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Posts Tagged ‘Atrapamundos’

Si hay algo insumergible y que sobreviva a la muerte ese algo es el amor, ¿no? Por eso, de entre los miles de historias que naufragaron con el Titanic la que más me gusta es la de Isador e Ida Straus. ¿Os suenan de algo? Pues antes de nada os los presento:

Dos viejecicos encantadores, ¿verdad? No sé por qué, pero esta foto me inspira muchísima ternura. La forma de sentarse él, y de cogerla con su brazo por detrás (sí, ya sé que eso no se ve y me lo estoy imaginando), su sonrisa, ella un poco más seria mirando a la cámara, pero también con una media sonrisa… Por cierto, ¿habéis oído hablar de ellos? Eran dos pasajeros de primera del Titanic que volvían a Nueva York, donde vivían, desde Europa. Eran dos personajes muy conocidos, pues él era propietario junto con su hermano de Macy’s (la que durante muchos años se ha considerado «la tienda más grande del mundo«), toda una institución en Nueva York.

«The world’s largest store», o sea, «La tienda más grande del mundo». O casi

Macy’s había nacido en 1829 y poco a poco fue creciendo hasta que, en 1893, la compraron Isador Straus y su hermano Nathan, dos judíos germano-americanos que habían llegado con su familia a Estados Unidos unos cuantos años antes, allá por 1854. Seguro que Isador, que tenía nueve años y cuatro hermanos pequeños, vivió aquel viaje a través del inmenso océano como una aventura. No tenía ni idea de lo que le esperaba en aquel país nuevo del que todos hablaban. No sabía que acabaría siendo inmensamente rico y menos aún que cinco años antes, también en Alemania, como él, había nacido Ida, que también emigraría a América con sus padres y sus seis hermanos.

La familia Straus se fue a vivir al Viejo Sur, en unos años que todos conocemos gracias a esa monumental película que es «Lo que el viento se llevó». En la foto podemos ver a Scarlet O’Hara rodeada de heridos en la estación de Atlanta, la capital de Georgia, el estado en el que los Straus abrieron su primer almacén (un «general store» de aquellos que se veían en las películas de vaqueros, en el que se vendía de todo). Eso sí, para bien y para mal les pilló la guerra. ¿Para bien? Pues sí, también para bien, porque después de la guerra vino la reconstrucción y con ella la posibilidad de crear enormes fortunas. Que fue precisamente lo que hicieron, aunque para ello se tuvieron que marchar a… ¡¡¡Nueva York!!!

Broadway en aquellos años

En aquella ciudad, que ya entonces era excitante como pocas, se conocieron Isador e Ida. Habían nacido a tan solo 60 kilómetros de distancia, allá en la lejana Alemania, pero habían tenido que atravesar un océano y esperar algunas décadas para encontrarse. Eso sí, desde aquel momento ya estarían siempre juntos, 41 años de matrimonio y felicidad con los que ni siquiera un naufragio pudo acabar. Pasaron los años, nacieron siete hijos, Isador compró Macy’s a medias con su hermano… y de pronto, sin saber cómo, porque el tiempo se nos escapa entre los dedos, se encontraron en 1912. A principios de año habían viajado a Alemania con su nieta Beatrice, que se quedó allí, y a pesar de que normalmente viajaban en barcos alemanes esta vez decidieron volver en un nuevo trasatlántico del que todo el mundo hablaba y del que se decía que iba a ser el más lujoso del mundo (todavía no se decía aquello de que era «insumergible», pues ese adjetivo apareció después del naufragio).

Titanic

El 10 de marzo los Straus estaban en Southampton, al sur de Inglaterra, listos para embarcar junto con una criada y un mayordomo. Seguro que incluso ellos, que estaban acostumbrados, tuvieron que quedarse asombrados al entrar en aquel barco. No solo era enorme (el más grande del mundo), sino que tenía lujos nunca vistos. Electricidad por todas partes, piscina, baño turco, gimnasio… y unos camarotes mejores que las habitaciones de los mejores hoteles. El precio que se pagaba estaba en consonancia con todo aquello (un viajero de primera pagaría el equivalente a 80.000 euros actuales por una semana de viaje), pero seguro que pensaron que valía la pena. Y más cuando descubrieron que su camarote no era uno cualquiera, sino el mejor del barco, que había quedado libre porque el millonario J.P. Morgan (dueño de la compañía a la que pertenecía el barco) finalmente había decidido no viajar y quedarse unos días con su amante en Europa.

El camarote de los Straus

La vida discurría plácidamente mientras el barco atravesaba las heladas aguas del Atlántico Norte. Todo eran comodidades para los pasajeros (para muchos de tercera, que habían tenido que ahorrar una media de cinco años para poder pagarse el pasaje, era la primera vez en su vida que les servían en la mesa), la comida era estupenda, sonaba la música, el barco estaba superando la velocidad prevista y el cielo estaba completamente despejado. En fin, que nada hacía presagiar lo que iba a pasar. Cuando de repente…

De repente ocurrió lo que todos sabemos. Un iceberg al que nadie había visto llegar abrió el barco por uno de sus costados. Poco después el constructor del buque que reunía más medidas de seguridad que ninguno de su tiempo sabía que se iba a hundir y que no había botes ni para la mitad de las personas que iban en él. En ese momento empieza lo que para mí es más interesante en la historia del Titanic: la reacción de la gente en una situación como esa, en la que la vida está pendiente de un hilo. Pensar que hubo mucha gente que cumplió su deber ayudando a que otros se salvaran, sabiendo que ellos iban a morir, por ejemplo. O que hubo muchos hombres que respetaron hasta el final aquello de que «las mujeres y los niños primero«, y se despidieron de los suyos mientras el bote iba bajando hacia el agua helada. O que prefirieron morir juntos que salvarse solo uno, como los Straus.

Fotograma de la película «Titanic», de James Cameron

Los primeros botes bajaron medio vacíos, y en una de las cubiertas el oficial al mando permitió que en ellos fueran también hombres con tal de salvar a más gente. En la otra, no. Sin embargo, debido a su edad quiso hacer una excepción con el señor Straus, pero este se negó, diciendo que «No subiré a ese bote antes que cualquier otro hombre«. En ese momento su esposa Ida, que ya había subido, dejó en el bote a su criada (gracias a lo que ella contó sabemos qué pasó) y se bajó, diciéndole a su esposo: “Hemos estado juntos durante muchos años, donde tu vayas, yo voy”. Hay quien dice que se sentaron en dos hamacas y rogaron a un tripulante, que resultó ser el panadero jefe del barco, que les atase los pies con una manta. Otros dicen (y es la versión que cuenta James Cameron en su película) que se fueron a su camarote y esperaron a la Muerte en la cama, abrazados. Lo que es seguro es que murieron juntos, que era lo que los dos querían.

La chimenea del camarote de los Straus, con el reloj parado a la hora del hundimiento, tal y como está ahora en el fondo del mar

Pocas historias me conmueven como esta de los Straus. ¿Qué importa el dinero, que importa hasta la propia vida, si no es con la persona a la que quieres más que a nada en este mundo? Diréis que soy un sentimental, y seguramente tenéis razón, pero saber que hay gente como ellos hace que la vida merezca la pena. Nunca encontraron el cuerpo de Ida, pero el de Isador fue rescatado y fue enterrado en un cementerio de Nueva York, en una tumba con los nombres de los dos, después de un multitudinario funeral en el Carnegie Hall.

