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Archive for the ‘Noche’ Category

¿El beso más famoso de la Historia?

No hay un beso más famoso que éste, ¿no? En realidad nada es lo que parece, porque ni era espontáneo (el fotógrafo les acababa de conocer en un café y les pidió que posaran para él) ni el amor duró eternamente, pero da el pego. Al fin y al cabo, el amor es eterno… mientras dura, sea un segundo o toda la vida. Si no, no es amor, es otra cosa. Y viendo este beso, uno siente que puede ser dueño del tiempo, hacer que los relojes se paren a tu alrededor y sentir que algo así puede durar para siempre (y a veces se consigue). Por cierto, ¿dónde se están besando? Pues delante del ayuntamiento de París, y por eso la foto se titula «El beso del Hôtel de Ville«. Y es que una de las pocas cosas acerca de las que hay un consenso universal es que París es un marco estupendo para cualquier historia de amor, aunque sean de esos «amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno«, que cantaba Sabina. Y no hay mejor melodía para recordarlo que el «Hymne à l’amour» de Edith Piaf.

¿Qué os parece irnos a pasar una velada a París? Os proponemos una noche en la que hablaremos de amores y desamores, de romances legendarios y anónimos, de pasiones (con sus crímenes correspondientes) y adulterios, de amantes de los reyes de Francia y de prostitutas de película… porque si hay un lugar en el mundo lleno de fascinantes historias de amor… ¡¡¡ese es París!!!

«El beso» de Brancusi, intenso y eterno como ninguno

¿Y qué tenemos para cenar? Pues os proponemos un recorrido por las distintas regiones de un país con una gastronomía tan maravillosa como Francia:

  • Provenza – Boullabaisse, sopa de pescados
  • Lorena – Quiche Lorraine
  • Borgoña – Boeuf bourguignon
  • Valle del Loira – Tarta Tatin de pera

¿Cómo lo veis? ¿Os apetece el plan? Pues si sois un grupo y estáis interesados, llamadnos al 976207363 y lo organizamos.

 

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Estamos a 24 de diciembre de 1223, a punto de asistir al nacimiento de una de nuestras tradiciones más queridas: el belén. Eso sí, el belén viviente, que fue el que montó San Francisco de Asís en aquella lejana Nochebuena. El primer Belén que figuras, que sepamos, se hizo para un monasterio alemán en 1252, y el primero en España fue el de la catedral de Barcelona de 1300. Poco a poco fueron apareciendo los nacimientos hechos con grandes figuras de madera o de barro cocido, que en el siglo XVII pasarían de las iglesias, donde se instalaron los primeros, a las casas (con figuras de tamaño más pequeño). Eso sí, donde se convirtieron en una auténtica modalidad artística fue en el Nápoles del siglo XVIII, de donde Carlos III se los trajo a España. El fue quien en 1760 encargó para su hijo (el futuro Carlos IV, que entonces era Príncipe de Asturias) el maravilloso Belén del Príncipe, que es el que todos los años se monta en el Palacio Real de Madrid.

Un detalle del Belén del Príncipe

Se cuenta que en su mejor momento este belén llegó a tener casi 6.000 piezas (hoy sólo se conserva una pequeñísima parte), y que en el montaje participaba toda la Familia Real, incluidas la Reina y sus damas cose que te cose. Eran necesarias varias salas de palacio para montarlo y el público, igual que ahora, podía verlo. Si queréis ver algunas fotografías magníficas (publicadas por ¡Hola!), pinchad aquí. Y para que veáis cómo se recrean en él todos los más pequeños detalles de la vida cotidiana os dejó aquí una muestra, la tienda de un librero hecha con todo lujo de detalles. Todo lo que se podía ver en una calle napolitana del siglo XVIII aparece en estos maravillosos belenes.

El librero, y al fondo a la derecha el panadero

Si queréis conocer algo más sobre los orígenes del belén napolitano podéis pinchar aquí  para leer otro post de este blog, titulado «Curiosidades napolitanas: Se armó el Belén». Allí podréis viajar hasta la Vía San Gregorio Armeno, en pleno corazón de Nápoles, donde se encuentran hoy los mejores talleres de artesanos belenistas, que siguen manteniendo las tradiciones del siglo XVIII a la hora de hacer las figuras. En cualquier caso, hoy vamos a viajar hasta Nueva York, pues una de las tradiciones navideñas más arraigadas en la Gran Manzana es ir a ver el belén napolitano del Metropolitan Museum, el Met.

La tradición mediterránea del belén y el árbol del norte de Europa conviven aquí sin ningún problema. Sincretismo neoyorquino elevado a la máxima potencia

¿Cómo llegó este belén de más de 200 figuras al Met? Pues como muchas de las grandes obras de los museos americanos, por una donación. Loretta Hines Howard comenzó a coleccionarlo en 1925, y lo mostró al público por primera vez en 1957. Pocos años después, en el 64, lo donó al museo. Desde entonces y hasta su muerte lo montó personalmente cada año hasta su muerte en 1982. Hoy la encargada del montaje es su hija Linn, y su nieta, Andrea, estará encantada de tomar el relevo cuando llegue el momento. La continuidad está garantizada (para que luego digan que los americanos no tienen tradiciones).

¿Es o no espectacular?

De todas maneras, este belén no sería lo mismo sin el fondo de la reja de la catedral de Valladolid (otra forma muy americana de crear un museo es a golpe de talonario, comprando en Europa lo que no tienen) y sin el árbol de Navidad de siete u ocho metros con 50 ángeles napolitanos revoloteando entre sus ramas. Por cierto, ¿de dónde viene la tradición del árbol? Pues parece que en el norte de Europa se celebraba por estas fechas el nacimiento del dios del Sol, y lo hacían adornando un árbol de hoja perenne que simbolizaba el Universo: en la copa estaba la morada de los dioses y el palacio de Odín (el Valhalla), y en las raíces el reino de los muertos. Igual que habían hecho con las Saturnalia de los romanos y con otras fiestas los cristianos acabaron por incorporar esa tradición a la Navidad, que caía por las mismas fechas. Siempre es más fácil sumar que restar, ¿no? Pues eso. La costumbre se iría extendiendo a Alemania (1605), Inglaterra (1829), España (1870) y por supuesto Estados Unidos, donde cada año se enciende el Rockefeller Christmas Tree en medio de una auténtica multitud.

Uno de los 50 ángeles del árbol de Navidad del Met

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
Dónde – Taquillas del Museo Diocesano
Precio – 29 € por persona
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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Lo confieso: los saltos de esquí me aburren bastante, pero no me imagino empezar el año sin el Concierto de Año Nuevo, en la Musikverein de Viena. Cuando suena la marcha Radetzky no hay vuelta atrás y estamos ya en el año siguiente, en el futuro, como quien dice.

Enero, pues, empieza austriaco, y este año estamos dispuestos a que siga así, porque vamos a dedicar las «cenas de los martes» en El Atrapamundos a una maravillosa ciudad: Salzburgo. ¿Os venís?

Por cualquier esquina pueden aparecer cantando los niños de la familia Von Trapp

Salzburgo es muchas cosas, pero sobre todo una: pura música. Música de todo tipo, eso sí, porque por cualquier esquina suenan las melodías de las óperas de su hijo más ilustre, Mozart, y también las canciones de una famosísima película rodada aquí. Sabéis cuál, ¿no? Pues uno de mis clásicos favoritos, «Sonrisas y lágrimas«. ¿Os acordáis de Julie Andrews corriendo por las praderas como si fuera Heidi y cantando como una loca? ¿O de cómo les enseñaba las siete notas musicales a los encantadores (y un poco repelentes, lo justo) niños del capitán Von Trapp? ¿Y de cómo les hizo los trajes a todos con unas cortinas viejas, en plan Escarlata O’Hara convertida en monja? En fin, un maravilloso despropósito, un poco ñoño (no demasiado) pero inolvidable.

En fin, que si queréis venir a recorrer Salzburgo con nosotros, conociendo mil y una historias desde «Las bodas de Fígaro» hasta «The sound of music»… os esperamos. Y todo eso mientras cenamos un auténtico menú austriaco. ¿Queréis verlo?

