firmar la Constitución, luego se sublevaron los liberales y tuvo que firmar, luego vinieron a ayudarle los Cien Mil Hijos de San Luis y otra vez dijo que nones… en fin, un follón. Y entretanto tuvo no una hija, sino dos, riquísimas las dos: Isabel y María Luisa Fernanda.

«Para eternizar el primer acto de fidelidad a Dª Isabel II como princesa de Asturias, Zaragoza 1833»

Y claro, como Isabelita era la mayor, en 1833 juró su cargo como princesa de Asturias, y ese mismo año se ponía la primera piedra de la fuente, que por eso se llamo… fuente de la princesa, claro.

Así se había quedado esta zona después de los sitios. Deshechica, que diría mi abuela

Pero vamos demasiado deprisa, porque… justo donde se iba a instalar la fuente, antes había habido algo. ¿Veis este grabado? Lo que hay al fondo son las ruinas del Hospital de Gracia (más o menos, lo que ahora sería la parte del Banco de España hasta el ex-Mc Donalds), y en medio del Coso… está lo que queda de unas columnas encima de un montón de escombros. Era la Cruz del Coso, un templete que mandó construir Fernando el Católico justo en el lugar en el que habían sido martirizados, según la tradición, Santa Engracia y sus compañeros, los Innumerables Mártires (dieciocho, concretamente). Ahí llevaba unos cuantos siglos, pero después de los Sitios quedó hecho un pingo, como gran parte de la ciudad.

El caso es que fue justo en ese lugar donde se levantó la fuente de Neptuno, y claro, a las mentes conservadoras de la ciudad no les hizo ninguna gracia que, justo en el lugar donde se había derramado la sangre de los mártires, se levantase una estatua de un dios pagano y medio desnudo. Y claro, no pararon, no pararon, hasta que consiguieron echar de allí al pobre Neptuno, que no tenía culpa de nada.

Mucho monumento para una sala plaza

¿Veis algo raro en la foto? A la derecha, la fuente de Neptuno. A la izquierda, el monumento a los Mártires, la Religión y la Patria (o sea, el que hay ahora) en plena construcción (el sector más de derechas de la ciudad, encabezado por el deán del Pilar, Florencio Jardiel, consiguió que tampoco el monumento al Justicia se construyese aquí). La fuente se inauguró en 1845 y estamos en 1903, así que si echáis cuentas veréis que no les costó mucho «espachar» de allí a aquel dios pagano que a algunos les resultaba tan provocador.

¿Quién diría que esto es la arboleda de Macanaz?

La fuente pasó una larga temporada desmontada en algún almacén municipal, hasta que se montó una temporadilla corta en la arboleda Macanaz, al lado del río. Se supone que allí Neptuno estaría a gusto, con tanta agua, pero nadie le preguntó al dios y otra vez se lo llevaron de allí, y esta vez a un destino que se supone definitivo. ¿O no? Nunca se sabe en esta ciudad.

¿Os imagináis a Neptuno poniendo los brazos en jarras y arrancándose con unas buenas jotas?

Lo cierto es que Neptuno, en el parque, está como en su casa. Con esas palmeras, el Huerva a sus pies, las cotorras que no paran… está como un dios, sí señor. ¿Y sus delfines? ¿O no son delfines? En realidad, qué más da. Algunos les llaman delfines, pero entre la tersura de la piel de un delfín, tan simpático y tan majete, y las escamas, la cola, las aletas y el gesto peligrosillo de estos de aquí… hay una diferencia. Tampoco son exactamente tritones, porque estos suelen tener cola de pez y cuerpo de hombre. Pero en fin, ¿a quién le importa? Siempre podemos preguntarles a ellos como prefieren que los llamemos, ¿no?