Tumba de Isador Straus

En la tumba, una inscripción dice: «La inmensidad de las aguas no ahogará el amor, ni las grandes inundaciones lo engullirán». Y como la memoria es frágil, para que el ejemplo de los Straus no se olvide Manhattan los recuerda con este monumento situado en el parque que lleva su nombre.

Si queréis descubrir muchas más HISTORIAS DE AMOR EN FEBRERO, entrad aquí y encontraréis toda nuestra programación:
  • Viernes 13 y sábado 14 de febrero a las 21’30 – CENA TEATRALIZADA: UNA NOCHE CON LOS ROMAÑOS
  • Sábado 14 y domingo 15 de febrero a las 8’00 – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: LOS AMANTES DE TERUEL
  • Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30 – UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA
  • Domingo 15 a las 11’00 – AMORES Y DESAMORES EN EL MUSEO DE ZARAGOZA

Y si os apetece conocer más historias sobre el Titánic, aquí os dejo una entrada de nuestro blog:

Un moscardón en la sopa

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A lo largo de todo este mes he ido escribiendo aquí sobre formas insólitas y peculiares de celebrar la Semana Santa por diferentes lugares de España. Sin embargo, lo que sé es porque el tema me interesa mucho y he dedicado toda mi vida a leer y a informarme, pero no porque lo haya vivido. ¿Por qué no? Pues por una razón muy simple: la única pega que tiene la Semana Santa es que se celebra en todas partes a la vez, y esas fechas las tengo comprometidas hasta que me muera. Puede que suene muy radical, pero es que yo soy así. Lo malo es que tengo el corazón partío, y eso da muchas alegrías pero también hace sufrir: si queréis buscarme un Domingo de Ramos estaré por Sevilla, sí o sí. Y si es Jueves Santo, en Híjar.  No hay más. Todos los Jueves Santos por la mañana, cuando voy a coger el AVE en Sevilla para venirme para aquí, pienso lo mismo: «¿Por qué no me quedo este año?«. Y todos los Jueves Santos por la noche, cuando estoy en esa plaza que se ve en la fotografía, pienso: «Menos mal que no me he quedado«. Porque lo que siento ahí en ese preciso momento, un poco antes de que den las doce y empiece todo… eso no lo siento en ningún otro lugar. ¿Qué es? No lo sé explicar, pero se parece mucho a la felicidad.

Mi abuelo

¿Veis a este señor? Es mi abuelo Antonio, y el que está detrás de él, a la izquierda de la foto, mi tío José. Con ellos descubrí qué es esto de la Semana Santa. Hace cuarenta y pocos años, por estas fechas, mi abuela cosía una pequeña túnica negra, y mi abuelo compró un tambor para su primer nieto. No era nada excepcional, la verdad. Era lo mismo que habían hecho y seguirían haciendo sus amigos, sus vecinos… Cuando empecé a andar mi abuelo me empezó a llevar con él, pero como él tocaba el tambor quien iba conmigo en las procesiones era mi tío, que tocaba el bombo (en las procesiones de Híjar hay dos filas de tambores a los lados y en el centro una de bombos). Como debía de ser un poco grande para mí parece que me vencía hacia delante y acababa por salir corriendo para no caerme, así que mi tío optó por colgar una cuerda del suyo y atármela a la cintura. No tengo ninguna foto de aquello, pero me encantaría.

Este soy yo

Mi abuela, mientras, me intentaba explicar qué era todo aquello que veía y que me impresionaba tanto, y me enseñaba el ritmo de algunos toques con versos fáciles de recordar que ella había aprendido hacía muchísimos años y que a veces eran hasta un poco picantes, como aquellos que decían que «Una vieja, vieja, vieja / más vieja que el sarampión / tenía las uñas negras / de rascarse el pimentón«. Y sobre todo otros, que son la melodía que más recuerdo de mi infancia: «Que suban, que suban / que suban las imagenes…«.

Entre mi padre y mi abuelo

Supongo que podría haber ocurrido que aquello no me gustara nada (casos hay), pero pasó justo lo contrario. Desde que tengo recuerdos me veo esperando la Semana Santa. Si tenía miedo por la noche en la cama y mi madre me decía que pensara en cosas alegres, pensaba en Semana Santa. Si mis padres me llevaban al Prado (un lugar en el que desde pequeño me he sentido en casa) y veía «El triunfo de la Muerte» de Brueghel, mi cuadro favorito, siempre pensaba: «si me voy a morir, por lo menos que sea después de Semana Santa«. Hoy tengo un calendario en el ordenador que cada día me dice cuántos faltan, y sigo pensando que si existe el cielo tiene que ser un lugar en el que todos los días sea Domingo de Ramos. ¿Un marciano? Pues sí, un poco, pero no el único, ni mucho menos.

Hasta hace unos años en Híjar no podían tocar las mujeres. Seguramente era un anacronismo, pero casi todo en las tradiciones lo es. Y si os soy sincero, tengo que decir que yo en aquel momento prefería que las cosas siguieran como estaban. ¿Sabéis por qué? Pues por miedo, simplemente. Puede que sea una postura conservadora, pero cuando algo funciona y es maravilloso es lógico pensar que tocarlo es un riesgo, ¿no?. Pero, por otro lado, no podía soportar la idea de que mis hermanas no pudieran hacer algo que les gustaba tanto como a mí y tuvieran que participar ocupando los pocos papeles que se dejaban a las mujeres, como «salir de Marías» (un puesto, por otra parte, muy disputado).

Con mis hermanas

Finalmente la fruta cae cuando está madura, y lo que tanto miedo daba fue una transición fácil y sin grandes problemas. Mi hermana pequeña y muchísimas otras mujeres, se incorporaron sin problemas ni complejos a algo que les pertenecía de siempre. Hoy es algo completamente asumido, y tanto mis sobrinas como mis sobrinos tendrán el tambor entre sus primeros recuerdos, como yo.

En el centro de la foto, mi hermana pequeña

¿Por qué me gusta tanto? ¿Porque es divertido? Pues sí, es divertido, pero es mucho más. Es intenso, es emocionante, hay momentos en los que realmente tocas el cielo con los dedos… pero es más que eso. Es algo muy extraño, como sentirte un eslabón de una cadena que viene de muy lejos y que seguirá ahí, pase lo que pase. Creo que nadie lo ha dicho mejor que Georges Moustaki en una canción titulada «Grand pére» que le dedicó a su abuelo, y que decía «C’est pour toi que je joue / grand pére, c’est pour toi / tous les autres m’écoutent / mais toi, tu m’entends«. O sea, yo toco para ti, abuelo, porque todos los demás me escuchan pero tú me entiendes. Y poco después dice «Tu étais déjà vieux quand je venais de naître / arrivé just’à temps pour prendre le relais«. Ya eras viejo cuando yo acababa de nacer, pero llegué justo a tiempo para coger el testigo. Y esa es para mí la clave: coger el testigo, transmitirlo, que la cadena no se rompa.

Viernes Santo a mediodía con Juan y nuestros sobrinos. ¿Qué más se puede pedir?