  • Trilogía de salchichas austriacas
  • Kässpätzle (o sea, Spätzle con queso, una especie de pasta austriaca a la que llaman «gorrioncillos»)
  • Codillo al horno con salteado de col verde
  • Apfelstrudel (milhojas de manzana y canela con frutos secos)

¿Suena bien? Pues mejor sabrá. De momento, aquí os dejo todos los datos:

Cuándo – 10, 17, 24 y 31 de enero, a las 21’00

Dónde – Restaurante El Atrapamundos (C/ Mefisto, 4)

Precio – 22 € por persona

Reservas – 976207363 o entrando aquí

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De toda la vida yo he sido de los Reyes Magos, y eso no va a cambiar, pero… si de Nueva York se trata, hay que reconocer que Melchor, Gaspar y Baltasar no tienen allí mucho cartel. El que de verdad tiene tirón por aquellas tierras es Santa. Santa Claus, quiero decir. No hay más que oír a Bing Crosby para que quede bien claro.

En 1934 se compuso «Santa Claus is coming to town», vamos, que «Santa Claus está viniendo a la ciudad«. Para entonces ya se había convertido en un señor que vestía de rojo y venía cargado de regalos de algún lugar muy, muy lejano en un trineo tirado por ocho renos y uno más muy especial, que se llamaba Rudolph y tenía una nariz luminosa que venía de perlas para las noches de niebla. Sin embargo, esta historia comienza mucho, muchísimo antes. ¿Queréis saber dónde?

Todo comienza aquí, junto a las venerables piedras del templo de Saturno, en Roma

Resulta que los romanos tenían por estas fechas unas fiestas dedicadas a Saturno: las Saturnales. ¿Qué celebraban? Pues más o menos lo mismo que nosotros. A lo largo de la primavera el día se va haciendo más y más largo, hasta que parece que la luz va a triunfar definitivamente. Llegamos así al solsticio de verano, la noche más corta del año (que se llena de luz con las hogueras de San Juan, como si quisiéramos ayudar a que ese día durase 24 horas), y vuelta a empezar. La noche va alargando, alargando, alargando… hasta que la oscuridad lo cubre casi todo. Y ¿qué día es el más corto, a partir del cual el sol empieza a reconquistar su terreno perdido? Pues el del solsticio de invierno, que coincide justamente (y no es casualidad, por supuesto, pues Cristo se identificó con la luz del mundo) con nuestra Navidad. Todos hemos oído decir aquello de que «eres más corto que el día de Navidad«, ¿no? Pues a partir de ese día la noche empieza a acortar y eso hay que celebrarlo. Los romanos tenían las Saturnales, y los cristianos, que vinieron después, aprovecharon que la gente ya estaba acostumbrada a celebrar una gran fiesta por esas fechas y simplemente cambiaron el nombre. Por cierto, ¿sabéis lo que hacía la gente para las Saturnales? Se intercambiaban regalos. Como lo oís. Os suena, ¿no?

Los Reyes Magos, en el retablo mayor de la Seo de Zaragoza

La tradición de los regalos por estas fechas se ha mantenido. Otro día hablamos de los Reyes Magos, pero también podríamos hablar de la Befana, el Orentzero, la tronca de Navidad… y San Nicolás.

La iglesia de San Nicolás, en Zaragoza

Allá por el siglo IV, en tierras turcas, hubo un obispo que se llamaba Nicolás y que llegó a ser santo. Ahora bien, de ahí a que en muchos lugares se considere que es el que lleva regalos a los niños por Navidad… Vayamos por parte y todo tendrá sentido. Resulta que el hombre era muy caritativo, y lo primero que hizo fue repartir la fortuna de sus padres entre los pobres. Pero es que además cuentan que había por allí un hombre desesperado porque no podía casar a sus hijas (no tenía dinero para la dote) y aquellas pobres chicas iban a acabar en la prostitución (yo creo que había otras opciones menos radicales, tipo solterona, monja… pero bueno, ellos no lo debían ver así). Total, que San Nicolás les dejó a cada una un saquito con monedas de oro en el zapato. ¿Qué? ¿Os va sonando la cosa? Pues aún hay más. Era una época de crisis y penalidades, y un día unos niños fueron a pedirle algo de comer a un carnicero. No sólo no les dio nada, sino que los troceó y los metió en salazón (otro que no conocía el término medio; con haberles dicho que no valía, digo yo). Siete años después pasó por allí San Nicolás, vio el barril donde estaban (que no los hubiera vendido en todo ese tiempo es algo que escapa a mi capacidad de comprensión, pero bueno, cosas de santos y milagros) y los devolvió a la vida (enteros, no a trozos). Repartía dinero, lo dejaba en los zapatos, era bueno con los niños… de ahí a que San Nicolás se convirtiera en el que llevaba los regalos a las criaturas hay un paso.

Imaginaos la sed que tendrían los angelicos después de siete años en sal

Nos vamos ahora para el norte de Europa, y concretamente a Holanda. Allí llega todos los 5 de diciembre Sinterklaas (San Nicolás, en holandés), en barco de vapor y desde España, con su ayudante Pedrito el negro (realmente lo llaman Zwarte Pieten), que va echando unas galletitas a la gente. Luego monta en un caballo blanco y empieza su reparto (bueno, el que baja por las chimeneas es su ayudante, claro).

Qué cosas, ¿verdad? Nadie diría que sale de España, porque aquí no le hacemos ni caso al hombre y allí se desviven.

Por cierto, ¿adivináis qué ponen los niños holandeses, ya desde el siglo XV, la noche en que viene Sinterklaas? Pues sus zapatos junto a la chimenea, claro. Bueno, o sus zuecos, que para eso estamos en Holanda.

¿Quién nos iba a decir que esto de los zapatos venía de tan lejos?

Resulta, resulta… que Nueva York lo fundaron en realidad los holandeses, y su primer nombre fue Nueva Amsterdam (bueno, antes estuvieron los franceses, pero no dejaron mucha huella). Para allí se llevaron sus costumbres y sus tradiciones, y entre ellas la de Sinterklaas, que también llegaba hasta aquellas tierras todos los 5 de diciembre. Y en ese momento comienza un proceso que es la especialidad de los americanos: coger los viejos mitos europeos, transformarlos un poco o un mucho y después vendérnoslos por nuevos. Es decir, convertir al viejo San Nicolás-Sinterklaas en Santa Claus.

Comienza la transformación

Para empezar, el que transforma el nombre holandés en Santa Claus es Washington Irving (el de los «Cuentos de la Alhambra«), en un cuento que escribe en 1809: «Historia de Nueva York«. Unos años después, en 1823, se escribe un poema en que Santa Claus es un duende enano y delgado que regala a los niños juguetes por Navidad y que viene en un trineo tirado por ocho renos.

Leyendo las cartas…

Hacia 1863 se convierte en un anciano gordo, barbudo y bonachón, gracias a las tiras ilustradas por Thomas Nast para la revista Harper’s Weekly. Ya se va pareciendo a lo que conocemos, ¿no? Pero aún faltan bastantes detalles que ahora nos parece que llevan ahí toda la vida. Por ejemplo, ¿de dónde viene la idea de que Santa Claus vive en el Polo Norte, o en Laponia? Pues de una campaña de publicidad de Lomen Company, una empresa que vendía carne de reno. En la Navidad de 1926 llevaron por varias ciudades de Estados Unidos a Santa Claus en un trineo tirado por renos, que se convirtió en una de las tradiciones más queridas de la Navidad en USA. A partir de entonces ya todo el mundo tuvo claro que Santa Claus se desplaza en este medio de transporte, y punto. Ya sabéis, en América el márketing lo es todo. Tanto, que el traje de Santa también se asocia con otra campaña publicitaria. ¿Os imagináis de qué?