Si queréis conocer esta y muchas otras historias no os podéis perder nuestra visita sobre las «Historias del Parque Grande», todos los sábados y domingos hasta el 7 de junio Si queréis saber más solo tenéis que entrar aquí, y para reservar podéis llamarnos al 976207363 o entrar aquí. Y si queréis conocer más historias del Parque Grande…

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El gallo de la casa Marín Corralé, vigilando la calle Don Jaime (San Gil, de toda la vida)

A pesar de que el gallo volar, lo que se dice volar, vuela poco, estamos acostumbrados a verlos por las alturas. Nuestras ciudades están llenas de veletas con gallos de todos los tamaños, pero ¿qué hacen ahí? Es más, en Zaragoza nos nos privamos de nada y tenemos nuestro propio barrio del Gallo, y además aparecen en montones de capillas, retablos… ¿Qué han hecho los gallos para tener tanto protagonismo? Pues como siempre, la explicación está en alguna esquina de la Historia, así que… vamos a ver qué encontramos (eso sí, por si no tenéis ganas de leer y preferís oírlo aquí os dejo un podcast de la sección que tenemos todos los martes de verano en «Hoy por hoy» de Radio Zaragoza y a la que hemos llamado «Animalario zaragozano»).

Y lo primero de todo, y como la verdad sólo tiene un camino, es decir que los gallos se lo deben todo a San Pedro. No hay más. Así que abrochaos los cinturones, porque nos vamos de viaje al primer Jueves Santo. Jesús y los apóstoles se van a rebajar la cena dando un paseo hasta el monte de los olivos (también conocido como Getsemaní, que se vea que somos gente leída). Los apóstoles se duermen, Jesús se agobia («Padre, aparta de mí este cáliz«), Judas llega con los soldados a prender a Jesús (por 30 monedas de plata, una de las cuales cuentan que se fundió con el bronce de la campana de Velilla, pero esto nos llevaría muy lejos y lo dejamos para otro día). El caso es que de pronto se arma el revuelo, a Pedro le sale el pronto ése que le pierde y le corta la oreja a Malco (no preocuparse, Jesús se la vuelve a poner en su sitio en un pispás). En fin, resumiendo, que los soldados se llevan a Jesús a casa de Anás, y luego de a la de Caifás. Y aquí es donde queríamos llegar.

San Pedro diciéndole a la criada de Caifás que no, que él pasaba por aquí

Ya en la cena Jesús le había dicho a Pedro: «Antes de que el gallo cante dos veces tú me habrás negado tres». Hala, ahí queda eso. «¿Yooooooooooooooo? Imposible, pero imposible de toda imposibilidad». Más le valía haberse callado al pobre, porque si tres le preguntaron en el patio de la casa de Caifás que si conocía a Jesús, a los tres les dijo lo mismo: «¿Yoooooooooooooo? Yo pasaba por aquí, de verdad de la buena». El miedo es muy malo, y todos hubiéramos hecho lo mismo, no nos engañemos. El caso es que a la tercera va la vencida, y nada más contestar Pedro… el gallo cantó. El sofocón que se llevó el pobre hombre él sólo lo sabe.

En el Santo Entierro de Sevilla no podía faltar el gallo, claro que no. Por cierto, ¿que tienen que ver ese gallo y Sevilla?

Pero lo mejor viene ahora. ¿Qué fue del gallo? Siempre nos olvidamos de los personajes secundarios de las historias, pero de éste en concreto… algo sabemos. Y lo que sabemos es que no acabó guisado, sino incinerado. Sí, sí, lo que os cuento. Y lo sabemos porque resulta que mil quinientos y pico años después el Marqués de Tarifa se fue de peregrinación a Jerusalén y, como por aquel entonces la cosa era complicadilla, pues el hombre se pasó el resto de su vida contando la hazaña a todo el que le quiso oír. La cuestión es que no se vino de vacío, y se llevó para Sevilla… ¡¡¡Las cenizas del gallo!!! Repito: ¡¡¡LAS CENIZAS DEL GALLO!!! Sí, sí, hasta con negrita si hace falta: ¡¡¡¡LAS CENIZAS DEL GALLO!!!! No pongáis esa cara de incredulidad, gente de poca fe, que parece que tenéis alguna duda sobre su autenticidad. El caso es que las cenizas allí siguen, en la maravillosa Casa de Pilatos, que como todo el mundo sabe en Sevilla es el lugar donde Pilatos se alojaba cuando iba a pasar la Semana Santa (los sevillanos, que son gente sabia, siempre dicen que «menos mal que el jodío de Pilatos se lavó las manos, porque si no nos deja sin Semana Santa»; y estoy absolutamente de acuerdo con ellos)