De mi abuelo a mis sobrinos. ¿Veis ese bombo que lleva mi sobrino? Es el que llevaba yo de pequeño. La túnica que llevo yo es una de las que mi bisabuela le puso a mi abuelo en el ajuar cuando se casó, en los años 40, y la que lleva Juan era una que llevaba yo antes. Mi abuelo ya no está para ver cómo sus cuatro bisnietos continúan con la tradición que él nos transmitió, pero mi abuela sí, y sigue cosiendo las túnicas para todos, como hizo conmigo. ¿Cómo me voy a quedar en Sevilla, por mucho que salgan la Macarena y el Gran Poder, y me voy a perder la cara que pone cuando nos ve a todos vestidos, con nuestros tambores y bombos, un Viernes Santo por la mañana?

Si queréis vivir en directo todo esto este año tenéis una estupenda oportunidad, porque hemos organizado una excursión para Romper la Hora en Híjar. Si queréis saber más entrad aquí, y para reservar llamadnos al 976207363.

Está claro que la Semana Santa española no puede ser más variada y peculiar, ¿no? En las próximas semanas seguiremos contando historias sobre la Semana Santa insólita, pero si queréis conocer muchas más aquí os dejo el programa que hemos preparado (entrad aquí para encontrar toda la información):

  • 14 y 22 de marzo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: el Calvario de Alloza y mucho más
  • 21 y 28 de marzo – CENAS EN PALACIO: Semana Santa insólita
  • Del 30 de marzo al 2 de abril – TRAS TUS PASOS: Rutas para descubrir la Semana Santa de Zaragoza en la calle
  • 2 de abril, Jueves Santo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Romper la hora en Híjar
  • 4 de abril – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Sábado Santo en Alcañiz

 

Y si queréis seguir leyendo, aquí os dejo unos cuantos posts de nuestro blog sobre el tema:

Salamanca, el “padre putas” y el Lunes de Aguas

El entierro de Genarín en León

El besapié de Jesús de Medinaceli en Madrid

Los “picaos” de San Vicente de la Sonsierra

Sevilla y el viacrucis de la Cruz del Campo

Un Cristo heroico en Zaragoza

Domingo de Ramos en Elche

La luna y la Semana Santa

El juego de las caras en Calzada de Calatrava

Romper la Hora en Híjar

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Si alguien me preguntara cómo me imagino el Paraíso, lo tengo claro: un lugar en el que todos los días es Domingo de Ramos. Desde que tengo recuerdos es un día maravilloso, de fiesta, alegre, de estrenar algo para no quedarse sin manos… siempre en Híjar y desde hace unos diez años en Sevilla, para mí es el día en que empieza la semana que más me gusta del año. Ahora bien, ¿desde cuándo se celebra así? Pues parece que la cosa viene de lejos, tan lejos como el siglo IV. ¿Que cómo lo sé? Pues os cuento, pero antes os presento a a Egeria, la monja Egeria.

Sello conmemorativo del XVI centenario del viaje de Egeria a Tierra Santa

¿Quién era Egeria? Pues una mujer gallega del siglo IV, independiente y culta, seguramente de familia noble y con una posición económica lo suficientemente desahogada como para hacer un viaje en que fue por el sur de Francia y el norte de Italia, atravesó el mar Adriático en barco, llegó a Constantinopla en el año 381 y de allí pasó a Tierra Santa, Egipto, Mesopotamia, Siria y otra vez Constantinopla, desde donde regresó. Pues bien, ¿por qué nos interesa esta mujer? Pues porque nos dejó sus experiencias por escrito, y concretamente nos contó cómo se celebraba la Semana Santa en Jerusalén por aquel entonces. Y resulta que ya hace más de 1.600 años el Domingo de Ramos se hacía una especie de procesión con el pueblo y el obispo llevando palmas y ramas de olivo.

Tapiz de la Seo de Zaragoza con Cristo entrando en Jerusalén el Domingo de Ramos

Hoy el Domingo de Ramos se celebra por toda España exactamente así, con procesiones en las que los participantes (generalmente de estreno y vestidos «como pa’una boda«) siguen llevando ramas de olivo o palmas, y claro, si hablamos de palmas nos tenemos que ir… ¡¡¡A Elche!!! Porque de allí vienen la mayoría y, por supuesto, las más espectaculares. ¿Por qué? Pues aunque las palmas que desde Elche se exportan a medio mundo no proceden del palmeral histórico, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, es en él donde hay que buscar la explicación a lo que puede verse allí cada Domingo de Ramos.

El palmeral

Fueron los musulmanes que fundaron Elche los que plantaron el palmeral, hicieron la primera red de acequias y lo fueron cuidando y ampliando, algo que continuaron haciendo los cristianos cuando conquistaron la ciudad y ha continuado hasta hoy. Gracias a eso tenemos el palmeral más grande de Europa y uno de los mayores del mundo, en el que hay ejemplares espectaculares que llegan a superar los 300 años de edad. De entre todos destaca la palmera «imperial», de la que al verla dijo Sissi (sí, la de las películas) que era digna de un imperio.

La palmera imperial, con sus siete vástagos

Tenemos noticias de que ya en 1371 se celebraba en Elche la procesión del Domingo de Ramos, hoy declarada de Interés Turístico Internacional. En ella miles y miles de personas acompañan al «pas de la burreta» con palmas blancas, generalmente lisas las de los hombres y mucho más elaboradas (espectaculares algunas) las de las mujeres o los niños.

El «pas de la burreta». Palmeras al fondo y decoración a base de hojas de palma trenzadas imitando flores en el paso

Pensad en una palmera llena de hojas verdes y preguntaos esto: ¿cómo se consigue la palma blanca? Si pincháis aquí podréis ver todas las fases del proceso (que solo se realiza en Elche), pero os lo resumo: cuando el sol le da a la hoja esta se vuelve verde, así que se trata de conseguir formar un envoltorio con las palmas exteriores que proteja de la luz a las que nacen en el centro, en lo que se llama el ojo de la palmera, de forma que esas mantengan su color amarillento.

Artesanas trenzando palmas

La última parte del proceso es el trenzado. Los hombres llevan palmas lisas (que llegan a medir incluso más de tres metros de altura), pero las mujeres y los niños suelen llevarlas trenzadas, una artesanía única en el mundo que llega a unos extremos de virtuosismo absolutamente espectaculares.

Una impresionante palma en forma de pequeña capilla

Aparte de los talleres tradicionales hoy hay también un Taller Municipal que forma a gente en esta artesanía de cara a que la tradición no se pierda, y también un concurso entre las piezas más espectaculares. Algunas, como las que pueden verse en estas fotos, son pequeñas obras de arte efímero.

Palma en forma de Cristo crucificado

De Elche salen cada año unas 100.000 palmas lisas y otras 8.000 «rizadas» para toda España y gran parte de Europa. en cuanto a las rizadas, es tradición que las palmas que llevan la familia real española o el papa sean un regalo de los talleres ilicitanos. Os dejo unas imágenes de hace algunos años para que podáis verlas:

Impresionante, ¿no? Pues bien, para que os hagáis una pequeña idea de lo que es la procesión de cada Domingo de Ramos, con miles y miles de personas con sus palmas, aquí os dejo un breve reportaje que lo muestra perfectamente.