La chispa de la vida…

Pues claro, de Coca Cola, en 1931. No es que ellos se inventaran el color blanco y rojo del traje, pues antes también había aparecido vestido así. Pero está claro que contribuyeron definitivamente a universalizar al personaje y a hacer que su imagen fuera igual en todas partes. ¿Falta algo? Pues claro que falta, un personaje fundamental de la tradición, un reno con la nariz brillante y luminosa que es perfecta para guiar a sus ocho compañeros en las noches de nieve, niebla… Rudolph parece que se popularizó a partir de un cuento de 1939 (aunque ya existía antes), y si queréis conocer su historia nada mejor que oírla contada por dos monstruos: Bing Crosby y Ella Fitzgerald.

Hoy, Santa Claus está por todas partes, y uno puede ir paseando por Nueva York y encontrarse a 150, todos iguales, y cantando «Let it snow«, «Santa Claus is coming to town«, «Have yourself a merry little christmas» o cualquier otro éxito de ayer, hoy y siempre que nos hemos acostumbrado a oír en la voz de Judy Garland, Bing Crosby, Frank Sinatra, Dean Martin, Ella Fitzgerald… y otros grandes de la canción americana.

«Santa Claus is coming to town»

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
Dónde – Taquillas del Museo Diocesano
Precio – 29 € por persona
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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Sólo hay una cosa que sobreviva a la muerte, y es el amor. Lo afirma Quevedo en un soneto maravilloso en el que dice que sí, que podrá venir la muerte a buscarnos, que se nos llevará, que nos descompondremos y no quedará más que un montón de polvo, pero…

Cenizas son, más tendrán sentido.

Polvo serán, más polvo enamorado.

Son los dos versos más extraordinarios que he leído nunca, pero para mí son mucho más que eso. Cuanto más contacto tengo con los cementerios (por las visitas que hacemos en ellos, fundamentalmente) más claro tengo que es así, que la muerte no acaba con el Amor, cualquier tipo de amor, sino todo lo contrario. La mayoría de las tumbas, aparte de lo que pueda haber en ellas de vanidad (que a veces es mucho) son un acto desesperado de lucha contra el olvido, porque no podemos soportar la idea de que las personas a las que hemos querido (y seguimos queriendo) desaparezcan para siempre.

Un beso que durará toda la eternidad

Hay una tumba perdida en el cementerio de Montparnasse de París que representa maravillosamente esto que estamos diciendo. Estamos en 1908 y los padres de Tania Rachevskaia, una anarquista rusa que se suicidó por amor, encargaron la escultura a Constantin Brancusi, un escultor rumano (como nuestro conde preferido) que había llegado a París unos años antes. Parece que no se quedaron muy contentos con la obra, pero Brancusi, que la consideraba perfectamente adecuada para una mártir del amor, no quiso cambiarla. A mí me parece maravillosa.

Sólo hay otro beso en el que dos personas se fundan de esta manera, y es el de Burt Lancaster y Deborah Kerr en «De aquí a la eternidad»

Si nos vamos ahora a Portugal encontraremos otra maravillosa historia de amor que vence a la muerte, la del rey Pedro I e Inés de Castro. Si os digo que ella reinó después de morir a lo mejor os imagináis por dónde van los tiros, pero vamos a empezar por el principio. Resulta que, por uno de estos matrimonios concertados, una noble gallega se casó con un infante de Portugal y se llevó con ella a unas cuantas damas para no sentirse sola. El infante se casó con quien debía, pero se enamoró de… Inés, una de aquellas damas y, para colmo, prima de la susodicha. La legítima murió, Pedro e Inés se casaron en secreto, tuvieron hijos… y ante el miedo de que aquellos bastardos pudieran llegar a reinar el abuelo, el rey don Alfonso IV, mandó asesinar a Inés. Así, como suena, en un lugar de Coimbra que hoy se sigue llamando «Quinta das lágrimas».

Inés de Castro en su tumba

Cuando Pedro llegó a reinar su venganza fue terrible. Fue a por los asesinos y, entre otras cosas, les mandó arrancar el corazón en vivo y a uno de ellos por la espalda (cuentan que el rey incluso llegó a morder los corazones con la rabia que sólo puede experimentar alguien que está vengando a aquella de la que sigue enamorado). Pero fue mucho más lejos. Mandó desenterrar a Inés, la sentó en el trono y todos los nobles tuvieron que pasar a besar la mano de la reina. «Reinar después de morir», se titula una obra de teatro escrita siglos después de aquello.

Las tumbas, una frente a la otra, en el monasterio de Santa Clara de Coimbra

Lo mejor de la historia es que el rey mandó que su tumba y la de Inés se colocasen no una al lado de otra, sino enfrentadas. ¿Sabéis para qué? Pues para que el día del Juicio Final, cuando llegase la hora de la resurrección, al levantarse  viera frente a él, antes que ninguna otra cosa, a su amada Inés. «Polvo serán, más polvo enamorado». Pedro e Inés ya no están en Coimbra, pues sus tumbas fueron trasladadas al espectacular monasterio de Alcobaça. Eso sí, siguen estando el uno frente al otro esperando el día en que puedan volver a mirarse a los ojos.

Los dos amantes, uno frente al otro, en el monasterio de Alcobaça

La eternidad es algo terrible de imaginar. No hay perspectiva más escalofriante que la de algo que no se acaba nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca… Sin embargo, cuando uno está enamorado todo el tiempo es poco, y necesita la vida eterna para estar con la persona amada. A lo mejor pensáis que todo esto forma parte más de los mitos y las leyendas que de la vida real de la gente de verdad, aunque bien mirado, el amor es lo único que puede convertir un minuto corriente de una vida normal en algo extraordinario. Historias cotidianas para demostrarlo las hay a miles, pero para contradecirme un poco a mí mismo voy a acudir a dos personajes de ficción que me fascinan especialmente y entre los que últimamente estoy encontrando muchas relaciones: Drácula y don Juan Tenorio. Los dos están tremendamente solos y da la impresión de que no quieren saberlo. A lo mejor por eso mismo los dos son insaciables y viven en una angustiosa carrera por acumular conquistas (que caen en sus brazos más o menos voluntariamente) en la que nunca están satisfechos y siempre necesitan más. Escuchad a Leporello, criado de Don Giovanni en la ópera de Mozart, cantando el catálogo de las conquistas de su señor. Si queréis leer la letra en italiano y la traducción en español pinchad aquí, pero os resumo lo que dice: a mi señor, con tal de que lleven falda, lo demás les da igual.

Aún tienen Drácula y Don Juan más cosas en común, pero sobre todo una: los dos se sienten invulnerables, y los dos encuentran una mujer que se sacrifica por ellos y les salva de sí mismos por amor.

Un amor apasionado, intemporal, desgarrado, atormentado… y con final feliz

¿Drácula? Pues sí, Drácula, pero no uno cualquiera, sino el protagonista de la maravillosa película de Coppola, una de las historias más grandes jamás contadas. ¿No la habéis visto? ¿Y a qué estáis esperando? Anque la promoción dijera que era una versión fiel de la novela de Bram Stoker, escrita casi un siglo antes, no es cierto en absoluto. Coppola coge la novela y mantiene lo esencial del relato, pero… inventa algunas cosillas, crea un prólogo inolvidable (los primeros cinco minutos de la película) y de pronto todo encaja. ¿Por qué Drácula se había convertido en un vampiro? ¿Por qué es como es? ¿Va hacia algún lado, o sólo aspira a la «supervivencia», si es que esa palabra se puede aplicar en el caso de un no-muerto? Nada de eso tiene respuesta en la novela, donde Drácula es un ser maligno, monolítico y sin matices al que hay que aniquilar, pero queda claro en la película: todo es por amor.

Sólo he podido encontrar este extraordinario prólogo en inglés (y no completo), pero las imágenes son tan potentes que si no entendéis el texto no pasa nada. Drácula, enamorado de Elizabetha, sale a encabezar sus ejércitos contra los turcos. Sobrevive y vuelve a su castillo, pero antes de que llegue sus enemigos han enviado un mensaje en el que dice que ha muerto, y su amada, creyéndolo, se ha suicidado. Al llegar la encuentra muerta y los sacerdotes, sin piedad, le advierten que ella está fuera de la ley de Dios. Drácula reacciona enfurecido contra la iglesia que él ha luchado por defender contra el avance de los turcos, clava su espada en la cruz y recoge la sangre que cae en un cáliz de oro, del que la bebe. A partir de ahí empieza la historia que todos conocemos y que nunca más podremos volver a ver de la misma forma.