¿Sabría Nati Abascal, cuando fue duquesa de Feria, en qué lugar exacto de su casa está la urna con las cenizas del gallo? Segurísimo, ella es una mujer sabia y estas cosas no se le escapan

Y llegamos a las veletas, que es donde habíamos empezado. ¿De dónde vino la costumbre de poner gallos en las veletas? Pues para esto tenemos que irnos al siglo IX, porque parece que fue el papa Nicolás I el que mandó poner un gallo coronando los templos para que siempre tuviéramos presentes las negaciones de Cristo (vamos, para recordarnos eternamente que si Pedro, nada menos que Pedro, fue capaz de negar a su Maestro, los demás éramos todos unos pedazo de pecadores como la copa de un pino). El caso es que de las iglesias pasaría a otros edificios, como las casas (al principio hemos visto una foto del torreón de la esquina de la casa Marín Corralé) y hasta los museos.

Ahí tenéis al gallo, sobre el tejado del Museo Pablo Gargallo, despertando cada mañana a los vecinos de la Plaza de San Felipe

En concreto, en el Museo Pablo Gargallo. Cuesta un poco verlo cuando uno está en la plaza (hay que alejarse bastante de la fachada, pero ahí está). No es una obra suya, pero en el interior del Museo tenemos la plantilla de cartón que él hacía antes de recortar las chapas de metal con las que montaba algunas de sus esculturas.

De todas maneras, si de veletas con gallo hablamos, hay en Zaragoza una que no podemos olvidar. No sólo corona una torre espectacular, sino que llegó a dar su nombre a todo un barrio: la Magdalena, el barrio del Gallo (por oposición a San Pablo, el barrio del Gancho).

La torre de la Magdalena, en pleno corazón del barrio del Gallo, con su veleta

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Resulta que en la Edad Media, cuando cualquiera que se preciase un poco tenía un escudo, se empezó a pensar cuáles serían las armas de Cristo. Y se llegó a la conclusión de que lo que mejor resumía su gloria eran los instrumentos de su Pasión, que se empezaron a representar en cuadros, retablos, relieves de capillas… cada vez más y más variados. La bolsa con las treinta monedas, la escalera para descolgarlo de la cruz, los dados con los que se jugaron sus vestiduras, la lámpara que llevaban los soldados que subieron a buscarlos al monte de los olivos, los clavos y el martillo para clavarlo a la cruz, el látigo y la columna… y el gallo, claro. Están representados en muchos sitios, pero a mí me encantan los que hay en la Seo, concretamente el de la capilla del Santo Cristo.

¿Cuánto hace que no estáis en la Seo? A lo mejor es hora de que volváis . Una cacería de gallos es una excusa tan buena como otra cualquiera

En el trascoro (o sea, en la parte de atrás del coro) de la Seo hay una estupenda capilla. En ella aparece un Calvario y coronándola Cristo resucitado, rodeado de ángeles con los instrumentos de la Pasión (la columna, por ejemplo). Pero además, y esto es lo que nos interesa, se hizo un zócalo de piedra negra de Calatorao (que en la foto queda justo detrás de los bancos) en el que se representaron, con piedras de otros colores, las monedas, el farol, la túnica de Cristo… y nuestro gallo. ¿Por qué no os acercáis a verlo un día de estos? Seguro que encontráis muchas más cosas de las que imaginabais.