Está claro que la Semana Santa española no puede ser más variada y peculiar, ¿no? En las próximas semanas seguiremos contando historias sobre la Semana Santa insólita, pero si queréis conocer muchas más aquí os dejo el programa que hemos preparado (entrad aquí para encontrar toda la información):

  • 14 y 22 de marzo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: el Calvario de Alloza y mucho más
  • 21 y 28 de marzo – CENAS EN PALACIO: Semana Santa insólita
  • Del 30 de marzo al 2 de abril – TRAS TUS PASOS: Rutas para descubrir la Semana Santa de Zaragoza en la calle
  • 2 de abril, Jueves Santo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Romper la hora en Híjar
  • 4 de abril – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Sábado Santo en Alcañiz

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Híjar, la familia y la tradición

Romper la Hora en Híjar

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Ya Fraga decía que «Spain is different«, y seguramente eso mismo pensará cualquier turista que pasee estos días por el centro de Madrid al ver una fila inacabable que nace al ladito del Palace y llega hasta la estación de Atocha. ¿Qué hacen ahí? Pues no están esperando para comprar lotería en Doña Manolita, sino para algo completamente diferente pero que en el fondo es lo mismo: el besapié del primer viernes de marzo del Cristo de Medinaceli. ¿Que por qué digo que es lo mismo? Porque lo que se busca es también cambiar la suerte y mejorar en la vida, en un caso por medio del dinero llovido del cielo y en el otro por los favores divinos, venidos del mismo lugar.

¿Qué tiene este Cristo de especial para que tanta gente se ponga en la cola ya varios días antes y pase las frescas noches de finales de febrero y principios de marzo durmiendo al raso? ¿Por qué están tan convencidos de que lo que le pides lo cumple? ¿Por qué les vale la pena esperar durante días para pasar sólo unos minutos delante de su imagen? Desde un punto de vista racional podríamos pensar que es algo que se debe a la crisis, que la desesperación nos hace agarrarnos a creencias ancestrales… pero aquí os dejo una imagen antigua para que veáis que la cosa viene de lejos.

La fila en 1919

Las puertas se abren en la medianoche del jueves al viernes, y hasta que no entra la última persona que hay en la fila no se cierran (normalmente en la madrugada del sábado). Además, viene gente de todo tipo y de todas las clases sociales, incluyendo siempre a algún miembro de la Familia Real (que no falta a la cita desde hace 300 años).

El rey en el besapié

¿De dónde viene esta devoción? Pues para conocer la historia de este Cristo viajero y aventurero tenemos que viajar en el tiempo hasta la Sevilla de la primera mitad del siglo XVII, cuando se talló en alguno de los talleres de la ciudad para enviarlo a una de las ciudades españolas en el norte de Africa, concretamente a La Mámora (hoy llamada Mehdía), conquistada en 1614 por los españoles para acabar con la piratería en esa zona y rebautizada como San Miguel de Ultramar.

Allí fue llevada la imagen por los capuchinos, y allí recibió culto por parte de los soldados de la guarnición hasta 1681, cuando las tropas de Mulay Ismail (el segundo monarca de la dinastía alauita que aún reina en Marruecos) conquistaron la fortaleza a los españoles. ¿Qué pasó entonces con la imagen? Pues lo mismo que con otras muchas que había en la ciudad y quedaron en poder de los musulmanes: las arrastraron por las calles y fueron objeto de todo tipo de humillaciones, con lo que los padres trinitarios, que se dedicaban a conseguir dinero en España para rescatar a cautivos, decidieron que aquel Cristo era tan cautivo como el que más y le hicieron una propuesta a Mulay Ismail: darle su peso en oro.

Un rostro impresionante

La escultura no debe ser ligera, pues aunque lo parece no es lo que se conoce como una imagen «de vestir» (las que sólo tienen la cabeza, las manos y los pies, siendo el resto una estructura ligera que va recubierta por la ropa), sino que está completamente tallada. El caso es que la pusieron en un plato de una balanza y en el otro fueron echando monedas de oro hasta llegar a ¡¡¡30!!! Con la insignificante (y simbólica, recordad a Judas) cantidad de 30 monedas de oro la balanza quedó equilibrada, algo que a Mulay Ismail no le pareció ni medio bien. No entraremos a valorar cuánto hay de historia, cuánto de tradición y cuanto de leyenda en esto, pero el caso es que a mediados de 1682 la imagen llegó a Madrid en medio de una procesión que cuentan que ya fue multitudinaria.

El Cristo de Medinaceli en su paso, en la procesión de cada Viernes Santo

Como la capilla en que se instaló estaba en unos terrenos donados por el duque de Medinaceli, pronto cambió su nombre de Jesús del rescate por el actual, y la devoción fue a más. Eso sí, si pensabais que con esto se habían acabado los viajes de este Cristo tan aventurero estáis muy equivocados, porque cuando estalló la Guerra Civil se puso otra vez en movimiento. Los frailes lo envolvieron en sábanas y lo escondieron en el sótano metido en una caja de madera, pero justo allí se alojó un batallón republicano, que se lo encontró cuando intentaban arrancar las tablas de la caja para encender una hoguera con la que calentarse. El jefe del batallón se lo entregó a la «Junta del Tesoro», iniciando entonces el mismo viaje que siguieron las «cajas españolas», o sea, los tesoros artísticos que había que salvar a toda costa. Fue entonces cuando Azaña dijo aquella famosa frase que a mí me parece tan emocionante: «El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas«. Pues bien, el Cristo de Medinaceli se fue con «Las Meninas» y con muchos otros de nuestros mejores tesoros primero a Valencia, Barcelona… hasta Ginebra, donde formó parte de una exposición que se montó en la Sociedad de Naciones. Si queréis conocer esta fantástica aventura entrad aquí y podréis ver un documental titulado «Las cajas españolas» (tiene seis partes, así que cuando se acabe cada una id pinchando en la siguiente y ya está).

La cuestión es que después de la guerra se consiguió que Jesús de Medinaceli volviera a Madrid, siendo recibido con honores militares. Desde entonces sigue allí, en su basílica, donde todos los viernes, pero especialmente el primer viernes de marzo, recibe multitud de visitas. Y para corresponderlas cada Viernes Santo sale a la calle en procesión entre cientos de miles de madrileños.

Jesús de Medinaceli en su paso

No deja de ser chocante y paradójica una devoción así en una gran ciudad como Madrid y en un país cada vez más laico como el nuestro, ¿no? Cada uno de los que se acerca hasta allí cada primer viernes de marzo tendrá sus motivaciones,  todas respetables. Sin embargo, e independientemente de las creencias de cada uno, me gusta vivir en un país en el que todavía pasan cosas que se salen del guión y que nos hacen seguir exclamando cada día que «Spain is different«. Porque, para bien y para mal, pero yo creo que sobre todo para bien, lo es.

Está claro que la Semana Santa española no puede ser más variada y peculiar, ¿no? En las próximas semanas seguiremos contando historias sobre la Semana Santa insólita, pero si queréis conocer muchas más aquí os dejo el programa que hemos preparado (entrad aquí para encontrar toda la información):

  • 14 y 22 de marzo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: el Calvario de Alloza y mucho más
  • 21 y 28 de marzo – CENAS EN PALACIO: Semana Santa insólita
  • Del 30 de marzo al 2 de abril – TRAS TUS PASOS: Rutas para descubrir la Semana Santa de Zaragoza en la calle
  • 2 de abril, Jueves Santo – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Romper la hora en Híjar
  • 4 de abril – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: Sábado Santo en Alcañiz

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La luna y la Semana Santa

El juego de las caras en Calzada de Calatrava

Híjar, la familia y la tradición

Romper la Hora en Híjar

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Nuestro cuatro besos anteriores han sido imágenes conocidísimas, pero hoy la cosa va de anónimos. Sí, sí, de perfectos desconocidos, porque París es una ciudad en la que la gente se besa en cualquier parte, y de ellos vamos a hablar hoy. Bueno, no de todos: concretamente de una joven taiwanesa llamada Tang Ya Ching (o Yang Yaqing, o Yan Ya-Ching, que con todos esos nombres y alguno más la llaman por Internet). ¿Que quién es? Pues para decirlo rápido: una ladrona de besos que anda suelta por París. Me hubiera encantado poneros una foto suya, pero me ha sido imposible encontrar ninguna en la que no esté adosada a algún maromo (siempre diferente), así que os dejo aquí un enlace a su blog, donde la podréis ver. Ahora mismo os cuento de qué va todo esto, pero antes, y para ir entrando en calor, os pongo una canción dedicada a una mujer muy similar, y que comienza diciendo aquello de «María Antonia es la ventera / más linda que he conocido / tiene una tienda de besos / al otro lado del río«.