«¿Cree usted en el destino?»

¿Veis esta imagen? Algo similar aparece en muchas de las versiones cinematográficas que se hicieron anteriormente, desde «Nosferatu» en adelante. Drácula quiere trasladarse a una gran ciudad (en la que haya muchas presas) y se ha puesto en contacto con un despacho de abogados de Londres, que le envía a Jonathan Harker con los contratos. En un momento dado a Jonathan se le cae una foto de su novia, Mina. Nosferatu, p.ej., queda prendado de ella, y la desea tanto que cuando la consigue olvida todo, incluso que la luz del sol puede acabar con él, y prácticamente se «suicida» por poderla seguir disfrutando. Pero esto es otra cosa, porque al Drácula de Coppola, cuando ve la foto sobre su mesa, le da un vuelco el corazón y pregunta a Jonathan: «¿Cree usted en el destino?». Por una vez sus nervios le fallan, derrama el tintero sin querer cuando va a cogerla y no puede evitar llorar. ¡¡¡Drácula llorando!!! En ese momento sus intenciones respecto a su viaje a Londres cambian. Tiene una cita con su Destino y desde luego no va a faltar a ella. No os cuento cómo sigue la cosa (ved la película, es inolvidable), pero sí os diré que ella, enamorada tan locamente como él, hará un inmenso sacrificio por amor, y que, probablemente, los dos pasarán la eternidad juntos.

Los dos amantes pintados en la cúpula de la iglesia del castillo de Drácula, juntos para siempre

¿Qué pasa con Don Juan? Pues una cosa similar, que Zorrilla consigue reescribir el mito y darle una dimensión nueva gracias a que Doña Inés también se sacrifica por él. Don Juan es un calavera sin conciencia hasta que conoce a Inés y se enamora de ella (nadie está más desprotegido contra el amor que aquel que cree que la cosa no va con él). Eso sí, las cosas se complican, Don Juan tiene que huir de Sevilla y Doña Inés muere del sofocón. En ese momento llega a las puertas del cielo, se planta ante Dios y más o menos le viene a decir que o con Don Juan o nada. ¿Qué pasa después? Don Juan vuelve cinco años más tarde, y cuando está ante la tumba de Doña Inés… mejor lo escucháis de los labios de sus protagonistas, ¿no? Pinchad aquí e id hasta el minuto 10, 5 segundos aproximadamente.

Paco Rabal, como Don Juan, tiene momentos estupendos. Y a Doña Inés también la habréis reconocido, claro. Es una joven Concha Velasco que dice:

Yo a Dios mi alma ofrecí

en precio de tu alma impura.

Y Dios, al ver la ternura

con que te amaba mi afán

me dijo: espera a Don Juan 

en tu misma sepultura.

Y pues quieres ser tan fiel

a un amor de Satanás,

con Don Juan te salvarás

o te perderás con él.

Y Zorrilla los salvó, igual que Coppola. Y por amor, pero amor de verdad, del grande, sin ñoñerías. El Amor y la Muerte, el Tiempo y la Eternidad, unidos como una sola cosa. Lo dicho, que al final la verdad siempre está en Quevedo: «Polvo serán, más polvo enamorado«.

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¿Quién no se ha imaginado alguna vez patinando en esta pista de hielo mientras suena la banda sonora de «Love Story» o alguna ñoñería parecida?

De toda la vida, a los americanos (y con esto quiero decir norteamericanos, claro) les gustan las cosas grandes. Muy grandes, a poder ser. Más grandes todavía. Yo aún diría más: las más grandes. Y claro, cuando llega la Navidad quieren tener el árbol más grande del mundo. ¿Lo consiguen? Pues no lo sé, pero lo que sí logran es que sea el más famoso, porque no hay otro más conocido que el «Rockefeller Center Christmas Tree», o sea, el árbol de Navidad del Rockefeller Center de Nueva York.

¿Alguien no conoce esta foto?

Seguro que conocéis esta foto, la pesadilla de cualquiera que se dedique a la prevención de riesgos laborales y todas esas cosas. Pues bien, fue tomada en 1932, durante la construcción del Rockefeller Center, el proyecto privado más grande (¿qué os decía yo?) construido en el siglo XX. Los Rockefeller, que se habían forrado con el petróleo, plantearon un enorme complejo de edificios para oficinas, centro comercial y de ocio en pleno corazón de Manhattan. Llegó el crack del 29 pero ellos siguieron adelante, construyendo a lo largo de los años 30 un complejo impresionante, de lo más espectacular de Nueva York. Hoy se puede subir a la terraza del rascacielos que veis en esta foto (y que para mí es el más elegante de la ciudad), conocido como el edificio General Electric.

El séptimo edificio más alto de Nueva York, con 259 metros de nada (y 70 plantas)

¿Sabéis cómo se llama la terraza? A mí me encanta el nombre: «Top of the Rock«. Ya no puede ser más sonoro, más contundente y más comercial (que es de lo que se trata en los USA, no lo olvidemos, de hacer caja y que entre mucho cash, que diría mi admirada Carmen Lomana). ¿Queréis ver la vista que se tiene desde allí arriba?

¿Veis el Empire State Building justo al fondo? Pa’flipar, que diría el clásico

Pero vamos al grano, que nos estamos desviando. El Rockefeller Center es conocido por muchas cosas: por las Rockettes del Radio City Music Hall, que está ahí mismo (y cuyo nombre viene precisamente de Rockefeller), por la famosísima pista de hielo (¿en cuántas películas la habéis visto?) y sobre todo por el árbol de Navidad, una tradición que comenzó en los años 30. ¿Queréis ver cómo?

Unos inicios modestos, para qué mentir

Estamos en 1931 (un año antes de la foto de los obreros sentados en la viga), en plena Gran Depresión (todo es grande en América). Los trabajadores que están construyendo el Rockefeller Center instalaron un pino que adornaron con guirnaldas de papel y latas de conserva vacías. Dos años después ya se hizo un «encendido» oficial, y en 1951 comenzó a retransmitirse por televisión. Hoy es un fiestón, con cientos de miles de personas y famosos, famosillos y famosuelos (este año, por ejemplo, estarán allí Justin Bieber para las adolescentes, y Michael Bublé para las personas con gusto musical) que actúan junto a las Rockettes, que son las verdaderas protagonistas de la fiesta. ¿Las habéis visto alguna vez? Pues dadle a play y disfrutadlas. ¿Habéis visto alguna vez algo más perfecto? ¿Cuántos miles de horas de ensayos tiene que haber detrás de esas piernas que se levantan a la vez?

A lo mejor nosotros, con nuestro complejo de europeos, pensamos que 78 años no son nada, y que los americanos no necesitan mucho para convertir algo en una tradición «de toda la vida». Pobrecillos, no tienen historia, y todas esas cosas que tanto nos gusta decir. Pues bien: nuestra multitudinaria Ofrenda de Flores, absolutamente tradicional, entrañable y muchísimas cosas más… sólo tiene 53, así que esta vez también ellos se llevan el «más» (más antiguo, pero en cuanto a la gente que participa… eso habría que verlo). Eso sí, lo que más les preocupa es que su árbol sea el más alto, y para eso organizan toda una operación de búsqueda hasta que lo encuentran.

¿Cuál será el elegido?