No sólo de veletas viven los gallos, tienen muchas más salidas profesionales

Ya para acabar, un último gallo: el del reloj de la Seo. Porque el gallo también se asocia con la puntualidad, con el día que llega y trae la luz (que vence a las tinieblas, igual que Dios vence sobre el demonio, y por eso el gallo se utilizó desde muy pronto para representar a Cristo), con la vigilancia (contra el pecado, p.ej.)… pero de eso hablaremos en nuestro «Safari en Zaragoza«, porque este gallo del reloj es lo primero que vemos en nuestro recorrido.

Si queréis saber mucho más sobre la fauna que vive en los edificios, las calles y las plazas de Zaragoza podéis apuntaros el domingo 19 de mayo a nuestra ruta “Un safari en Zaragoza” a un precio muy especial con motivo del DÍA INTERNACIONAL DE LOS MUSEOS. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar podéis llamarnos al 976207363 o entrar aquí.

 

Tarde de toros

El león de San Marcos, un trozo de Venecia en Zaragoza

El perro de San Roque no tiene rabo

El caballo de Palafox 

El caballito de la Lonja

Los ¿delfines? de Neptuno

El león del Batallador

El tocinico de San Antón

La cierva de San Gil

Los camellos de la Seo

El dragón de San Jorge

Leones de colores

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En diciembre de 1118 un rey con nombre de calle, Alfonso I el Batallador, entraba en la Saraqusta musulmana, conocida desde entonces como Çaragoça por los cristianos. El rey siguió por todo el valle del Ebro venga a conquistar más territorios y por eso le llamaron Batallador. Eso sí, los problemas no se limitaban a batallar y conquistar, sino que había que organizar todo aquello, conseguir que hubiera población para trabajar las tierras (muchos musulmanes se quedaron, pero muchos otros se fueron hacia el sur para no vivir en tierra de cristianos), impedir que los musulmanes volvieran a conquistarlo… en fin, un no parar. Tanto jaleo tenía el rey que se olvidó de su misión principal, tener un hijo, y cuando murió no tenía heredero. Y como era un caballero cristiano de los pies a la cabeza decidió dejarle el reino a las órdenes militares (la orden de San Juan, de la que dependía el Hospital de San Juan de Jerusalén, la del Temple…).

El Batallador mirando las tierras que ha conquistado

Aquello era imposible, así que a las órdenes hubo que darles compensaciones para que se quedaran tranquilas y no dieran mucho mal. ¿Por qué creíais que en Zaragoza hay una calle del Temple? Pues por eso, porque allí los templarios tuvieron propiedades. Y la Zuda se llamó Zuda del Hospital, porque toda esa parte y la iglesia de San Juan de los Panetes eran de los Hospitalarios, y así sucesivamente. La cuestión es que una vez que tuvieron claro que el testamento del rey estaba para no cumplirlo hubo que buscar a alguien, y todos pensaron en el mismo: Ramiro. ¿Y quién era Ramiro? Pues os lo presento rápidamente.

En principio no tenía por qué haber problema, pero… Ramiro era monje. Claro, era el pequeño de tres hermanos y ni se imaginaba que alguna vez le pudiera tocar reinar, pero su hermano mayor, Pedro, murió sin hijos; le sucedió su hermano mediano, Alfonso, que también murió sin hijos, y claro… como ninguno de los anteriores había hecho los deberes (porque la primera obligación de un rey es asegurar un heredero, o a ser posible más de uno) le toco a él. Lo malo es que como no tenía experiencia de gobierno al principio los nobles se le subían a las barbas, aunque él pronto tomó medidas y organizó el famoso episodio de la campana de Huesca.