Resulta que Yang (la llamaremos así) es taiwanesa, pero en su país consideraban que era un poco «suelta». Vamos, una fresca y una desahogada, que dirían las abuelas (las nuestras, claro; las de allí, ni idea). La cosa es que la chica se fue a Francia con varios objetivos: uno, que la dejaran en paz todos aquellos reprimidos; dos, estudiar música (una tapadera tan buena como cualquier otra para su verdadero plan); y tres, conseguir que 100 desconocidos la besaran por la calle y hacerse una foto con cada uno de ellos, para que quedara constancia de que lo había logrado. En esto me recuerda mucho a aquello que cuentan de Luis Miguel Dominguín, que después de haber conseguido los favores de Ava Gardner se levantó corriendo de la cama y empezó a vestirse, hasta que la bellísima Ava, sorprendida, le preguntó dónde iba. «¿Dónde voy a ir? A contarlo«. Pues lo mismo debe pensar Yang, que si no lo cuentas no tiene gracia, y claro, si quieres que se lo crean tendrás que presentar testimonios, ¿no? Pues en eso está.

El primer beso de la serie, delante del Museo d’Orsay

¿Cómo es la estrategia? Pues a mi me gusta imaginarme que se acerca y se pone a cantarles aquello que le decía Pepe Blanco a Carmen Morell: «Me debes un beso / no te lo perdono. / Me debes un beso / me lo cobraré«. Y claro, ellos le contestarán que «No me exijas eso / que un beso se ofrece / y si lo mereces / te lo brindaré«. O a lo mejor la cosa no es así de jacarandosa y retrechera, sino mucho más prosaica, y simplemente ella va, les cuenta el reto que se ha marcado y les dice que se decidan prontico, que no tengo todo el día y mi amigo el fotógrafo cobra por horas. «Qué, ¿quieres ser tú el número 69, o qué?«. En fin, que siento no tener más datos (ella no desvela su estrategia), pero lo que sí sé es que tampoco se lo debe ofrecer al primero que pasa y que no todo es un jardín de rosas, porque según sus datos el 20% aproximadamente le dicen que nones (quién sabe, a lo mejor si no hubiera foto de por medio el porcentaje bajaría).

¿Qué pensará este mocetón mientras mira de reojo al fotógrafo? Y el perro, ¿qué opinará de la fresca de su dueña?

¿Queréis ver las fotos que ya tiene subidas en su blog? Pues entrad aquí, porque la chica no se corta un pelo y las va colgando para que el mundo entero esté al tanto. En vilo nos tiene, no os digo más. ¿Cómo acabará la cosa? ¿Llegará a los 100? ¿Le pasará lo que dicen sus amigas, que se contagiará de cualquier cosa? ¿O se enamorará antes y no será capaz de seguir? ¿O pensará que la fidelidad consiste en estar con una persona cada vez? Es cosa sabida que París te pone besucón, pero lo de esta chica va mucho, pero que mucho más allá.

Otro. Lo de esta chica es un no parar

Otro día más, pero de momento si queréis descubrir muchas más HISTORIAS DE AMOR EN FEBRERO, entrad aquí. Os dejo un resumen de lo que podréis encontrar:

  • Viernes 13 y sábado 14 de febrero a las 21’30 – CENA TEATRALIZADA: UNA NOCHE CON LOS ROMAÑOS
  • Sábado 14 y domingo 15 a las 8’00 – NOS VAMOS DE EXCURSIÓN: LOS AMANTES DE TERUEL
  • Sábado 14 a las 19’00 y domingo 15 a las 11’30 – UNA HISTORIA DE LA LUJURIA EN ZARAGOZA
  • Domingos a las 11’00 – AMORES Y DESAMORES EN EL MUSEO DE ZARAGOZA

«París en 10 besos (IV)»

“París en 10 besos (II y III)”

“París en 10 besos (I)”

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Hay muchos tipos de besos de amor. Están los que te hacen flotar y olvidarte de que el mundo sigue girando alrededor. Están los apasionados, cargados de erotismo, esos en los que querrías fundirte con la otra persona y que tienen mucho de canibalismo, de quererse devorar el uno al otro. Están los que se dan en el andén de una estación (bueno, eso era antes, cuando se podía) al despedirse, que se querría que fueran eternos, y los que se dan al reencontrarse… Pues bien, sólo conozco una imagen que los contenga todos a la vez, y es esta.

Un beso eterno

En 1904 llegó a París un joven escultor rumano: Constantin Brancusi. A lo mejor no os suena, pero es uno de mis artistas preferidos. Cuando quería representar algo no paraba de darle vueltas y vueltas, de experimentar con materiales haciendo distintas versiones… hasta que lograba justo lo que buscaba, llegar a la esencia de las cosas, eliminar todo lo superfluo y quedarse con lo demás. Vamos a fijarnos en esta escultura. Son dos personas abrazándose mientras se besan. ¿Las veis? La que está a la derecha es la mujer. El pelo le cae por la espalda hasta el suelo (¿veis las líneas talladas en la piedra?) y tiene algo de tripilla, que hace que tenga unas formas algo más curvas. El otro es el hombre, con el pelo corto. Será un tópico, pero nos sirve perfectamente para identificarlos, ¿no?

Como si fuera esta noche la última vez

Fijaos ahora en los ojos. ¿Habíais visto alguna vez una imagen más potente de ese momento en el que dos personas se miran a los ojos como si se quisieran ver hasta el fondo del alma, o tirarse a esa piscina para bucear dentro del otro? Esos dos ojos, uno clavado en el otro para siempre… uffffffffff. Son tremendos, igual que esos labios. Cuando de vez en cuando aparece la noticia de que una pareja ha batido nuevamente el récord del mundo con un beso que dura 30, 40, 50 horas o más… me da la risa. Eso no es un beso, es otra cosa. La duración de un beso no tiene nada que ver con el reloj ni con el calendario, porque la eternidad cabe en un segundo. Y no sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero creo que Brancusi capta ese segundo como nadie lo había hecho.

Lía con tus brazos / un nudo de dos lazos / que me ate a tu pecho / amor

Mirad esta otra versión (en la que se ve la espalda del hombre, con el pelo corto). ¿Cómo consigue Brancusi que tengamos la sensacion de que de verdad se han fundido el uno con el otro? Vistos de perfil el pelo de uno parece una prolongación del del otro, el ojo de uno mira fijamente al del otro, los labios están sellados… y además los dos parecen uno, porque nada sobresale del bloque de piedra. Por eso los brazos son tan planos, prácticamente sin relieve. Casi parece que poco a poco vayan a ir desapareciendo los pocos rasgos que hay tallados y la pareja vaya a acabar convirtiéndose en un solo bloque completamente liso. A lo mejor eso hubiera sido el beso perfecto. A lo mejor a Brancusi no se le ocurrió. O sí, y pensó que nadie lo hubiera entendido. ¿Quién sabe?