Al Rockefeller Center llegan cientos de propuestas de todo Estados Unidos, ofreciéndoles el árbol perfecto. Además, el jefe de jardinería sobrevuela los bosques de Connecticut, Nueva Jersey, Ohio, Vermont y hasta de Canadá si es preciso hasta que encuentra el árbol ideal, siempre con más de 50 años de vida y más de 20 metros de altura. Este año, concretamente, 22 metros y 55 centímetros (o lo que es lo mismo, 74 pies, que dicho así parece más que veintipocos metros, ¿o no?). ¿Y dónde lo han encontrado? Pues en Mifflinville, Pensilvania, en la finca de la familia Keller, que está encantadísima de haber contribuido de esta manera a poner a su pueblo en el mapa (de no ser por esto, ¿alguien conocería Mifflinville?).

La familia Keller al completo (suponemos) posa feliz ante su árbol

Una vez elegido el árbol, comienza la delicada operación que culminará con el encendido, el primer miércoles después de Acción de Gracias (que es el tercer jueves de noviembre; este tipo de juegos a los americanos les encantan). Este año, será el 30 de noviembre, y para que todo esté a punto para ese momento el árbol llega unos 20 días antes a Manhattan. Este año llegó el día 11. ¿Queréis ver cómo ha sido el viaje desde el ya famoso pueblo de Mifflinville hasta el mismísimo corazón de la Gran Manzana? Pues aquí va el relato en imágenes.

¡¡¡A serrar!!!

¡¡¡Arbol va!!!

Cuidadín, no se rompa

Llegamos a Manhattan

¿Y ahora quién levanta esto?

¡¡¡Arriba con él!!!

¡¡¡Todos a una!!!

Ahí queda eso

El traslado de un árbol de más de 8 pisos de altura es una operación costosa y delicada, y si tenemos en cuenta que lo han convertido en todo un ritual, nos podemos imaginar la expectación que hay alrededor. Los medios de comunicación siguen el traslado paso a paso, hasta que el árbol queda instalado en su sitio. Y entonces… comienza la siguiente fase del proceso: la decoración. Y para eso lo primero que hay que hacer es construir un enorme andamio alrededor de nuestro árbol.

Todo listo para empezar a poner bombillas como locos

No es para menos: 30.000 luces (desde hace unos años, led de bajo consumo), ocho kilómetros de cable y una enorme estrella de cristal Swarovski coronándolo todo (enorme de verdad, de tres metros de diámetro y 250 kilos de peso). El resultado es… ¡¡¡ESPECTACULAR!!! Así que cada año se congregan allí cientos de miles de personas para el momento del encendido (aunque sólo lo pueden ver directamente unos pocos, que llevan allí horas y horas muertos de frío, porque la plaza es más bien pequeña).

Un momentazo, para que nos vamos a engañar. Recordad, este año el 30 de noviembre. Si estáis por allí, no os lo perdáis. Y si pensáis pasaros por Nueva York antes del 7 de enero, pues lo mismo. Como diría la canción, «It’s Chritsmas time in the city», y para escuchársela a otro, ¿quién mejor que Bing Crosby? Pues pinchad aquí y disfrutad.

Sólo hay una forma digna de ser hortera, y es esta: a lo grande

Si queréis conocer estas y otras muchas historias sobre LAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD, no os podéis perder la cena que hemos preparado para el sábado 28 de diciembre en el MUSEO DIOCESANO. Si queréis toda la información entrad aquí.

Cuándo – Sábados 21 y 28 de diciembre a las 21’30
Dónde – Taquillas del Museo Diocesano
Precio – 29 € por persona
Reservas – Llamando al 976207363 o entrando aquí
Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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Este mes de diciembre vuelven nuestras «cenas urbanas», y los miércoles 12 y 19 pasaremos un buen rato en una ciudad que me tiene loco, pero loco, loco: la incomparable Nueva York, el lugar más efervescente, dinámico y estimulante que existe en la Tierra.

Aunque la canción la estrenó la increíble Liza Minnelli, hay que ser justos y reconocer que fue Frank Sinatra el que le dio fama universal y la convirtió en un himno. Y es que no se puede retratar mejor a la ciudad en la que todo es posible, en la que cada día está lleno de oportunidades y cualquier cosa puede pasar.

«I want to be a part of it…», como dice la canción

¿Queréis pasar una velada en la ciudad más excitante del mundo? Pues no lo dudéis, porque si hay un mes en el que Nueva York es más, muchísimo más, es diciembre. A mí la Navidad ni me gusta ni me deja de gustar, la verdad (yo soy más de Semana Santa), pero en Nueva York es otra cosa. ¿Y por qué? Pues porque sólo hay una forma digna de ser hortera, y es a lo grande. Un Papá Noel solitario en una esquina repartiendo publicidad, pues ni fu ni fa, la verdad. 150 viniendo por la Quinta Avenida, haciendo sonar sus campanas y cantando todos a la vez «Let it snow«… eso es un subidón. Un árbol de Navidad corriente con cuatro luces tristes, pues una penica como otra cualquiera. El Rockefeller Center Christmas Tree (sí, ya sé que es una pedantería ponerlo en inglés, pero es que no se le puede llamar de otra manera), con la pista de patinaje a sus pies y el rascacielos más elegante de la ciudad detrás, todo lleno de luces de colores… pues otro subidón, que queréis que os diga.

No se ve en las imágenes, pero hay como medio millón de personas (no exagero, medio millón, o eso dicen ellos) con la nariz colorada y el gorro hasta las orejas, muertos de frío. Yo estuve una vez y actuaron Enrique Iglesias y Britney Spears, pero he conseguido superarlo y recordar sólo lo bueno. El ambientazo, la fiesta, las rockettes del Radio City Music Hall…

Por lo menos una vez en la vida hay que ir al «Radio City Christmas Spectacular», el increíble montaje navideño del Radio City Music Hall

Por cierto, ¿habéis oído hablar de las rockettes? ¿Cómo os lo explicaría yo? A ver, lo primero de todo, hay que ser o muy hortera o muy postmoderno para disfrutar de ellas, pero si cumples cualquiera de esos dos requisitos… no puedes perdértelas, porque no olvidarás nunca lo que has disfrutado. Ahí va un ejemplo.

En fin, que en las próximas semanas seguiremos hablando de Nueva York en Navidad: el belén napolitano del Metropolitan Museum, el Ejército de Salvación en las esquinas de la Quinta Avenida, la música de Cole Porter o Bing Crosby, películas como «¡Qué bello es vivir!» y muchísimas otras… Si quieres conocer estas y muchas otras historias… no te puedes perder nuestras cenas de los miércoles 12 y 19 de diciembre. ¿Queréis saber el menú? Pues os hemos preparado un paseo gastronómico por algunos de sus barrios, que es como decir una vuelta al mundo en ochenta minutos:

  • Chinatown (chino) – Dumplings de cerdo y gambas
  • Williamsburg (judío) – Latkes de patata y cebolla con salsa de yogur
  • Harlem (negro) – Costillas BBQ
  • Manhattan (mezcla total) – New York Cheesecake (o sea, la mejor tarta de queso que existe)
Y es que, aunque sigue habiendo gente que cree que los americanos no saben comer, en ningún lugar del mundo es posible comer tan bien, tan variado, tan original, tan todo… como en Nueva York. Y todo ello aderezado con música, cine, historias y muchas cosas más. No os lo podéis perder.

Dónde – Restaurante El Atrapamundos (C/ Mefisto, 4)

Cuándo – Miércoles 12 y 19 de diciembre

Precio – 22 € por persona

Forma de reserva – Llamando al 976207363 o entrando aquí

 

Y si queréis conocer más historias, aquí os dejo algunos posts de nuestro blog:

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Esos ojos, esa boca, esos dedos… ¡¡¡Qué miedo!!!

Seguramente Béla Lugosi es una de esas personas a las que nunca invitarías a cenar, por si acaso (¿o sí?). Drácula es igualico, igualico que él, no hay más. Y es que ya desde pequeño Béla estaba destinado a convertirse en el conde más famoso del mundo. Para empezar, nació en la mismísima Transilvania, concretamente en Lugoj, y por eso se puso de nombre artístico Béla (que era su nombre real) Lugosi (o sea, el de Lugoj). Vamos, como Marifé de Triana, pero en rumano. No sabemos si por su origen, por su aspecto físico o por todo junto, pero el caso es que interpretó tantas veces al vampiro más famoso de todos los tiempos y se sintió tan identificado con él que cuentan que llegó a creérselo. Tanto, que pidió que le enterraran vestido con su capa negra forrada de satén rojo. ¿Cómo lo veis?