La cuestión es que el rey estaba ocupado con tantas cosas a la vez (también tenía que buscar mujer para asegurarse un heredero urgentemente, porque ya no había otro hermano de repuesto) que no podía estar a todo, y los musulmanes amenazaban las fronteras del Reino. Tan fea se puso la cosa que fue el rey de León el que tuvo que entrar en Zaragoza para evitar que la ciudad cayera en sus manos. La ciudad siguió un tiempo bajo protección castellana y luego volvió a Aragón, pero de aquello le quedó algo. ¿Os imagináis el qué? Pues claro, el león de su escudo, que aún sigue ahí casi 900 años después.

Volviendo a Alfonso I el Batallador, el caso es que mucho tiempo después la ciudad seguía recordándolo, y cuando en la segunda mitad del siglo XIX el alcalde Candalija consiguió abrir una calle amplia, recta y de empaque que llevaba hasta el Pilar se le dio su nombre. Y por aquel entonces el pintor Francisco Pradilla (nacido en Villanueva de Gállego y famoso en toda España) pintó su retrato para el salón de plenos del Ayuntamiento.

Alfonso I el Batallador sitiando Saraqusta y calculando cuánto tardarán los musulmanes en entregarla

Unas décadas después, en 1918, se cumplía el VIII centenario de todo aquello, y se creó una Junta para celebrarlo que decidió encargar un gran monumento. Salieron varios nombres de escultores ilustres, como el valenciano Mariano Benlliure (que tenía en Zaragoza monumentos como el de la plaza del Portillo), pero finalmente el que se llevó el gato (bueno, el león) al agua fue un zaragozano, José Bueno. A lo mejor el nombre no os dice gran cosa, pero hizo muchas esculturas que seguro que os resultan familiares.

Os suena, ¿no? Está a la entrada del Paseo de la Constitución y el Paseo de la Independencia, y no la despiertan ni los coches, ni las obras, ni el tranvía

El caso es que José Bueno presentó dos proyectos, uno con el rey a caballo (hubiera sido una escultura de bronce) y otro inspirado en el retrato de Pradilla, que sería de piedra. Se eligió el segundo y se pusieron manos a la obra, aunque no creáis que la cosa fue una balsa de aceite, que no. De hecho José Bueno sólo hizo el modelado de la escultura en su tamaño definitivo (seis metros y medio de altura, que se dice pronto), mientras que otro escultor hizo el vaciado en escayola y otro la pasó a mármol de Carrara.

Ahí está el Batallador, dominando la ciudad desde las alturas

En una revista que se estrenó en la época aparecía el rey quejándose de la postura que le tocó en suerte, todo el día de pie:

Me canso de estar de pie, mas así me esculpió Bueno

y eligiendome terreno entre Areyzaga y Allué.

Maligno el odioso mote de muchachos deslenguados,

que me llaman «Rey de espadas» escapado de un guiñote.

El Batallador según David Guirao, uno de los mejores ilustradores de Aragón

La parte arquitectónica del monumento la diseñó Miguel Angel Navarro (hijo de Félix Navarro, el arquitecto del Mercado Central, y autor de cosas tan diferentes como el Colegio Joaquín Costa, la casa Solans, la ciudad jardín, las dos últimas torres del Pilar…). Sólo faltaba para completar el conjunto el león.

El león es una gran pieza de bronce fundida en los talleres de Averly a partir del molde hecho por el comandante de infantería Virgilio Garrán, que también era pintor aficionado. La pieza se fundió y estuvo año y medio medio olvidada en el jardín de la fundición, hasta que finalmente se colocó en 1927, con lo que se dio el monumento por acabado.

Si queréis conocer esta y muchas otras historias no os podéis perder nuestra visita sobre las «Historias del Parque Grande», todos los sábados y domingos hasta el 7 de junio Si queréis saber más solo tenéis que entrar aquí, y para reservar podéis llamarnos al 976207363 o entrar aquí. Y si queréis conocer más historias del Parque Grande…

Los ¿delfines? de Neptuno


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