Una versión anterior

Mirad ahora esta versión y comparad los brazos con los de las anteriores. ¿A que aquí el efecto no se consigue tanto? También es impactante, porque probablemente esos brazos tan largos y desproporcionados hacen que nos fijemos sobre todo en el abrazo, pero no sé por qué esta última me recuerda un poco a cuando te abrazan y te besan tu abuela o tus tías, y parece que nunca te vayas a poder soltar. En cualquiera de las otras hay un equilibrio entre todas las partes de la escultura que aquí se rompe con esos brazos tan llamativos (bueno, en la anterior pasaba lo mismo con los ojos, ¿no?).

Un beso para la eternidad

Os dejo ya la última versión de este beso, que fue la primera. En 1907 los padres de Tania Rachevskaia, una anarquista rusa que se suicidó por amor, encargaron a Brancusi una estela para su tumba, en el cementerio de Montparnasse. Brancusi hizo una de las esculturas funerarias más emocionantes y más apropiadas que he visto nunca, aunque a los padres de ella parece que no les acabó de convencer. Para gustos están los colores, por supuesto, pero… a mí me parece absolutamente maravillosa, y siempre me recuerda a los versos de Quevedo refiriéndose a lo que queda de nosotros después de la muerte: «Cenizas son, más tendrán sentido. / Polvo serán, más polvo enamorado«.

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  • Domingos a las 11’00 – AMORES Y DESAMORES EN EL MUSEO DE ZARAGOZA

«París en 10 besos (II y III)»

“París en 10 besos (I)”

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El beso del Hôtel de Ville

París, 1 de abril de 1950. Robert Doisneau, fotógrafo de la revista «Life», estaba tomando tranquilamente un café y sin esperarlo hizo la foto de su vida: «El beso del Hôtel de Ville«. No hay un beso más famoso que éste, ¿no? El marco, perfecto: la rue Rivoli con el Ayuntamiento de París detrás, las mesas de un café, el Sena que se intuye al fondo… El blanco y negro, que le añade un punto extra de poesía a la cosa. Los protagonistas enamorados, encerrados en su burbuja, indiferentes a lo que pasa alrededor y pillados sin que se den cuenta. ¿Seguro? Pues en realidad nada es lo que parece, porque ni era espontáneo (el fotógrafo les acababa de conocer y les pidió que posaran para él) ni el amor duró eternamente, pero da el pego. Al fin y al cabo, el amor es eterno… mientras dura, sea un segundo o toda la vida (si no no es amor, es otra cosa). Y viendo este beso, uno siente que puede ser dueño del tiempo, hacer que los relojes se paren a tu alrededor y lograr que algo así puede durar para siempre (a veces se consigue).

El beso «destronado»

Antes de esta foto, probablemente el beso más famoso de la historia era el que había esculpido Rodin. Viéndolo parece una maravillosa representación del erotismo y el amor, y sí, todo eso es cierto, pero como hoy estamos en que a veces nada es lo que parece tengo que contaros un secreto: esta imagen nació en realidad como símbolo del adulterio. Vayamos por partes: cuando esculpió a esta pareja, allá por 1887, en realidad eran bastante más pequeños y su idea era que formaran parte de «Las puertas del infierno» (que en principio estaban destinadas al Museo de Artes Decorativas de París).

Las puertas del infierno, llenicas de pecadores

En aquel infierno tremendo, lleno de pecadores, no podían faltar Francesca de Rímini y Paolo, su amante. ¿Quiénes eran? Pues os cuento: resulta que Francesca estaba casada con Gianciotto, pero en realidad era un matrimonio de conveniencia con muchos intereses políticos de por medio. Un día estaba la hermosa y joven Francesca con su cuñado Paolo, que era más de su edad y a ella le molaba un montón, y en vez de rezar el rosario se pusieron a leer la historia de la reina Ginebra y el caballero Lanzarote, un par de adúlteros de tomo y lomo. Y claro, mientras leían como aquellos dos le ponían los cuernos al rey Arturo… en fin, ¿para qué seguir si ya os imagináis todos lo que ocurrió? Como dice el viejo refrán, «El diablo es fuego, la mujer estopa, llega el demonio… ¡¡¡y sopla!!!» El caso es que se hicieron amantes, pero… poco les duró la alegría. Un mal día Gianciotto se levantó con el pie izquierdo y se encontró con su mujer y su hermano en pleno frenesí. ¿Qué creéis que hizo? Pues lo que hubiera hecho cualquier marido cabal del siglo XIII, cargárselos por la vía rápida (por cierto, para que el adulterio fuese completo Paolo también estaba casado). ¡¡¡Cómo me recuerda esta historia a «Noche de Reyes», el tango de Gardel!!! Escuchadlo y me daréis la razón.

El caso es que Dante escribió por aquellos años su «Divina comedia«, en la que él mismo baja a los infiernos acompañado por Virgilio (el poeta latino que escribió «La Eneida» en la época de Augusto) y nos va contando, el muy cotilla, los pecadores que se va encontrando en su camino. Y claro, cuando habla de los adúlteros famosos de la historia no podían faltar Francesca y Paolo, ardiendo los pobrecicos pa’los restos en el caldero de Pedro Botero.

Francesca y Paolo, dándose cabezazos por haberse dejado pillar tan tontamente

Aquí os dejo un grabado que hizo Gustavo Doré para una edición de la Divina Comedia que se hizo en el siglo XIX, poco antes de que Rodin esculpiera a la pareja. Por cierto, finalmente los quitó de las puertas y decidió convertirlos en una escultura independiente y mucho mayor. Fue entonces cuando empezó dar igual a quién representaran, pues se convirtieron en una imagen con valor universal: los cuerpos de dos amantes fundidos en un beso que era cualquier cosa menos casto y que se ha reproducido por todas partes. Incluso en un sello británico de correos que miles y miles de labios besarían antes de pegarlo sobre cartas de amor, de abandono, de despecho o de vaya usted a saber qué.

¿Y esto?