Después de ver esto, ¿quién se atreve a asegurar que los vampiros no existen?

Cuenta una vieja leyenda de Hollywood (probablemente más falsa que Judas) que en el entierro de Béla Lugosi se juntaron dos astros del cine de terror, Vincent Price y Peter Lorre, y mirándolo dijeron: «¿No deberíamos clavarle una estaca por si acaso?«. No lo hicieron, entre otras cosas porque parece que ninguno de los dos estuvo realmente en el funeral, pero aunque sea falsa la anécdota es genial. Y seguro que lo mismo piensan los que hicieron este muñeco «encantador».

¿Os imagináis dormir con «esto» en la habitación?

Pero estamos yendo muy deprisa. Es verdad que la muerte es el nacimiento a la no-vida de un vampiro, pero… ¿qué sabemos del auténtico Béla? Pues para empezar, que nació en 1882, 15 años antes de que Bram Stoker escribiera su novela «Drácula«. Y que al principio se ganó la vida como actor haciendo papeles «normales«. Y que por sus ideas políticas de izquierdas tuvo que marcharse primero a Alemania y luego a Estados Unidos, sin un céntimo en el bolsillo y pagándose el viaje trabajando en las máquinas del barco. Y que con treinta y tantos años encontró el papel de su vida. A partir de 1927, cuando empezó a interpretarlo en Broadway, y todavía más cuando lo llevó al cine en 1931, Béla Lugosi sería para todo el mundo el conde Drácula, y viceversa.

Drácula nunca fue tan elegante

No era la primera vez que la novela se llevaba al cine. Murnau había rodado en Alemania, en 1922, una película inolvidable: «Nosferatu«, aunque tuvo que cambiar el nombre de Drácula por el de Conde Orlok por no haber conseguido de la viuda de Bram Stoker los derechos de la novela.

De tan feíco casi da ternura, ¿verdad?

Nosferatu es un ser monstruoso, horriblemente feo y desagradable, con rasgos de roedor y largas uñas. Nada que ver con el Drácula que encarnará Béla Lugosi nueve años después: apuesto, seductor, impecablemente vestido… todo un galán.

Como para decirle que no, con ese gesto que tiene de estar encantado de haberte conocido

Aunque Tod Browning, que fue contratado por la Universal Pictures para dirigir «Drácula» en 1931, buscaba un actor desconocido para que resultase aún más siniestro (se decía que para «Nosferatu» habían contado con un auténtico vampiro para representar el papel, y había que estar a la altura), el estudio le impuso en el cásting a Béla Lugosi, que llevaba tres años representando al conde en el teatro con un enorme éxito. El acierto fue total. Béla pudo usar todos los recursos aprendidos durante 30 años de profesión: los gestos de la cara, su mirada penetrante, unas manos que pueden expresar desde el mayor refinamiento hasta el más absoluto terror, una media sonrisa capaz de helarte la sangre en las venas y un acento centroeuropeo que hacía aún más creíble el personaje. Os dejo aquí una escena para que podáis comprobarlo.

Ese ambiente de castillo gótico en ruinas combinado con la elegancia británica del vestuario; el conde parado en mitad de la escalera, con el candelabro en la mano; las sombras que lo cubren todo; el aullido de los lobos, «children of the night«, hijos de la noche, la música preferida del conde… ¡¡¡Inolvidable!!! He puesto la versión inglesa para que disfrutéis de la voz de Béla, de su hablar lento y parsimonioso, de sus movimientos tan elegantes como precisos, tan lentos como contundentes… todos los recursos que había adquirido en 30 años de profesión están aquí.

El conde quiere trasladarse a vivir (bueno, a no-vivir, para ser exactos) a Londres y ha contactado con un despacho de abogados para comprar una propiedad. Renfield será el primer enviado a Transilvania para resolver los detalles. El conde le recibe, le dice que ya ha cenado y echa una primera mirada a los contratos. Su invitado se corta con un cuchillo, aparece la sangre por primera vez y poco después el conde le da las buenas noches (una ironía como otra cualquiera). Cuando Renfield (que algo ya se debe oler) abre la ventana, ve revolotear un murciélago, y al poco llegan tres «vampiras» (lo de vampiresa sería más adecuado para ese tipo de mujer que es la perdición de los hombres, aunque no les saque la sangre literalmente), a las que el conde expulsa de allí. Esa misma escena de la cena aparece en muchas otras películas. ¿Queréis verla en alguna? Pues por ejemplo, pinchad aquí para ver cómo Nosferatu recibe a su invitado (id hasta el minuto 20, 18 segundos), o aquí para ver cómo en el año 2.000 se recreó aquel rodaje en «La sombra del vampiro«, una película en la que John Malkovich interpretó a Murnau, el director, y en la que se daba como real la leyenda de que contó con un vampiro auténtico para su conde Orlok. Cine que bebe del cine que bebe del cine que bebe de una novela que bebe de innumerables tradiciones que beben de la vida misma. Eso es arte, y del bueno.

Una imagen de la misma escena en el inolvidable «Drácula» de Coppola. El conde, su sombra (que va por libre) sobre el plano de Londres, el pasante enviado por el despacho de abogados…

Aquella película fue el mayor acierto de Béla Lugosi. Su mayor error lo tuvo muy poco después, cuando rechazó el papel de Frankestein, que llevaría al estrellato al que sería su eterno rival, Boris Karloff. Haría muchas más películas de terror, pero poco a poco su carrera se iría deslizando hacia abajo, pasando a la Serie B y más abajo aún. Murió arruinado y consumido por la morfina en 1956, pero los mitos nunca mueren. Hoy está enterrado en el cementerio de Holy Cross, cerca de Los Angeles, en una estupenda compañía. Si de noche vuelve a la vida podrá bailar con Ryta Hayworth mientras suena la música de Bing Crosby y John Ford dirige la escena, pues todos ellos (y muchos más) también están enterrados allí. Una compañía estupenda para pasar la eternidad, para qué nos vamos a engañar. Su tumba sigue siendo visitada por sus admiradores, que a lo mejor esperan verlo aparecer por allí en cualquier momento, quizá en forma de murciélago.

Si esta lápida pudiera hablar…

Alguien decía, siempre que hablaba de él: «He’ll be back«, o sea, volverá. Aquellas palabras fueron proféticas, porque Tim Burton volvió a darle vida en una estupenda película dedicada al peor director de cine de todos los tiempos, «Ed Wood«, con el que hizo sus últimos trabajos (Martin Landau consiguió el Oscar por su memorable interpretación de una estrella en la decadencia, y Johnny Depp, que interpreta a Ed Wood, vive hoy en la casa de Béla Lugosi, que la vida da muchas vueltas). ¿La habéis visto? Pues aquí os dejo un enlace a youtube para que podáis verla entera (está en varias partes, pero completa; cuando acabe cada una pinchad en la siguiente y ya está). En cualquier caso, como no quiero que os quedéis con esa imagen de un Béla olvidado por todos, enganchado a las drogas, arruinado… os dejo una imagen del actor en su esplendor:

Nunca habrá otro vampiro más elegante y seductor

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Va a hacer 450 años que se pintó uno de mis cuadros preferidos: «El triunfo de la Muerte«, de Pieter Brueghel el Viejo. No me preguntéis por qué ya me quedaba embelesado delante cuando mis padres me llevaban al Museo del Prado hace muchos, muchos años, porque no lo sé. Lo que sí recuerdo es lo que pensaba siempre: «por favor, por favor, por favor… si me tengo que morir que sea después de Semana Santa» (después de pasarla en Híjar, claro, tocando el tambor con mi gente).

«Cuando tú llegas airada / todo lo pasas de claro / con tu flecha», decía Jorge Manrique

Me sigue fascinando este cuadro. Su sentido está muy claro: la muerte siempre vence. ¿Siempre? Eso ya lo veremos, porque nosotros también tenemos nuestros pequeños (y no tan pequeños) triunfos sobre ella, pero lo que está claro es que viendo este cuadro no da esa impresión. Vamos a detenernos en alguno de sus detalles, pero como somos gente educada vamos a empezar por la protagonista, la propia Muerte, cabalgando sobre un caballo rojizo y dirigiendo a sus huestes.

La Muerte, cabalgando sobre su escuálido caballo y con la guadaña en la mano

Todos tenemos que morir, esto es una verdad indiscutible, pero ¿siempre ha sido así? Pues no, porque hubo un tiempo en que fuimos inmortales,o al menos eso cuenta la tradición cristiana, para la que la Muerte es una consecuencia del hecho de que Eva cogiera la manzana del árbol del Bien y del Mal y ella y Adán fueran expulsados del Paraíso. A partir de entonces los hombres no sólo estuvimos condenados a trabajar, sino también a morir. En cualquier caso, lo que siempre se ha considerado una condena, bien mirado, ¿no fue una liberación? Luego volvemos sobre eso, pero antes viene la primera victoria sobre la Muerte. ¿Os imagináis cuál es? Pues la resurrección de Cristo, claro. Y como según el Cristianismo Dios nos hizo a su imagen y semejanza… la consecuencia directa es que también resucitaremos.

La sangre de Cristo escurrió desde la cruz hasta el cráneo de Adán, limpiándolo así del pecado original y abriéndonos otra vez las puertas de la Eternidad, aunque sin liberarnos del trago de la Muerte

Sonarán las trompetas que nos convocarán al Juicio Final en el valle de Josafat, los muertos dejarán la fosa y San Miguel pesará las almas para decidir quién se salva y quién no. Como dicen los curas, igual que hemos compartido la muerte de Cristo compartiremos su resurrección.

El día del Juicio los muertos saldrán de sus fosas, desnudos pero de peluquería (como puede verse), que la ocasión no es para menos

No conozco ninguna representación más impactante del triunfo de Cristo sobre la Muerte que «La Canina«, el paso más singular de la Semana Santa de Sevilla. «La muerte venció a la propia Muerte«, dice una inscripción que lleva. Es decir, que la muerte de Cristo venció a la Muerte, y por eso todos podemos tener la esperanza de resucitar como él. Si queréis verla en la calle, el Sábado Santo por la tarde durante la procesión del Santo Entierro, pinchad aquí.

Canina se ha quedado la pobre de no comer, claro

La victoria de Cristo sobre la Muerte nos abre las puertas de la Eternidad, pero ¿conocéis algún concepto más terrible? ¿Os imagináis algo que no se acabe nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca…? Me da a mí que no hay Paraíso tan maravilloso que no llegue a aburrir. Saber que algo estará ahí siempre, siempre, siempre, siempre, siempre… ¿no le quita valor e interés? La vida se disfruta y se exprime más cuanto más presente tengamos que podemos perderla, que no es eterna y que antes o después moriremos.

«Si un día para mi mal / viene a buscarme la Parca», que diría Serrat

¿Cómo se ha representado a la Muerte a lo largo del tiempo? Los antiguos imaginaron a las Parcas, las tres hermanas que controlaban el hilo de cada vida: Cloto lo hilaba, Láquesis lo medía y Atropos lo cortaba. Esos nombres les dieron los griegos, pero a mí me gustan más los que les pusieron los romanos: Nona, Décima y Morta. Aquí las tenéis en acción en «Hércules«, la película de Disney.

Así de simple: un tijeretazo y ya está. Un segundo, un abrir y cerrar de ojos, o sea, «In ictu oculi«. Eso es lo que pintó Valdés Leal en sus inolvidables cuadros del Hospital de la Caridad de Sevilla. ¿Cuánto le cuesta a la muerte acabar con una vida? Lo mismo que apagar una vela, un parpadeo, no más.

«Como se pasa la vida / como se viene la muerte / tan callando». Jorge Manrique dixit

¿Desde cuándo se representa a la Muerte como un esqueleto? Pues desde el siglo XIII, más o menos, y sobre todo desde el XIV. Eran «tiempos recios«, la peste acechaba, las guerras eran algo habitual y los cuatro jinetes del Apocalipsis campaban a sus anchas por Europa. La Muerte te podía sacar a bailar en cualquier momento…

Bailando con la Muerte

Así lo contaban las «Danzas de la Muerte», donde ésta bailaba con el Papa y con el mendigo, con el caballero y con el emperador, con el joven, el niño y el anciano…

«Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir. / Allá van los señoríos / derechos a se acabar / e consumir. / Allá los ríos caudales / allá los otros medianos / e más chicos. / E llegados son iguales / los que viven de sus manos / e los ricos». Otra vez Jorge Manrique

Brueguel representa a la muerte montada en su caballo, con su guadaña y con su inmenso ejército de esqueletos. La imagen viene de los cuatro jinetes que ya aparecen en el Apocalipsis, donde se describe a la Muerte montada en un caballo bayo (de color pálido), como la imaginó Durero.

Los cuatro jinetes sembrando la destrucción

La Muerte, montada en el caballo que está más cerca de nosotros, atropella a todos los que se ponen por delante. ¿Hay algo que os choque? Pues probablemente sí, porque siempre la asociamos con una mujer pero aquí es un hombre. Y es lo habitual en aquella época, aunque poco a poco se fue representando como un personaje femenino (no siempre, en cualquier caso). De más o menos un par de siglos después, del XVII, es ésta otra imagen:

La tumba de Alejandro VII, en San Pedro

Bernini hizo esta tumba monumental, espectacular, para el Papa Alejandro VII. A lo mejor en esta fotografía no apreciáis el detalle, pero un esqueleto con un reloj de arena en la mano levanta esa pesada tela y sale de abajo, parece que de la mismísima cripta (a la que se accede por esa puerta de madera) para llevarse al Papa con él, como en las «Danzas de la muerte» medievales, de dos o tres siglos antes.

Tic, tac, tic, tac…

También como un esqueleto aparece en esta tumba del cementerio de los vampiros de Celakovice, susurrándole algo al oído a esta joven, probablemente que se vaya apurando, que esto se ha acabado y ha llegado su hora.

¿Vienes conmigo?

En cualquier caso, nadie cuenta ese momento como Jorge Manrique en sus coplas. Don Rodrigo, su padre, está a punto de morir, y en ese momento entra la Muerte en la habitación y habla con él con toda naturalidad: «En la su villa de Ocaña / vino la muerte a llamar / a su puerta«.

No se os haga tan amarga

la batalla temerosa

que esperáis,

pues otra vida más larga

de la fama glorïosa

aquí dejáis.

Y aunque esta vida tercera

tampoco no es eternal,

ni verdadera,

aún con todo es muy mejor

que la otra temporal,

perecedera.

No se podía resumir mejor lo que la gente de aquel tiempo pensaba. Esta vida terrenal que tanto disfrutamos y a la que nos agarramos como a un clavo ardiendo, vale poco. La buena es la vida eterna, la del Más Allá, junto a Dios, pero mientras tanto, y como ninguno nos resignamos a desaparecer completamente de la faz de la Tierra… queda un premio de consolación: la Fama. Que se acuerden de uno, y a ser posible para bien. Pura vanidad, si nos vamos a poner puntillosos, pero no está mal, ¿no? No deja de ser otra victoria sobre la Muerte, pues de alguna manera, y aunque sea algo también temporal, la Fama consigue vencerla durante un tiempo.

«Finis gloriae mundi», o sea, «El fin de las glorias del mundo»

Y sin embargo, también la Fama pasa y las vanidades del mundo acaban convertidas «En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada«, como decía Góngora. Mientras lo de la resurrección de los muertos no pase de ser una hipótesis, solo tenemos la certeza de una cosa que realmente puede vencer a la muerte. ¿Sabéis cuál es? De eso hablaremos el próximo día, pero os daré una pista que nos dejó Quevedo: «cenizas son, más tendrán sentido; / polvo serán, más polvo enamorado«. Así que el próximo día… hablaremos del Amor.