Después de este paréntesis volvemos a la foto de la que estábamos hablando. Decíamos que en los besos de hoy nada es lo que parece, y a eso vamos. ¿Qué pasó con aquella foto? Pues que se fue haciendo cada vez más famosa, se convirtió en símbolo de la nueva libertad que llegó tras la Segunda Guerra Mundial (bueno, les llegó a otros, porque aquí tardaría bastante más), del romanticismo de París, de la fuerza del amor… y mientras Doisneau, el fotógrafo, cobrando cada año unas cantidades mucho más que interesantes en concepto de derechos. Hasta que un buen día, unos cuarenta años después, apareció una pareja diciendo que los de la foto eran ellos. Jean-Louis y Denise Lavergne se llamaban, y conservaban un diario que demostraba que ese mismo día habían estado allí. Además, ella todavía tenía la falda y la chaqueta (hay que ser económica, que diría mi abuela), y el reconocía la bufanda que llevaba. Al principio fueron encantadores, y se sentían pagados con formar parte de la historia universal del Romanticismo, pero resulta que Doisneau, con todo lo que ganaba a cuenta de la foto, no les ofreció ni para un mal «café crème» y unos «croissants«, y la cosa se empezó a poner peor. Acabaron diciendo cosas como que les habían robado el momento más romántico de sus vidas y fueron a juicio, reclamando un buen montón de francos. Pero… justo entonces apareció la señora que hay en la foto de arriba, la del pelo blanco. Françoise Bornet decía que estaba «desolée«, pero que la de la foto era ella con un noviete que tenía por aquellos tiempos, que habían posado para el fotógrafo, habían cobrado unas perrillas pero que consideraba que, visto lo visto, se merecían más. ¿Os imagináis la situación? Estaban en juego los sueños románticos de millones de personas, la felicidad conyugal de los Lavergne, la economía doméstica de Françoise, una cuestión tan seria como los derechos de autor de los fotógrafos del mundo entero… en fin, un problemón para el juez, como podéis ver. Pues lamento (bueno, no sé si lo lamento, ahora que pienso) deciros que Françoise tenía razón. Ella era la modelo y los tribunales le dieron la razón, y además… aprovechando que aquellos días el Pisuerga pasaba por Valladolid se sacó de la manga una foto que le había regalado Doisneau pocos días después de hacerla, la subastó… y ganó 155.000 euretes, que no está nada mal por un beso que, además, debió dar con mucho gusto.

Françoise y su actual marido, encantados de la vida

¿Desilusión? Bueno, no sé por qué. Al fin y al cabo aquel beso de la fotografía estaba preparado, y los amantes de Rodin eran unos adúlteros, pero en los dos casos se querían de verdad, al menos en ese momento, y ¿no es eso lo que importa? Pues yo creo que sí, y por eso precisamente el beso de Françoise con su amante de aquel momento es universal y ha logrado que millones de personas se sientan identificadas con él y se mueran de ganas de ir a París a besarse por cualquier rincón: porque salta a la vista, gracias a ellos y también a Doisneau, que es auténtico.

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En este mes de febrero que dedicamos al amor no nos podíamos olvidar de una de sus caras: el desamor. Porque con todos los matices que queráis ponerle de odio, despecho, rencor, desengaño… el desamor no deja de ser otra forma de amor, y quizá la más intensa de todas. Y para demostrarlo, he elegido mis tres canciones preferidas, una española, una mejicana y una francesa (o más bien en francés, porque Jacques Brel era belga). Y empezamos por la primera:

«Te lo juro yo», mi copla preferida, cantada nada más y nada menos que por Lola Flores, que le saca a la letra todo el desgarro que tiene. Quintero, León y Quiroga, la Santísima Trinidad de la Copla, lo dejaron claro desde el primer verso: «Yo no me dí cuenta de que te tenía / hasta el mismo día en que te perdí«. Te he despreciado, me he hecho la interesante, he pasado de tí, te he dado celos pensando que aguantarías todo y que siempre te tendría ahí como Plan B… y resulta que me he pasado de la raya, se ha roto la cuerda de tanto estirarla y en ese mismo momento me he dado cuenta de lo que perdía. Para matarla, podréis pensar. Pues sí, para matarla, pero resulta que no es algo tan raro. Haced memoria, pensad en vuestra historia personal o en la de vuestros conocidos y seguro que encontráis a personajes así. Dispuestos a nada cuando lo tienen todo y dispuestos a todo cuando no tienen nada. Porque eso sí, ahora, cuando lo ha perdido, es capaz de cualquier cosa, de lo que sea, con tal de recuperar su amor: «Echame a los ojos un puñao de arena / mátame de pena / pero quiéreme«. Merece la pena escuchar la letra sin prisa y paladear la maravillosa interpretación de Lola Flores, que hace creíble esa copla como nadie, pero también me gusta de vez en cuándo oírsela a Manuel Bandera en «Las cosas del querer».

La segunda nos lleva hasta México, y es «Pa’todo el año», del inmenso José Alfredo Jiménez. Como decía Sabina «Las amarguras no son amargas / cuando las canta Chavela Vargas / y las escribe un tal José Alfredo«. Pues bien, en este caso os propongo oír la canción en la voz de María Dolores Pradera (que a sus 86 años sigue cantándola como nadie).

De entrada ya queda claro el tema: la pérdida del amor. «Por tu amor que tanto quiero / y tanto extraño«. Aquí no tenemos a alguien que se lo haya jugado todo y lo haya perdido, como en «Te lo juro yo«, sino a alguien que es el mejor retrato posible del abandono. Alguien que intenta superar esa inmensa pérdida y que no puede, y que se revuelve contra eso con desesperación. ¿Cómo es el otro? No lo sabemos, porque ni hay reproches ni insultos contra él. A lo mejor no es culpable de nada, salvo de haber dejado de querer a esa persona (algo que no se puede controlar). A lo mejor sí. No lo sabemos. Lo único que sabemos es que ella sigue completamente enamorada, pese a que diga con una mezcla de chulería y amargura que «Para de hoy en adelante / ya el amor no me interesa«. Hay un momento de la canción que a mí me pone los pelos de punta, y es cuando dice: «Si te cuentan que te vieron muy borracha / orgullosamente diles que es por tí, / porque yo tendré el valor de no negarlo / juraré que por tu amor me estoy matando / y sabrán que por tus besos me perdí«. ¿Conocéis algo más estremecedor, más desesperado, que produzca una desolación mayor que esos pocos versos? Pues sí, porque la canción aún sigue ahondando en el dolor hasta llegar al clímax final, cuando dice aquello de que «aunque yo no lo quisiera / voy a morirme de amor«. En fin, sublime. Os dejo también la versión original, la de José Alfredo Jiménez, que además de escribir interpretaba sus propias letras como nadie.

Y ya para acabar nos vamos a la más terrible de las tres, porque es un grito desesperado: «Ne me quitte pas». Seré capaz de lo que sea, pero no me dejes. «Moi, je t’offrirai / des perles de pluie / venues d’un pays / oú il ne pleut pas«. Yo te ofreceré perlas de lluvia venidas de un país en el que no llueve. Te ofreceré cualquier cosa, dice, pero no me dejes, por favor, no me dejes.

Al fin y al cabo, podemos volver a donde estábamos. Cosas más raras se han visto, dice: «On a vu souvent / rejaillir le feu / de l’ancien volcan / qu’on croyait trop vieux«. A menudo se ha visto como volvía a salir fuego de un volcán que todos creían que ya era viejo, o que de la tierra quemada nacía más trigo que el que da la mejor primavera. No me dejes, podemos volver a intentarlo. No me dejes. Hasta aquí es tremenda, pero lo estremecedor de verdad es el final. Está dispuesto a todo, a todo, por nada. Me esconderé a verte bailar, cantar, reír… «Laisse-moi devenir / l’ombre de ta main / l’ombre de ton chien«. Déjame convertirme en la sombra de tu mano, la sombra de tu perro. Es estremecedor pensar que somos capaces de cualquier cosa por conservar ya no el amor, sino una ficción del amor, y creo que nadie lo ha expresado mejor que Jacques Brel en estos versos (para tener la letra en francés entrad aquí). Aunque la Piquer… estuvo muy cerca, cuando cantaba aquello de «Dime que me quieres». Aunque no lo sientas, aunque sea mentira… pero dímelo.