Y si queréis pasar UN OTOÑO DE MUERTE con nosotros, recorriendo el cementerio y muchos otros rincones desconocidos de nuestra ciudad, disfrutando con los versos del Tenorio y descubriendo las historias de los zaragozanos «del otro lado», tenemos un montón de propuestas para vosotros. Entrad aquí y las encontraréis, o si lo preferís llamadnos al 976207363 y os las contaremos.

Y si queréis descubrir otros posts de nuestro blog relacionados con este tema, aquí os dejo algunos:

 La Belleza y la Muerte

 El Tiempo y la Muerte

Drácula, Don Juan, el Amor y la Muerte

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Lo primero de todo: ¿por qué existe un día de Todos los Santos, si cada santo tiene su fiesta? Sin ir más lejos, para tal día como el 30 de octubre he encontrado a San Marcelo, San Alonso Rodríguez (viudo y portero, según el santoral católico), Santa Bienvenida Bolani, San Gerardo de Potenza y los beatos Angel de Acri, Terencio Alberto O’Brien, Alejandro Zaryzkyj y Dorotea de Montau. Y si vas a la Santopedia (juro que existe) todavía añade a San Claudio, San Lupercio, San Victorio y San Marcelo de León, Santa Eutropia de Alejandría, San Germán de Capua,  San Marciano de Siracusa, San Máximo de Cuma, San Serapión de Antioquía y un par de beatos más, Miguel Langevín y Juan Slade. Diecinueve, entre santos y beatos, y no sigo buscando porque seguro que encuentro más. Habrá días con más y otros con menos, pero si uno echa cuentas así por lo bajo se puede acabar preguntando: ¿pero tantos santos ha habido? Pues parece ser que sí, y aún deben parecer pocos, porque ya desde el principio la Iglesia pensó que alguno seguro que se les escapaba sin canonizar, que llevar el control de tanto martirio, tanto eremita que se retiraba al desierto a rezar toda la vida, tanta prostituta que se arrepiente y se pasa cuarenta años llorando encima de una calavera… en fin, que era complicado, y al final el papa Urbano II, allá por el lejano siglo XIII, decidió instituir la fiesta de Todos los Santos. Así, si alguno se había ido al cielo sin pasar por los altares se quedaba compensada la cosa, y en paz.

La infanta Elena sí que sabe: le puso a su chico Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, y así no queda mal con nadie

Tradiciones para Todos los Santos las hay de todos los colores. A mí el Halloween éste de los americanos me da bastante igual, la verdad sea dicha. Al fin y al cabo no deja de ser lo de siempre: tradiciones europeas que los americanos transforman más o menos y que luego nos devuelven como si fueran nuevas. Yo, en este caso, prefiero lo de toda la vida. Me encanta, por ejemplo, comer «huesos de santo«, y no sólo por lo ricos que están, sino por que me fascina que se llamen así y que encima intenten imitar a los de verdad, con el hueso de mazapán y el tuétano de yema. Mmmmmmm. Una deliciosa profanación, ¿no? Muy español, por otra parte, eso de que la santidad y el pecado vayan de la mano.

Ni más ni menos que desde el siglo XVII llevamos comiendo «huesos de santo». Y aún quedan

¿Santidad y pecado juntos y revueltos? Pues sí, y precisamente eso es lo que encontramos (y en cantidades industriales) en la principal tradición española relacionada con Todos los Santos. ¿Y cuál es? Pues el Tenorio, claro. No puedo imaginarme un 31 de octubre sin escuchar sus versos. «Oh, Don Juan, Don Juan, yo imploro / de tu hidalga compasión, / o arráncame el corazón / o ámame, porque te adoro«. Desde hace siglos la fiesta de Todos los Santos y la representación de la historia de Don Juan van de la mano en España, y aunque durante un tiempo pareció que poco a poco se iba a acabar perdiendo, lo cierto es que está resurgiendo cada vez con más fuerza. Se vuelve a representar cada vez en más teatros, pero también en iglesias (p.ej., en Sevilla utilizan la iglesia barroca de San Luis de los Franceses, un escenario que pone los pelos de punta), en cementerios… Nosotros, este año, otra vez vamos a dedicarle una cena teatralizada que va camino de convertirse también en tradicional.

La pareja, posando junto a la tumba de Doña Inés

¿Por qué se representa el Tenorio para Todos los Santos? ¿Y desde cuándo? La respuesta a la primera pregunta es fácil: una parte de la obra se desarrolla en un cementerio, entre tumbas y muertos que vuelven a la vida. Y en cuanto a la segunda, resulta que Zorrilla estrenó su obra en 1844, pero ya desde mucho antes se representaba la historia de Don Juan por estas fechas. Nada menos que desde que Tirso de Molina, allá por el primer tercio del siglo XVII, escribió «El burlador de Sevilla o el convidado de piedra«, creando así uno de los personajes más grandes de todos los tiempos. Luego vendrían muchas otras obras, como «No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, o el convidado de piedra«, de Antonio de Zamora, que se estaría representando hasta que Zorrilla escribió su «Don Juan Tenorio» en pleno Romanticismo. Y fuera de España también, porque Don Juan pronto se convirtió en un personaje universal. Moliére escribió su «Dom Juan oú le festin de pierre«, Mozart compuso una ópera inmortal, «Don Giovanni«, y así podríamos seguir hasta hoy mismo, porque el cine sigue volviendo al personaje de vez en cuando. Sin ir más lejos, de 1995 es «Don Juan de Marco«, protagonizada por Jonny Deep y con el mismísimo Marlon Brando en el reparto.

Don Juan

Doña Inés

¿Conocéis algún verso del Tenorio? A pesar de las muchas «versiones» de la historia que hay, los que todo el mundo conoce son los de Zorrilla, que no lo sabía, pero los escribió para que mucho tiempo después Paco Rabal los recitara con esa voz maravillosa. Entre él y su Doña Inés, Concha Velasco, hubo una química que pocas veces se ha dado entre esos dos personajes míticos. Una lástima que TVE no reponga aquellos «Estudio 1» en los que nuestros mejores actores representaban nuestros mejores textos clásicos. Al fin y al cabo, eran una estupenda forma de crear afición, ¿o no? Así se mantienen las tradiciones, haciendo que los chavales de hoy las sientan también como suyas. Y para ello nada mejor que encontrarse a Don Juan también en televisión.

Don Juan en la sevillana plaza de Refinadores

¿De qué va la obra? Pues resulta que Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía, calaveras notorios, borrachos, pendencieros, jugadores, mujeriegos… se juntan en Sevilla y ya se sabe, fanfarrones los dos… «que apostaron, me es notorio, /a quién haría en un año / con más fortuna, más daño«. Y un año justo después se vuelven a encontrar en torno a una mesa de La hostería del laurel de Sevilla, teniendo como testigos a sus amigotes y, sin saberlo (estamos en pleno Carnaval, así que pueden ir enmascarados) Don Diego Tenorio, padre de nuestro héroe, y Don Gonzalo, el comendador, padre de Doña Inés. Y con ese selecto público cada uno de ellos empieza a contar las barrabasadas que ha hecho en esos doce meses (y a fe mía que les cundió). Os dejo con Paco Rabal en el papel de Don Juan y a Fernando Guillén en el de Don Luis.

Si queréis conocer éstas y muchas otras historias, os proponemos vivir con nosotros UN OTOÑO DE MUERTE: visitas al cementerio (de día y de noche), excursiones, cenas… entrad aquí y encontraréis toda la información. Y si queréis pasar una noche CENANDO CON DON JUAN, los próximos días 1 y 2 de noviembre hemos organizado una CENA TEATRALIZADA en el mismísimo panteón de la familia Tenorio que no os podéis perder. Entrando aquí encontraréis todos los detalles. Y aún hay más, porque si queréis seguir los pasos de Don Juan por SEVILLA, os esperamos en la excursión que hemos preparado para el PUENTE DE LA INMACULADA. Entrad aquí y encontraréis el programa.

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