Otro día más, pero de momento si queréis descubrir muchas más HISTORIAS DE AMOR EN FEBRERO, entrad aquí. Os dejo un resumen de lo que podréis encontrar:
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Llega «febrerillo el loco«, y con él el Día de los enamorados. Pero como no podemos consentir que todo sean canciones ñoñas, dedicatorias cursis y tartas en forma de corazón, vamos a dedicar este mes nuestro blog al amor. Pero al amor de verdad, no al que aparece en la publicidad de los grandes almacenes. Al amor que es un terremoto que te sacude de arriba a abajo, que te cambia la vida en un segundo y que te convierte en un ser inmortal. Al que es una montaña rusa y tiene mil caras, del amor ciego al odio total, de la pasión al adulterio, de la locura al crimen. Y como vamos a dedicar nuestras «cenas de los martes» a «Amores y desamores en París», os proponemos descubrir a lo largo de este mes la ciudad en diez besos (más o menos). ¿Os apuntáis? Pues para ir preparando el ánimo, vamos a empezar con una canción de Edith Piaf, «À quoi ça sert l’amour?». Y si queréis la letra, tanto en francés como en español, pinchad aquí.

¿Para qué sirve el amor?, se pregunta. Se cuentan historias sin sentido, se dice que no se sabe de dónde viene, que hace sufrir y llorar… ¿Para qué sirve amar? Pues puede que una posible respuesta esté en el primer beso de esta serie, un cuadro maravilloso que a mí siempre me hace feliz. ¿Queréis verlo?

«El cumpleaños»

Un día Marc Chagall estaba en casa de un amigo y llegó alguien, de quien sólo pudo oír la voz. Un tiempo después conoció a la dueña de aquella voz y se enamoró para siempre de ella. A veces comieron perdices y a veces no (les pillaron las guerras mundiales, él era judío…), pero siempre fueron felices, porque se quisieron con locura. Chagall sabía que el amor te da alas y te hace flotar, porque él lo experimentaba cada día, y por eso en sus cuadros aparecen volando por encima de los tejados de París, sorprendiéndola con un beso el día de su cumpleaños…

«El paseo»

Tanto se querían, y tanto se notaba, que su amigo Pablo Gargallo le hizo este retrato. En él, dentro de la cabeza de Chagall, con sus rizos inconfundibles, está Bella flotando, con el mismo ramo de flores que lleva en este cuadro. ¿Y sabéis lo mejor? Pues que para verlo no tenéis que ir muy lejos. Lo tenéis en Zaragoza, en el Museo Pablo Gargallo. ¿No lo conocéis? ¿Y a qué estáis esperando?

Chagall visto por Gargallo

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¿Sois de los que pensáis que «Sonrisas y lágrimas» es una película ñoña? Pues yo soy de los que piensan que es una grandísima película y uno de los mejores musicales de la historia. Y para convenceros, ahí van mis diez razones.

1 – Un decorado maravilloso fotografiado extraordinariamente – No sólo Salzburgo, una fantástica ciudad barroca que está, con Praga, entre las mejor conservadas de Centroeuropa, sino también los Alpes, que son un protagonista más de la historia.

Una marco espectacular para las correrías de la familia Von Trapp

2 – Una historia real… que modificaron como quisieron – Hubo una auténtica María y un capitan Von Trapp, que tenía siete hijos también, aunque… ella se educó en el ateísmo más radical (aunque es cierto que acabó siendo monja), tuvieron tres hijos más después de casarse, no huyeron andando hacia Suiza como en la película (había unos cientos de kilómetros monte a través) sino hacia Italia e Inglaterra y acabaron en Estados Unidos convertidos en «Los cantores de la familia Trapp». Eso sí, para no echar a perder el negocio María los tuvo a todos en un puño y les impidió todo el tiempo que pudo que se echaran novias, novios o lo que fuera.

The von Trapp family singers

3 – Una protagonista con una personalidad arrolladora – La auténtica María von Trapp debía ser de armas tomar, pero la protagonista de la película no se queda atrás. Tiene mejor carácter pero no se le pone nada por delante: convierte las cortinas de su habitación en trajes para todos (en un arranque muy del tipo de Escarlata O’Hara), consigue que el capitán se ponga a cantar y con sus artes de monja se quita de en medio a una baronesa súper sofisticada.

Maria von Trapp – Julie Andrews

4 – Una historia de amor… con algunos obstáculos – Normal, si no se acabaría enseguida y dura casi tres horas. Primero, siete niños, que por resultón que sea el capitán y forrado que esté es como para pensárselo. Luego, una baronesa lagartona que intenta por todos los medios sacudirse a la monja para quedarse con su hombre. Luego, los nazis. En fin, un sinvivir.

María y el capitán, felices como codornices

5 – Un guión perfectamente construido – Tramas secundarias que se van enlazando con la principal alternando momentos dramáticos y cómicos, más emotivos y más ligeros, personajes que entran y salen, como las monjas, el cartero que se enamora de la hija mayor y que acaba con los nazis, delatando a nuestros protagonistas…

I’m sixteen going on seventeen

6 – Unos niños de película – ¿De verdad alguien piensa que era fácil encontrar a 7 niños guapetes, que supieran actuar, cantar y bailar, simpáticos y encima con alturas escalonadas? Pues no, y lo lograron, consiguiendo que fueran uno de los mayores ganchos de la película.

¿A que son ricos?

7 – Unos secundarios de lujo – Eleanor Parker, sobre todo, está maravillosa en el papel de la baronesa, lleno de matices (gracias también a un estupendo guión, que todo hay que decirlo). Como conseguir que comprendamos y perdonemos a un personaje que pone la zancadilla a nuestra adorada María es un misterio para el que sólo las grandes actrices tienen la respuesta. Las monjas también fantásticas, por cierto.

Magnífica Eleanor Parker

8 – Unos estupendos números musicales – Hasta los años 40 en las películas musicales la acción se detenía cuando empezaba a sonar la música, como si se abriera un paréntesis. A partir de «Un día en Nueva York», «Un americano en París», «Siete novias para siete hermanos», «Cantando bajo la lluvia»… la cosa cambió completamente, de forma que los personajes empiezan a cantar cuando ya no pueden seguir hablando, bien porque la alegría se les sale por los poros, porque es la única forma posible de expresar su pena… En «Sonrisas y lágrimas» cada número está perfectamente trabado con el guión, de forma que la película es puro ritmo.

9 – El trasfondo histórico de la anexión de Austria por los nazis – El capitán von Trapp es un patriota austriaco, un héroe de la primera Guerra Mundial (el personaje histórico también lo era) enemigo de cualquier tipo de colaboración con los nazis. La anexión de Austria por parte del Tercer Reich será la que desencadene el final de la película, con la familia huyendo de Austria, pero justo antes… hay un momento de emoción patriótica como sólo el cine puede lograr. A mí siempre me recuerda a una escena con la que siempre lloro, cuando la prostituta comienza a cantar «La marsellesa» en la barra del casino de Rick, en «Casablanca».

10 – Un final feliz… pero lleno de incertidumbres – Nuestros amigos consiguen escapar, pero ¿podrán salvarse? ¿Serán felices y comerán perdices? ¿Los pillarán? Nos quedamos sin saberlo, y ese cierre es de lo mejor de la película.

De camino a Suiza monte a través

Hasta aquí algunas de las razones por las que me encanta «Sonrisas y lágrimas», pero si todavía no estáis muy convencidos… si sois un grupo podemos organizaros una cena temática con un auténtico menú austriaco. Podéis poneros en contacto con nosotros en educacion@gozarte.net o en el 976207363 y lo  hablamos.

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